"Ventana abierta"
P. Leonardo Molina García. S.J.
DOMINGO 17 TIEMPO ORDINARIO. CICLO A
José Luis Sicre
Fe adulta
PARÁBOLAS PARA TIEMPO DE CRISIS (III).
En los dos domingos anteriores, el
discurso en parábolas ha respondido a tres preguntas que se hace la antigua
comunidad cristiana y que nos seguimos planteando nosotros:
1) ¿Por qué no aceptan todos el mensaje de
Jesús? (parábola del sembrador).
2) ¿Qué hacer con quienes no lo aceptan? (el trigo y la cizaña).
3) ¿Tiene futuro esta comunidad tan pequeña? (el grano de mostaza y la
levadura)
Quedan todavía otras dos preguntas por
plantear y responder.
¿Vale la pena?
La pregunta que puede seguir rondando en
la cabeza de los seguidores de Jesús es si todo esto vale la pena. A la
pregunta responden dos parábolas muy breves, aparentemente idénticas en el
desarrollo y con gran parecido en las imágenes. Por eso se las conoce como las
parábolas del tesoro y la perla. Lo que ocurre en ambos casos es lo siguiente:
a) El protagonista descubre algo de enorme
valor.
b) Con tal de conseguirlo, vende todo
lo que tiene.
c) Compra el objeto
deseado.
Sin embargo, hay curiosas diferencias
entre las dos parábolas, empezando por los protagonistas.
El suertudo y el concienzudo (el tesoro y
la perla)
El protagonista de la primera es un
hombre con suerte. Mientras camina por el campo, encuentra un
tesoro. Su primera reacción no es llevarlo a la oficina de objetos perdidos
(que entonces no existe) ni poner un anuncio en el periódico (que tampoco
existe). Ante todo, lo esconde. Repuesto de la sorpresa, se llena de alegría y
decide apropiarse del tesoro, pero legalmente. La única solución es comprar el
campo. Es grande y caro. No importa. Vende todo lo que tiene y lo compra.
El protagonista de la segunda parábola es muy distinto. No pierde el tiempo paseando por el campo. Es un comerciante concienzudo que va en busca de perlas de gran valor. Por desgracia, la traducción litúrgica ignora este aspecto: en vez de “El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas”, debería decir “a un comerciante en busca de perlas finas”. No la encuentra por casualidad, va tras ella con ahínco. Como buen comerciante, calculador y frío, no salta de alegría cuando la encuentra, igual que el protagonista de la primera parábola. Pero hace lo mismo: vende todo lo que tiene para comprarla.
La perla y el comerciante. Otra
diferencia curiosa es que la primera parábola compara el Reino de los Cielos
con un tesoro, pero la segunda no lo compara con una perla preciosa, sino con
un comerciante. Este detalle ofrece una pista para interpretar las dos
parábolas.
Ni bonos basura ni timo de la estampita. No
olvidemos que estas parábolas se dirigen a una comunidad que sufre una crisis
profunda y se pregunta si ser cristiano
tiene valor. En términos modernos: ¿me han vendido bonos basura o me
han dado el timo de la estampita? La respuesta pretende revivir la experiencia
primitiva, cuando cada cual decidió seguir a Jesús. Unos entraron en contacto con la comunidad de forma puramente casual, y
descubrieron en ella un tesoro por el que merecía la pena renunciar a todo. Otros
descubrieron la comunidad tras años de inquietud religiosa y búsqueda intensa,
como ocurrió a numerosos paganos en contacto previo con el judaísmo; también
éstos debieron renunciar y vender para adquirir.
Las parábolas, aparte de infundir ilusión,
animan también a un examen de conciencia.
¿Sigue siendo para mí la fe en Jesús y la
comunidad cristiana un tesoro inapreciable o se ha convertido en un objeto
inútil y polvoriento que conservo sólo por rutina?
