"Ventana abierta"
MARÍA MADRE, TÚ ERES MI ESPERANZA
P. Santiago Martín
Franciscanos de María
La vez anterior les decía a ustedes, no
solamente en otro año, en otro milenio, sino que les dejé a ustedes meditando
sobre un momento de la vida de la Virgen especialmente difícil. María que llega
a la cruz, que se encuentra con una muralla de odio, María que es tentada por
el demonio para participar de ese odio, lógicamente no contra su Hijo -como los
fariseos, letrados etc...- sino contra aquellos que odian a su Hijo. Y María
que vence el odio, haciendo aquello que Jesús mismo hace en la cruz,
perdonando.
Pues bien, me gustaría dar un paso más, ver a
nuestra Madre cómo ha logrado ya entrar a través de ese círculo de personas que
rodeaban el Calvario para acercarse directamente a la cruz, para estar
inmediatamente al pie de la roca del Calvario.
Probablemente debió de ser en aquel momento
cuando Jesús abrió los ojos, unos ojos que ya debían de estar prácticamente
ciegos por la sangre que caía de su frente, agotado como debía de encontrarse,
tanto por lo que había supuesto la tortura de los latigazos, como por el camino
a la cruz y por aquella misma crucifixión.
Jesús abrió los ojos buscando a su Madre. Había
entre Madre e Hijo una comunicación como sólo puede haber entre una Madre y un
Hijo.
Por lo tanto Él debió de sentir que la Madre
acababa de llegar, abrió los ojos, miró entre las legañas de la sangre, y la
descubrió allí, rodeada de por aquellas mujeres fieles que la acompañaban y
también junto a Ella, por fin, a un discípulo, a Juan.
Dice el Evangelio, que en aquel momento Jesús
le dijo a María, expresó ante María, una última orden, un penúltimo deseo, le
dijo a la Virgen Madre:
"Mujer, ahí tienes a tu Hijo".
Y le dijo a Juan el discípulo:
"Ahí tienes a tu Madre".
Queridos amigos, ¿por qué? ¿Por qué en ese
momento cuando ya todo está terminado, por qué esta situación, por qué este
deseo?
Hay que entenderlo desde una perspectiva
teológica previa; Jesús ha venido para hacer a los hombres hijos de Dios y lo
estaba consiguiendo precisamente con su muerte redentora, estaba haciendo que
los hombres fuéramos hijos del Padre, de hecho había enseñado a los discípulos a
rezar el Padre Nuestro. Pero la fraternidad con Jesús no era completa sólo con
tener Padre común, necesitábamos tener Madre también, y, Jesús que quiere que
nosotros seamos hermanos de Él, ya nos ha entregado el Padre y ahora
tiene que entregarnos la Madre, Madre común de Cristo y nuestra.
Bien, hasta ahí parece todo muy bonito pero,
¿qué debió de sentir la Virgen? Ella, estoy seguro, de que no debió de
resultarle muy difícil perdonar a Juan, a Pedro, a Santiago, que habían sido
unos cobardes traidores -unas horas antes Pedro había negado hasta que conocía
a Jesús- si había sido capaz de perdonar momentos antes a los fariseos que
insultaban a Cristo, no creo que le resultara muy difícil perdonar a Pedro,
perdonar a los discípulos. Pero hombre, perdonar, de perdonarles a sentirles
como sus hijos hay un gran paso. ¿Podría Ella amar tanto, que fuera capaz de
amar como a un hijo a aquellos que habían sido unos traidores para con Jesús?
Y además, Ella sabía y Jesús también, que no
estaba pidiéndole solamente la maternidad con Juan, ni siquiera con los
apóstoles representados por Juan, sino que estaba pidiéndole la maternidad con
todos, con todos nosotros, también con los pecadores. Él estaba pidiéndole a su
Madre que fuera Madre de los pecadores, Madre nuestra, Madre de cada uno de
nosotros, que cuando ofendemos a Jesús, estamos ofendiendo también a María.
¿El amor de María podía ser capaz de llegar
hasta ese extremo?
¿Podría ser capaz María de aceptar como hijos,
no solamente a los discípulos, sino hasta los enemigos de Cristo? ¿No sólo
perdonar, sino amar con esa medida especial con que una Madre ama a un hijo?
Eso fue lo que Cristo le pide y, eso fue lo que
la Virgen concede. Es un misterio de amor extraordinario, es una vez más donde
se nos muestra a María con esa capacidad espectacular para tener amor y para
obedecer a su Hijo.
Quisiera invitarles a ustedes a que fueran, por
ejemplo a Cadaqués a visitar a María que se la venera como "Madre de
la Esperanza" o a la parroquia de San Francisco en Santander donde también
se la venera precisamente con esta advocación "Madre de la Esperanza".
¿Y por qué?
Porque ahora tenemos que verle a Ella, no en la
esperanza que Ella tenía, sino en la medida en que Ella, por amor a nosotros se
convierte en Esperanza nuestra.
María Madre, Madre que no merezco, Tú eres mi
Esperanza, si me has querido tanto, si eres capaz de quererme como a un hijo
aunque no lo merezca, Madre, ahí encuentro yo precisamente mi Esperanza.
Feliz día para todos.
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