"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL VIERNES
DE LA SÉPTIMA SEMANA DE PASCUA
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?»
Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»
Ya en el umbral de Pentecostés, la liturgia nos
propone como lectura evangélica (Jn 21,15-19) la conclusión del Evangelio según
san Juan, que nos ha acompañado durante prácticamente toda la Pascua. Este
pasaje constituye, junto a Mt 16,18 lo que tal vez sea el argumento bíblico más
decisivo sobre el primado de Pedro en la Iglesia universal.
Jesús, en su infinita pero misteriosa
sabiduría, ha escogido a uno de sus amigos íntimos para que “apaciente sus
corderos”, “pastoree sus ovejas”. Sí, al mismo Pedro que, luego de haber
asegurado que estaba dispuesto a dar su vida por Él (Jn 13,37), había terminado
negándolo tres veces (Mt 26,69-75). Mientras las multitudes seguían y aclamaban
a Jesús, era fácil decir que estaba dispuesto a dar la vida por Él. Cuando se
vieron rodeados de soldados y amenazados, ese entusiasmo se esfumó. Trato de
imaginarme la angustia, la frustración, la vergüenza que sintió Pedro al recordar
las palabras de Jesús cuando le dijo que antes de que cantara el gallo le
habría negado tres veces.
Ahora se encuentran por última vez, luego del
suceso traumático de la muerte de Jesús y su posterior resurrección. Ya todos
comprendían lo que Jesús les había adelantado sobre su resurrección. Una vez
más el ambiente es de sobremesa; acababan de consumir parte del producto de la
pesca milagrosa, y Jesús y su amigo Pedro tienen un “aparte”, probablemente
tomando un corto paseo a orillas del lago de Tiberíades. Jesús quiere confiarle
a Pedro el rebaño que con tanto amor Él había juntado. Por eso el diálogo gira
en torno al principal requisito que tiene que cumplir el que vaya a asumir
semejante tarea: el amor.
Jesús conoce lo que hay en nuestros corazones,
al punto que las palabras a veces pueden hasta tornarse en obstáculos. Pero aun
así le pregunta tres veces (el mismo número de las negaciones): “¿me amas más
que éstos?”; “¿me amas?”; “¿me quieres?”. Nos dice la escritura que a la
tercera pregunta Pedro “se entristeció”. Probablemente recordó las negaciones,
y también cuando su mirada se cruzó con la de Jesús en casa de Caifás. Jesús
sabe que Pedro lo ama, pero quiere que Pedro esté seguro que le ama. Porque la
labor que le va a encomendar es una de amor, pues solo el que ama “hasta que le
duela”, al punto de dar la vida, puede predicar el amor. Todo eso está implícito
en la última palabra: “Sígueme”.
Jesús le está confiando su más preciado tesoro,
y le está pidiendo que ese mismo amor que le tiene a Él, lo demuestre en su
entrega incondicional a ese “rebaño”. Después de todo, la misión de Pedro,
junto a los demás discípulos, va a ser solo una: predicar el Amor a todo el
mundo. Esa es también nuestra misión, y sobre esa gestión hemos de rendir
cuentas. Como nos dijo san Juan de la Cruz: “Al atardecer de la vida, seremos
examinados en el amor”.
Consciente del alcance y significado de la
pregunta, cierra los ojos, examina tu corazón y contesta la pregunta que Jesús
te está haciendo: “¿me amas?”
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