Grandes Chefs del amor
Hace unos días asistí a la boda de unos buenísimos amigos
-comenta el P. Rodríguez Fassio-.
Cuando celebro el sacramento del matrimonio -aunque en realidad los que lo celebran son ellos , los novios. Yo soy solamente un testigo- pues siempre me gusta en la homilía conectar el significado de la ceremonia y de la vida que ahora empieza, con sus propias profesiones; por una razón muy sencilla, porque yo creo que si cada uno utilizásemos lo que mejor sabemos hacer en la vida que son nuestras estrategias, nuestras habilidades, lo que nos va bien, aquello que nos ayuda a realizar nuestra vocación, incluso en el plano profesional, tenemos como una experiencia añadida, como un campo que ya conocemos, para aplicándolo al campo de los afectos, de los sentimientos, de las relaciones, del amor, de los compromisos, poder hacer que éstos duren más y mejor.
Estos amigos míos -continúa explicando Rodríguez Fassio- él es un gran chef de cocina, cocinero de la nueva cocina, y ella es jefa de restauración de un afamado restaurante.
¿Cómo hacer que ellos, desde esas estrategias que les sirve para triunfar profesionalmente, pueden encontrar mayor estabilidad, mayor facilidad, mayor gozo en su nueva vida matrimonial?
Pues esto más o menos era lo que yo les decía:
"El amor nace como un milagro, fruto de diferentes circunstancias, que han hecho que os conozcáis, que os descubráis, queráis vivir juntos..., pero no se mantiene de milagro.
Vuestras profesiones os darán las claves para este guiso que es el amor: que tiene que estar bueno, bello en la presentación, alimenticio y saludable.
Es curioso que siempre en todas las civilizaciones han ido juntas tres cosas que revelan que el ser humano es una unidad en la que se integran lo corporal, lo psíquico y lo espiritual, y estas tres realidades son: la religión, la sexualidad y la comida.
Nada más biológico e instintivo que la necesidad de comer.
Pero desde siempre, el ser humano, a diferencia de los animales, ha cocinado y ha hecho de la comida una cultura, la gastronomía; más aún, las religiones han conocido siempre los banquetes sagrados, y el máximo sacramento de nuestra fe, la Eucaristía.
Nada más instintivo y pulsional que el apetito genésico, y sin embargo, los hombres hemos enriquecido la sexualidad con los sentimientos, los valores, la realización personal, la fe religiosa, entre nosotros, toda la riqueza de la relación sexual.
Lo erótico, lo afectivo, lo personal, lo espiritual, se vive en el día a día de un sacramento donde Cristo es el tercero para los dos; el tercero que hace posible que el "yo" y el "tú" se vivan como "nosotros", como aquí y ahora, una boda entre un chef y una jefa de restauración en un sacramento que es también una comida.
Para ser un gran chef se necesita buenos productos, buena cocina, combinar con imaginación, tradición y vanguardia, ser capaz de despertar el apetito, alimentarlo y encima con una buena relación calidad precio.
Tenéis y aportáis vosotros, queridos amigos, buenos ingredientes a vosotros mismos.
Pero esos ingredientes tienen que seguir frescos y de temporada en cada edad, circunstancia y recoveco de la vida.
Que os ofrezcáis mutuamente, el uno al otro, siempre jugosos, nunca secos, macilentos, aburridos o repetitivos.
En el amor, como en la cocina, los restos son sobras.
Tenéis que combinar tradición y vanguardia, de los ejemplos de los vuestros, y sobre todo el ejemplo de la afectividad madura de Jesús, que es el que nos enseña a amar, os sirva de referencia.
Pero no viváis de las costumbres.
Haced nuevo y creativo el entusiasmo, la convivencia, la complicidad, los ritos.
Regaláos y regaladnos un amor de toda la vida, pero en vitalidad del siglo XXI.
Se habla de la reconstrucción de la cocina, que la cocina se convierta en nuevas texturas, nuevas presentaciones, fantasía, ilusión y complicidad.
También en el amor:
Que vuestro amor sea alimenticio para vosotros, vuestros hijos y para todos los que os rodean.
Que no sirva para entretener el hambre o engañar el apetito.
Y tú, Rocío, como directora de una empresa de restauración, tienes cada día que procurar la cuadratura del círculo, hacer que mucha gente junta, se sienta tan cómoda que se encuentre un espacio de intimidad y disfrute, que siendo muchos, cada uno se sienta atendido personalmente.
Así es el amor, abierto a todos, cada uno de vosotros, los vuestros, los hijos, el mundo entero, donde todos caben en un aforo agradable, pero donde cada uno se encuentra querido y acompañado personalmente.
¿Y qué tiene que ver Dios en todo esto?
Pues en el amor, la pareja, el matrimonio, realizan muchas funciones.
Cuando compramos un alimento comprobamos su composición para saber su valor alimenticio o nutricional. Dios es el elemento más importante y nutritivo en vuestro amor; si no está, no pretendáis que vuestro amor os dé fuerzas y energía. Es la Sal que os hace sal para los demás: sabrosos, salados y salerosos.
Dios es también el Maestro de cocina o de protocolo y formas sociales que os enseña a vivir, a pensar y actuar, para que el Evangelio sabido y vivido no sea una mera receta, sino que sea una receta puesta en práctica con creatividad y entusiasmo.
Dios es además, el Compañero de fatigas cuando todo parece desbordarse o salir mal, es el que sabe convertir con su ternura: como la cucharada de Maizena en una salsa demasiado clara, o la cucharada de azúcar para corregir la acidez de la salsa de tomate, lo que parece una cisis sin remedio, en una ocasión de crecer como persona y como pareja.
También Dios es como ese regusto en fondo de boca que dejan los buenos vinos.
Cuando habéis vivido bien, crea en vosotros y en los que os conocen ese regusto a fruta y a madera que indica que el caldo era "gran reserva".
¡Sed lo que sois.
Sedlo cada vez más y mejor.
Y sed felices!
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