"Ventana abierta"
ÁNGELUS
EL ENCUENTRO DE LA MADRE Y DEL HIJO CAMINO DEL CALVARIO
P. Santiago Martín
Franciscanos de María
A Jesús lo apresaron, lo llevaron a casa de Caifás, también lo presentaron en el Pretorio con Pilato; en fín, Jesús estuvo de una parte a otra, y a veces expuesto públicamente a los insultos de la gente, como cuando Pilato le saca para que los judíos decidan si le libera a Él o libera a Barrabás.
No sabemos qué escenas de todo aquello vio la Virgen María, no lo sabemos.
¿Estuvo allí, no estuvo allí?
¿Logró Juan mantenerla un tiempo en Betania mientras le decía que hacían gestiones para liberar a Jesús?
No lo sabemos. Lo que sí que sabemos, porque nos lo dice la tradición, es que cuando ya llegó casi la hora final, cuando después de haber golpeado a Jesús, de haberle flagelado, de haberse burlado de Él con la corona de espinas -quizá con la intención de salvarle de esa forma del odio de los judíos- cuando ya se lo llevaron camino del Gólgota, allí en aquello que hoy llamamos la Vía Dolorosa, el camino del Calvario, allí sí que estaba su madre.
Posiblemente los soldados tuvieron que golpear a unos y a otros para conducir al reo de muerte por una callejuela que entonces, como hoy en día era un sitio comercial, y que, se debía de encontrar a aquellas horas muy transitada. No hay que olvidar que eran ya las últimas horas antes del sábado, la gente tenía que hacer las compras, después se recluían en sus casas durante una jornada entera; era el día de compra por excelencia.
Además los soldados tenían miedo a que sus discípulos en una especie de golpe de mano, quisieran apoderarse de Jesús para liberarle, estaban con ojos avisores.
Y por otro lado, Jesús, estaba ya para pocas cosas, de hecho no tuvieron más remedio que coger a un espectador, a Simón de Cirene para que le ayudara a llevar el madero de la cruz, porque Jesús ya no podía con su alma.
En aquel momento, en algún momento en ese camino que tampoco es demasiado largo, allí estaba su Madre y, allí estaba también el Hijo. En algún momento sus miradas se encontraron, posiblemente la Virgen había visto ya lo de Simón de Cirene y, posiblemente María había visto cómo una mujer, Verónica, salía de entre el pueblo para, de alguna manera, procurarle un cierto consuelo a Jesús limpiando su cara con un paño, para que después allí quedara un testimonio del rostro de Cristo.
Pero cuando al final se encontraban la Madre y el Hijo, quizá durante breves instantes, yo tengo la impresión de que es como si el tiempo se hubiera parado. No sé si lograron hablar, pero seguramente que con los ojos se dijeron de todo. Y quizá María recordó que el día anterior, cuando se habían despedido en Betania, Jesús le dijo:
"Pase lo que pase, no desesperes. Vas a ver cosas terribles quizá. No desesperes. No dudes de Dios, no dudes de mí".
Y seguramente María con los ojos le debió de decir a su Hijo, lo que su Hijo estaba esperando escuchar de Ella:
"Estoy entera, creo en Dios y creo en Ti".
Qué esfuerzo tuvo que hacer la Santísima Virgen para no echarse a llorar, qué esfuerzo para no ponerse a dar gritos, qué esfuerzo para no romper la fila de los soldados y golpearles quizá, y echarse encima de su Hijo y hacer una escena, es lo normal, hubiera sido lo que cualquier madre hubiera hecho. Pero Ella sabía perfectamente que ese lujo, Ella no se lo podía permitir. Su Hijo le había pedido que le ayudara y, la ayuda que su Hijo necesitaba no era la desesperación de la Madre, ya estaba Él pasándolo suficientemente mal, para qué añadir dolor a su dolor, viendo a su Madre destrozada, a su Madre llorando, a su Madre desesperada, a su Madre clamando contra el cielo y contra la tierra.
La ayuda que Jesús pedía de María, era una ayuda impresionante, la ayuda de que estuviera entera, firme, de que mantuviera la fe en Dios, y esa ayuda María se la dio.
Y creo que fue ya en ese momento en el cual se la dio, más tarde se la volverá a dar cuando se produzca ese diálogo entre la Madre y el Hijo en la cruz, cuando Él encomienda a los hombres al cuidado de María.
Pero en aquel cruce de miradas y quizá de palabras, María le dijo con todo su corazón:
"Creo en Dios y creo en Ti. Puedes apoyarte en mi fe. Puedes de verdad estar seguro de que yo no te abandono, de que yo no dudo ni de Dios ni de Ti".
Queridos amigos, hagamos nosotros lo mismo, vayamos por ejemplo a visitar una de las imágenes más hermosas de la Virgen que conozco, la "Virgen de las Tristezas" que se venera en la parroquia de San Lorenzo de Córdoba. Vayamos allí a pedirle a María por nuestros seres queridos que están sufriendo, pero a pedirle a María que nos ayude a nosotros a mantenernos enteros, para sostenerles a ellos, que no añadamos a su dolor el dolor de ver nuestra desesperación, que nuestra entereza y nuestra fe se conviertan en el apoyo que ellos en ese momento de cruz necesitan.
Feliz día para todos.
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