"Ventana abierta"
Acompasados a ritmo de tango.
Confieso que me encanta ver bailar el tango. La cosa viene de antiguo.
Mi abuela era una fans total de carlos Gardel -comenta Fco J. Rodríguez Fassio, sacerdote dominico- y siempre nos contaba la trágica historia de su fallecimiento debido a un accidente de avión.
Mis padres lo bailaban bastante bien.
El tango ha tenido mala prensa. Nació en los barrios bajos de Buenos Aires. Utiliza ese dialecto desgarrado argentino, y sus cadencias son voluptuosas.
No sé dónde he leído la anécdota -continúa explicando el sacerdote dominico- de que el Papa Pio XI, quiso hacerse una idea propia de la moralidad de este baile, y entonces le prepararon una especie de pase privado.
Una pareja de hermanos de la nobleza romana: él de riguroso chaqué, ella vestida de negro, con un velo de respeto, bailaron un tango delante del Papa y de algunos Monseñores en una de las estancias del Vaticano.
Yo imagino -continúa comentando Rodríguez Fassio- el corte de la pobre pareja ante un escenario tan impropio y un auditorio tan insólito.
De todas formas, el Papa consideró en aquel tiempo, que no era un baile conveniente por su moralidad, y sin embargo el tango sigue ahí.
El tango, con su embrujo, diálogo, combate, búsqueda, huída, provocación, misterio, amor, desamor... En unos minutos su coreografía expresa todos los movimientos de la pareja humana, desde la ternura más íntima, a la pasión más intensa.
En el tango, cada uno de los danzantes tiene sus propios pasos, los masculinos no son iguales que los femeninos; además, hay tantos tangos como bailarines, porque deja mucho espacio a la improvisación.
Un tango, es mucho más complicado y enrevesado que aquel "dos pasos a la izquierda, uno a la derecha", con que en nuestra preadolescencia aprendimos a bailar o algo que se la parecía.
El secreto del tango, es que la pareja se mueva acompasadamente, que tenga mucho sentido del ritmo, que sepan alinearse los pasos uno al otro, y que avancen sus cuerpos de manera complementaria, que siendo dos, y cada uno distinto, formen una única pareja, una unidad danzante.
Pues bien, el tango me sirve para aclarar cómo debe ser nuestra relación con Dios, y cómo debemos ir juntos por la vida, acompasados.
Dios es Dios y yo soy ser humano.
Somos distintos, pero no distantes.
Estamos en la misma pista que es la vida, la historia, la sociedad, el tiempo.
Oímos y seguimos la misma música, lo que nos toca vivir bueno o malo, agradable o desagradable, grande o pequeño, rápido o lento.
Nuestros pasos o modos de ser, son distintos:
Él, bueno, bondadoso, misericordioso, perdonador, Amigo y Promotor de la vida y la alegría.
Yo, con mis talentos por descubrir y emplear a favor de los otros; con mis límites y también con mis fallos, mis lados oscuros como Dios.
Juntos, aquí y ahora, desgranando el tiempo, bailamos el tango de la existencia en la pista del hoy, hacia el bien y la belleza.
¿Con Quién estoy bailando la vida?
¿Quién es mi pareja, al que llevo, y el que me lleva?
El escritor sueco Henning Mankell tiene una novela titulada:
"El retorno del profesor de baile", en el que se presenta un aficionado al tango, que solo y aislado, debido al miedo por su pasado, en un lejano bosque cultiva su afición danzando con una muñeca de trapo que ata a sus pies, y lleva por la cintura y la mano. Es una figura triste y caricaturesca, esa pareja desigual y amorfa de un tanguista y una muñeca inanimada.
Le pasa lo mismo a Dios conmigo, soy como ese objeto inerte, como una muñeca de trapo que no ama, ni siente, ni consciente, que se deja arrastrar en este baile de la vida, que agudiza, aún más, la triste soledad del bailarín.
Bailemos juntos, Dios y nosotros el baile de la vida.
Es lo que los místicos señalaban cuando decían:
"Siempre con Dios.
Lo que Él quiera.
Cuando Él quiera.
Cómo Él quiera".
Esto no es abandonismo de la propia responsabilidad, ni dejación de la libertad personal, es danzar la existencia acompasada.
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