"Ventana abierta"
LAS
MANOS DEL ABUELO
Web católico de
Javier Olivares
¡Nunca volveré a ver mis manos de la misma manera!
El abuelo, con
noventa y tantos años, sentado débilmente en la banca del patio. No se movía,
solo estaba sentado cabizbajo mirando sus manos. Cuando me senté a su lado no
se dio por enterado y cuanto más tiempo pasaba, me pregunté si estaba bien.
Finalmente, no queriendo realmente estorbarle sino verificar que estuviese
bien, le pregunté cómo se sentía.
Levantó su cabeza, me
miró y sonrió. "Sí, estoy bien, gracias por preguntar", dijo en una
fuerte y clara voz.
"No quise
molestarte, abuelo, pero estabas sentado aquí simplemente mirando tus manos y
quise estar seguro de que estuvieses bien", le expliqué.
"¿Te has mirado
alguna vez tus manos?" preguntó. "Quiero decir, ¿realmente has mirado
tus manos?"
Lentamente abrí mis
manos y me quedé contemplándolas. Las volteé, palmas hacia arriba y luego hacia
abajo. No, creo que realmente nunca las había observado mientras intentaba
averiguar qué quería decirme. El abuelo sonrió y me contó esta historia:
"Detente y
piensa por un momento en tus manos, cómo te han servido bien a través de los
años. Estas manos, aunque arrugadas, secas y débiles han sido las herramientas
que he usado toda mi vida para alcanzar, agarrar y abrazar la vida.
Ellas pusieron comida
en mi boca y ropa en mi cuerpo. Cuando niño, mi madre me enseñó a plegarlas en
oración. Ellas ataron los cordones de mis zapatos y me ayudaron a ponerme mis
botas. Han estado sucias, raspadas y ásperas, hinchadas y dobladas. Se
mostraron torpes cuando intenté sostener a mi recién nacido hijo. Decoradas con
mi anillo de bodas, le mostraron al mundo que estaba casado y que amaba a
alguien especial.
Ellas temblaron
cuando enterré a mis padres y esposa y cuando caminé por el pasillo con mi hija
en su boda. Han cubierto mi rostro, peinado mi cabello y lavado y limpiado el
resto de mi cuerpo. Han estado pegajosas y húmedas, dobladas y quebradas, secas
y cortadas. Y hasta el día de hoy, cuando casi nada más en mí sigue trabajando
bien, estas manos me ayudan a levantarme y a sentarme, y se siguen plegando
para orar.
Estas manos son la
marca de dónde he estado y la rudeza de mi vida. Pero más importante aún, es
que son ellas las que Dios tomará en las Suyas cuando me lleve a casa. Y con
mis manos, Él me levantará para estar a Su lado y allí utilizaré estas manos
para tocar el rostro de Cristo".
Nunca volveré a mirar
mis manos de la misma manera. Pero recuerdo que Dios estiró las Suyas y tomó
las de mi abuelo y se lo llevó a casa.
Cuando mis manos
están heridas o dolidas, pienso en el abuelo. Sé que él ha recibido palmaditas
y abrazos de las manos de Dios. Yo también quiero tocar el rostro de Dios y
sentir Sus manos en el mío.
Nuestras manos son una genuina bendición, de hecho, basta imaginarnos el vernos privados de ellas o su uso para darnos cuenta de cuán importantes son. Otra cosa que la historia de hoy me hizo pensar fue lo que hacemos con esas manos en cuanto a nuestras relaciones con los demás: ¿las usaremos para abrazar y expresar cariño y afecto o las esgrimiremos para exhibir ira y rechazo? Ojalá que el pensamiento de hoy nos ayude a escoger con sabiduría. Que el Señor te bendiga, amigo lector."
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