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"El ser humano que se encuentra en situaciones
de debilidad o vulnerabilidad habrá de ser
defendido frente a terceros o incluso frente a sí
mismo. Se le defenderá de decisiones
perjudiciales para él que pueda adoptar en un
momento de desánimo, por considerar que la
defensa de su dignidad está por encima de su
propia autonomía"
La Sociedad Española de Cuidados Paliativos
(SECPAL) define la sedación como «la administración
deliberada de fármacos en las dosis y combinaciones
requeridas para reducir la consciencia de un paciente
con enfermedad avanzada o terminal, tanto como sea
preciso para aliviar adecuadamente uno o más
síntomas refractarios (es decir, síntomas que no es
posible aliviar de otra manera) y con su
consentimiento explícito, implícito o delegado». Hay
que tener en cuenta que rebajar el grado de
conciencia de una persona no es un acto éticamente
indiferente: se necesita un motivo lo suficientemente
serio, pues de lo contrario atentaríamos contra la
dignidad del paciente al interferir innecesariamente en
la intimidad más sacra de la persona.
No hay que confundir la sedación éticamente
aplicada con la eutanasia. Como explica la SECPAL,
ambas difieren en el objetivo, la indicación, el
procedimiento, el resultado y el respeto a las
garantías éticas. En la sedación, la intención es aliviar
el sufrimiento del paciente, el procedimiento es la
administración de un fármaco sedante (utilizando uno
adecuado —de vida media corta— y en la dosis
mínima eficaz), y el resultado es el alivio del síntoma
refractario. En cambio, en la eutanasia la intención es
provocar la muerte del paciente, el procedimiento es
la administración de un fármaco letal y el resultado la
muerte.
Podríamos decir que la sedación tiene un efecto
positivo —alivia el sufrimiento— y uno negativo —
reduce el nivel de conciencia—. En cambio, no está
científicamente demostrado que una sedación
correctamente practicada (con los fármacos
adecuados, dosis mínima eficaz y monitorización del
proceso) acelere la muerte.
Como se ha señalado anteriormente, el estado de
consciencia de una persona es un bien y debe haber
una razón de peso para privarla de él. Por lo que no
es ético sedar por sistema, al final de la vida, a todos
los pacientes. Por tanto, no es aceptable decir que
hay —así, en general— un derecho a la sedación: lo
habrá cuando la sedación esté realmente indicada por
existencia de un síntoma refractario. Tampoco sería
éticamente aceptable sedar sin consentimiento del
enfermo, con el fin de ahorrar molestias al médico o a
la familia. En cambio, no supone ningún problema,
sino que es un deber del médico proceder a la
sedación del paciente con su consentimiento previo
cuando, agotadas otras posibilidades, se llega a la
conclusión de que es el único recurso para controlar
algún síntoma verdaderamente refractario a otros
tratamientos. En esta situación la sedación paliativa
es un tratamiento excelente.
En España hay un desigual desarrollo de equipos
de paliativos, por lo que es necesario aplicar más
medios económicos y de todo orden para lograr un
a atención de calidad en cualquier punto del territorio
español para todos aquellos pacientes que precisen
cuidados paliativos.
La Organización Médica Colegial insistió en esa
necesidad en un reciente documento y sería deseable
que los actuales legisladores lo tuvieran en cuenta
junto con la vigente Ley de Autonomía del Paciente,
Desde luego, para la atención al final de la vida no
parece necesaria una nueva ley con límites tan poco
precisos como los que presenta el anteproyecto
recientemente aprobado en el Consejo de Ministros.
El ser humano, como dicen estos documentos, no
puede renunciar a su propia dignidad. Ni los
pacientes ni los médicos.
En este contexto, se explica que se limite la
autonomía por amor de la dignidad: como, por
ejemplo, cuando una sociedad civilizada impide que
alguien se pueda vender voluntariamente como
esclavo, o la libre venta de órganos, etcétera.
En resumen, la dignidad parece fundamentarse
más que en la autonomía, en la vulnerabilidad. El ser
humano que se encuentra en situaciones de debilidad
o vulnerabilidad habrá de ser defendido frente a
terceros o incluso frente a sí mismo. Se le defenderá
de decisiones perjudiciales para él que pueda adoptar
en un momento de desánimo, por considerar que la
defensa de su dignidad está por encima de su propia
autonomía. Una dignidad que se caracteriza por sus
elementos constitutivos, como son la verdad, la
justicia, la libertad y el amor.
Hay que ser muy precisos en lo referente a la
verdad, tan relacionada con la información al paciente
y a sus familiares, y con el consentimiento informado.
Información veraz y sustancial. Todo un proceso, un
arte, para decir "la verdad soportable". Cargado de
coherencia entre lo que se piensa, se dice y lo que se
hace. No la verdad judicial ni parlamentaria ni la del
consenso, sino la científica. Es esa verdad cuya
búsqueda la preside la honradez, el juego limpio y la
objetividad. Es la verdad que soporta y fundamenta a
la justicia y a la libertad. Hoy, socialmente no es un
valor en alza, y sin embargo es imprescindible en
todos los órdenes de la sociedad. Un pueblo que
admite la mentira es una sociedad profundamente
enferma.
La justicia a la que me refiero es la del hombre
honrado, bueno, ajustado, y respetuoso con la
dignidad del otro. Que reflexiona frecuentemente,
cuida sus palabras y vela por sus acciones. Una
justicia que diera la espalda al más elemental sentido
común, dando lugar al atropello de lo más esencial
del raciocinio y la evidencia, es un simulacro de
justicia. Prostituida y aceptada por una sociedad
confusa por los mensajes de lo políticamente
correcto, está abocada a la autodestrucción. Un
atentado a la justicia a la que me refiero es, por
ejemplo, negar los cuidados básicos del paciente.
La libertad es un valor "sublime". La libertad es la
garantía de la verdad. Pero como expuse
anteriormente, tiene unos límites que son la dignidad
y el respeto a la libertad de los otros.
se ejercita en servicio de la verdad y resguarda la
propia dignidad. Una autonomía que prescinda de la
dignidad es una libertad envilecida.
Un atentado contra la libertad que soporta e
ilumina la dignidad es, por ejemplo, la negación de la
objeción de conciencia de los profesionales. Una
injusticia.
Y por último, el Amor. La dignidad se fundamenta
esencialmente en el Amor. La persona no puede vivir
sin amor. Es el principal recurso para afrontar el
sufrimiento (como concluye un estudio nuestro en el
hospital La Paz: "Contra el dolor, opioides; contra el
sufrimiento, amor").
Sin amor el hombre no se comprende a sí mismo.
Sin él se reconoce sin sentido. En ese Amor
experimentado es donde el paciente, y los sanitarios,
encuentran su razón de ser. ¿Qué es, si no, la
vocación, el voluntariado, la entrega, el esfuerzo por
la tarea bien hecha, la solidaridad, etcétera? «Hay
que volver al amor y a la amistad con el
enfermo» (Marañón, 1954).
El amor es servicio. El amor no entiende de
derechos, se da.
Es en el amor sentido y en el amor entregado
donde el hombre encuentra su grandeza y su valía.
En una palabra, donde se reconoce a sí mismo como
digno: tanto el paciente, como el profesional que lo
cuida.
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