"Ventana abierta"
Domingo XIII del T.O. Ciclo A.
José Luis Sicre
Fe adulta
EXIGENCIAS Y RECOMPENSA
El largo discurso dirigido a los apóstoles
(resumido en los domingos 11-13) termina con una serie de frases de Jesús que
son, al mismo tiempo, severas y consoladoras. Las severas se dirigen a los
apóstoles; las consoladoras, a quienes los acogen.
¿Quién no es digno de Jesús?
La sección comienza con tres frases que
terminan de la misma manera: “no es digno de mí”. Las dos primeras están muy
relacionadas: no es digno de Jesús el que ama a su padre o a su madre más que a
él, o el que ama a sus hijos o a su hija más que a él. Estas frases recuerdan
lo que se dice en Deuteronomio 33,9 a propósito de los levitas. En un caso de
grave conflicto entre los vínculos familiares y la fidelidad a Dios, optaron
por lo segundo. Leví, representación de todos los levitas, «dijo a sus padres:
‘No os hago caso’; a sus hermanos: ‘No os reconozco’; a sus hijos: ‘No os
conozco’. Cumplieron tus mandatos y guardaron tu alianza.»
Una opción en tiempos de conflicto
Para comprender estas palabras tan
exigentes de Jesús hay que tener en cuenta lo que dice inmediatamente antes
(suprimido por la liturgia). El aviso de que pueden perder la vida (tema del
domingo pasado) puede provocar en los discípulos el desconcierto. ¿A qué ha
venido Jesús? A esto responde que no ha venido a traer paz sino espada. Que
su persona y su mensaje crearán problemas incluso entre los miembros de la
familia. Llegarán momentos en que los apóstoles, y todos los cristianos, tendrán
que optar.
La opción por Dios de los levitas
En el libro del Éxodo se cuenta que,
mientras Moisés estaba en el monte Sinaí recibiendo del Señor las tablas de la
Ley, los diez mandamientos, el pueblo, cansado de esperar, decidió fabricar un
becerro de oro y adorarlo. Cuando Moisés baja del monte y contempla el
espectáculo, rompe las tablas, se planta a la puerta del campamento y grita:
«¡A mí los del Señor! Y se le juntaron todos los levitas.» Moisés les ordena:
«Ciña cada uno la espada; pasad y repasad el campamento de puerta en puerta,
matando, aunque sea al hermano, al compañero, al pariente». Los levitas
cumplieron las órdenes de Moisés y este, al final, les dice: «¡Hoy os habéis
consagrado al Señor a costa del hijo o del hermano, ganándoos hoy su bendición»
(Éxodo 32,25-29)!
El historiador moderno duda que los
levitas tuvieran espadas en el desierto y que llevaran a cabo esta matanza.
Pero los antiguos no eran tan críticos. Aceptaban las cosas que se contaban, e
incluso alaban a los levitas, ya que, en un caso de grave conflicto entre
los vínculos familiares y la fidelidad a Dios, optaron por lo segundo: «Dijeron
a sus padres: ‘No os hago caso’; a sus hermanos: ‘No os reconozco’; a sus
hijos: ‘No os conozco’. Cumplieron tus mandatos y guardaron tu alianza»
(Deuteronomio 33,9).
La opción por Jesús de los discípulos
Se podría decir que Jesús exige a sus discípulos la misma actitud de los levitas. Pero hay dos diferencias importantísimas:
1) Jesús no ordena matar a los padres o a los hermanos en caso de conflicto.
2) Los levitas se comportaron así por fidelidad a los mandatos de
Dios y a su alianza; los discípulos deben hacerlo por amor a Jesús. Al exigir
este amor superior al de los seres más queridos, Jesús se está poniendo al
nivel de Dios, al que hay que amar sobre todas las cosas.
Los primeros cristianos, en momentos de
persecución, se vieron a veces en la necesidad de optar entre el amor y la
fidelidad a Jesús y el amor a la familia. La elección era dura, pero muchos la
hicieron, convencidos de que recuperarían a sus padres e hijos en la vida
futura.
La frase siguiente («el que no coge su
cruz…») también se entiende mejor a la luz del texto del Deuteronomio. En él se
dice que los levitas, por haber mostrado esa fidelidad a Dios, recibieron un
gran premio y dignidad: «Enseñarán tus preceptos a Jacob y tu ley a Israel;
ofrecerán incienso en tu presencia y holocaustos en tu altar.» Jesús no promete
nada de esto a sus discípulos, solo exige.
