"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
MARTES DE LA DECIMOTERCERA SEMANA DEL T.O. (2)
“¡Cobardes! ¡Qué poca fe!” Inmediatamente “se
puso en pie, increpó a los vientos y al lago, y vino una gran calma”.
Al final del pasaje que la liturgia nos
presenta para hoy como primera lectura (Am 3,1-8; 4,11-12), el profeta Amós nos
refiere a la historia de la destrucción de Sodoma y Gomorra y cómo a pesar de
ello, y de que salvó a Lot y los suyos de la catástrofe, el pueblo no se
convirtió, no escuchó la voz del Señor: “Os envié una catástrofe como la de
Sodoma y Gomorra, y fuisteis como tizón salvado del incendio, pero no os
convertisteis a mí –oráculo del Señor-”.
¡Cuántas veces nos ocurre que cuando Dios nos
libra de una catástrofe, no bien nos sentimos a salvo, se nos olvida lo
magnánimo que Él ha sido con nosotros, y a la menor provocación le desobedecemos!
Se nos olvida a veces también que se nos ha
librado del mal, no necesariamente por nuestros propios méritos (tenemos la
tendencia a pensar que se nos libró de la catástrofe porque “nos lo
merecemos”), sino por los de aquellos que sí están en gracia de Dios y oran
constantemente por nosotros, como nuestros padres, cónyuges, hijos, familiares
y amigos. Ese fue el caso de Lot y su familia, a quienes Yahvé libró de la
catástrofe en consideración a su tío Abraham (Gn 19,29). Si Dios está con
nosotros, no hay calamidad de la que no podamos salvarnos, si esa es su
voluntad. Ese es el mensaje que nos trae la lectura evangélica de hoy (Mt
8,23-27).
Nos narra el pasaje que Jesús subió a una barca
y “sus discípulos lo siguieron”. Mientras navegaban por el lago de Galilea, se
desató una fuerte tormenta que amenazaba con hacer zozobrar la barca.
Recordemos que los discípulos eran marineros experimentados. Aun así, sintieron
miedo, pues se percataron de que sus habilidades habían llegado a su límite. A
todo esto, Jesús dormía plácidamente (¡Me encanta este simbolismo!).
Inmediatamente lo despertaron gritándole: “¡Señor, sálvanos, que nos hundimos!”
Jesús los regañó (¡otra vez!) y les dijo:
“¡Cobardes! ¡Qué poca fe!” Inmediatamente “se puso en pie, increpó a los
vientos y al lago, y vino una gran calma”.
Tres cosas queremos resaltar. Primero: Los
discípulos habían decidido “seguir” a Jesús; por tanto, Dios estaba con ellos.
Segundo: Jesús “dormía”. Tercero: Les flaqueó la fe.
Cuando nos embarcamos en la aventura del
“seguimiento” de Jesús, vamos a enfrentar muchas “tormentas”. Y cuando estamos
en medio de la tempestad, si no sentimos de inmediato la mano de Jesús, al
estar conscientes de nuestra incapacidad de enfrentar las olas y el viento por
nuestras propias fuerzas, nos desesperamos. Sentimos como si Él durmiera,
completamente ajeno a nuestra calamidad. Una vez más nuestra naturaleza humana
nos traiciona; nos dejamos apantallar por nuestra pequeñez, nuestra impotencia,
y se nos olvida su promesa (Cfr. Mt
28,20). “¿Dónde está Jesús?”. Es ahí cuando caemos de rodillas y clamamos:
“¡Señor, sálvanos, que nos hundimos!”
Entonces sentiremos el suave peso de la mano de Jesús sobre nuestro hombro, y veremos su sonrisa mientras nos dice: ¿Dónde está tu fe? ¿Se te olvida que te dije que iba a estar siempre a tu lado? Y la tormenta se calmará…
No hay comentarios:
Publicar un comentario