Al mismo tiempo, nos enseñan algo muy
importante: es el cristiano, con su actitud, quien revela a los demás el valor
supremo del Reino. Si no se llena de alegría al descubrirlo, si no renuncia a
todo por conseguirlo, no hará perceptible su valor. Estas parábolas parecen
decir: «Cuando te pregunten si ser
cristiano vale la pena, no sueltes un discurso; demuestra con tu actitud que
vale la pena».
¿Qué ocurrirá a quienes aceptan el Reino,
pero no viven de acuerdo con sus ideales?
A esta última pregunta responde la
parábola de la red lanzada al mar. No queda claro si se habla de toda la
humanidad, donde hay buenos y malos, o de la comunidad cristiana, donde puede
ocurrir lo mismo. Ya que el tema del juicio universal se ha tratado a propósito
del trigo y la cizaña, parece más probable que se refiera al problema interno de la comunidad cristiana.
Interpretada de este modo, empalmaría muy bien con las dos anteriores. Hay
gente dentro de la comunidad que no vive de acuerdo con los valores del
evangelio, que no mantiene esa experiencia de haber descubierto un tesoro o una
perla. ¿Qué ocurrirá con ellos? La
respuesta es muy dura («a los malos los echarán al horno encendido») pero
conviene completarla con la última parábola del evangelio de Mateo, la del
Juicio final (Mt 25,31-46), donde queda claro cuáles son los peces buenos y
cuáles los malos. Los buenos son
quienes, sabiéndolo o no, dan de comer al hambriento, de beber al sediento,
visten al desnudo, hospedan al que no tiene techo… Los que ayudan al
necesitado, aunque ni siquiera intuyan que dentro de ellos está el mismo Jesús.
Conclusión
Mateo termina las siete parábolas
comparando al predicador del evangelio con un padre de familia. Parece un nuevo
enigma, esta vez sin explicación. En sentido inmediato, el escriba que entiende
del reinado de Dios es Jesús. Para exponer su mensaje ha usado cosas nuevas y
viejas. Del baúl de sus recuerdos ha sacado cosas antiguas: alguna alusión al
Antiguo Testamento, la técnica parabólica y el lenguaje imaginativo de los
profetas. Pero la mayor parte consta de cosas nuevas, fruto de su experiencia y
de su capacidad de observación:
la vida del campesino, del ama de casa, del pescador, del comerciante, de la
gente que lo rodea, le sirven para exponer con interés su mensaje. Por eso, la
comparación final es también una invitación a los discípulos y a los
predicadores del evangelio a ser creativos, a renovar su lenguaje, a no repetir
meramente lo aprendido.
La primera lectura
La primera lectura nos invita a pedir a
Dios esta sabiduría, igual que Salomón se la pidió para gobernar a su pueblo.
Reflexión final
El discurso en parábolas nos ha ocupado
tres domingos. Su problemática es tan actual e interesante que ha merecido la
pena. Dada la situación actual de la iglesia, quizá su mayor mensaje es el de esperanza y entusiasmo.
Seguir a Jesús merece la pena y tiene futuro, con tal de renunciar a ser cedro
del Líbano y contentarnos con ser árbol de mostaza. Aunque pequeña, como la
levadura, la comunidad cristiana siempre podrá hacer el bien a los pájaros del
cielo, aunque no se queden a anidar en sus ramas.
José Luis Sicre
De mi cosecha:
Jesús al principio de
su vida ya pública decía: Se ha cumplido el plazo y está cerca el
reinado de Dios. Arrepentíos y creed en la Buena Noticia” (Marcos 1, 14-16)
Ese era su programa. El que comprenda
estas cuatro proclamas HA ENCONTRADO UN TESORO (o lo ha buscado) o disfruta con
la perla. Y eso es lo más
importante: lo esencial. Por encima de política, sociedad, conflictos
proyectos, salud, enfermedad…
Comprender y dejarse iluminar, que Dios
baja como buena noticia en Jesús y que nos invita a vivir y luchar por la paz,
el amor, la justicia o integridad, la libertad y la verdad, y que eso es una
Buena noticia, eso es gracia bajada de lo alto.
Cuando se llega a eso, dejaremos todo y lo pediremos al Señor.
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