Amar a Jesús más que a la familia ya lo
hicieron Pedro y Andrés, Santiago y Juan. Lo que ahora exige Jesús es
infinitamente más duro: cargar con la cruz. ¿Hay que interpretarlo al pie de la
letra o simbólicamente? Simbólicamente, pero con posibles repercusiones
prácticas: hay que estar dispuestos a cargar con ella y marchar camino de la
muerte. No una muerte cualquiera, sino la más infamante, típica de rebeldes
contra Roma y esclavos. Cuando Jesús exige cargar con la cruz está pidiendo
algo terrible desde el punto de vista físico, moral y social. Además, la
exigencia no carece de macabra ironía cuando la comparamos con los vv.9-10: los
que deben predicar el reino sin llevar nada, ahora tienen que seguir a Jesús
cargando con la cruz.
Conviene advertir que el amor a la familia
y el amor a Jesús no se excluyen ni se oponen. Son compatibles, con tal de
mantener el orden adecuado. Los hijos de Zebedeo abandonan a su padre, pero la
madre los acompaña e incluso le pide a Jesús un favor especial para ellos.
María, al menos según la versión del cuarto evangelio, está al pie de la cruz.
Pablo recuerda que «los demás apóstoles, los hermanos del Señor y Cefas» se
hacen acompañar de su esposa cristiana (avdelfh.n gunai/ka 1 Cor 9,5).
Acogida y recompensa
La última parte se dirige a las personas
que acojan a los discípulos. Dos cosas les dice:
1) Recibirlos a ellos equivale a recibir
a Jesús y recibir al Padre. Lo que hacen es mucho más de lo que pueden
imaginar. No es solo un acto de caridad, sino un inmenso honor, mucho mayor que
el de la persona que pudiese acoger en su casa a un artista, un deportista o un
personaje mundialmente famoso.
2) Esa acogida tendrá su recompensa,
igual que ocurrió en el Antiguo Testamento con quienes acogieron a profetas y
justos. La primera lectura cuenta como un matrimonio de Sunám decidió acoger en
su casa al profeta Eliseo cuando pasaba por el pueblo; le construyeron una
habitación en el piso de arriba y le proporcionaron una cama, una silla, una
mesa y un candil. Una gran inversión para aquel tiempo. Pero recibieron su
recompensa con el nacimiento de un hijo.
En comparación con Eliseo, los discípulos
pueden parecer unos pobrecillos sin importancia. A nadie se le ocurrirá darles
alojamiento permanente. Pero basta un vaso de agua fresca (algo muy de
agradecer cuando no existen bares ni agua corriente en las casas) para que esas
personas reciban su recompensa.
Resumen
Si en la primera parte entreveíamos los grandes conflictos familiares provocados por las persecuciones, en este final intuimos lo que experimentaron muchas veces los misioneros cristianos: la acogida amable y sencilla de personas que no los conocían. De estos últimos versículos, solo uno tiene paralelo en el evangelio de Marcos. El resto es original de Mateo, que ha querido dejarnos al final de este duro discurso un buen sabor de boca.
José Luis Sicre
De mi cosecha:
P. Leonardo Molina García S.J.
Tiempos duros (recios, decía santa Teresa)
los que estamos pasando
La fidelidad y los compromisos están “en
el aire”
No se cumplen. Hay mucha geometría
variable: en política, en el mundo eclesiástico, en el matrimonio, en la
palabra prometida, en los lazos de amistad…
¿Quién no se siente “tocado” o hundido en
este momento?
Parece como que nos priva el egoísmo, y
sobresalen los intereses personales o grupales. Siempre y a pesar de todo,
acabamos llevando el agua a nuestro molino.
Pero no está todo perdido. Emergen
(incluso entre nosotros mismos) brotes verdes de compromisos, entregas y “meter
el cuello en el arado” y seguir adelante en la fe, la esperanza y el amor.
Hailos, hailos, gracias a Dios. Los conocemos o hemos conocido. Incluso
nosotros mismos hemos experimentado “emociones heroicas” en algunas situaciones…
y mirando atrás en nuestra vida sentimos la recompensa que nos ha dado el
Señor.
En todo caso, quedan tres actitudes:
1.- Admirar muchos ejemplos de fidelidad,
incluso hasta la muerte. Mirar a Jesús clavado en la cruz; siempre es
un aliciente y espejo para nuestra vida
2.- Tener espíritu de conversión, de
penitencia, de cambio, siguiendo el camino de Dios
3.- Tener conciencia humilde y esperar su
misericordia
Rezar el Salmo 129
Desde
lo hondo a ti grito, Señor;
2Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica.
3Si
llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
4Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto.
5Mi
alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
6mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.
por verte venir, hermano;
se me clavaron las manos
y sigo esperando así,
por verte venir, hermano.
A un arbolé me subí
por verte venir hermano.
José LuisTejada
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