"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL DÉCIMO
TERCER DOMINGO DEL T.O. (C)
“El que echa mano al arado y sigue mirando
atrás no vale para el reino de Dios”.
El evangelio que nos presenta la liturgia para
hoy (Lc 9,51-62), marca el comienzo de la parte central del evangelio según san
Lucas, que abarca hasta el capítulo 19 y nos narra la “subida” de Jesús de
Galilea a la ciudad santa de Jerusalén, donde habría de culminar su misión
redentora, con su pasión, muerte, resurrección y glorificación (su “misterio
pascual”).
El primer versículo de la lectura nos señala la
solemnidad de esta travesía: “Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado
al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén”. Jesús había comenzado su
ministerio en Galilea; sabía cuál era la culminación de ese ministerio. Ya se
lo había anunciado a sus discípulos (Lc 9,22). Él sabe lo que le espera en
Jerusalén, pero enfrenta su misión con valentía. Sus discípulos aún no han
captado la magnitud de lo que les espera, pero le siguen.
Al pasar por Samaria piden posada y se les
niega, no tanto por ser judíos, sino porque se dirigían al Templo de Jerusalén.
Los discípulos reaccionan utilizando criterios humanos: “Señor, ¿quieres que
mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?” (Cfr. 2 Re 1,10). Ya los discípulos conocen el
poder de Jesús, pero aparentemente no han captado la totalidad de su mensaje.
¡Cuán soberbios se muestran los discípulos! Se creen que por andar con Jesús
tienen la verdad “agarrada por el rabo”; que pueden disponer del “fuego divino”
para acabar con sus enemigos.
Por eso Jesús “se volvió y les regañó”. En
lugar de castigar o maldecir a los que los que los despreciaron, Jesús se
limitó a “marcharse a otra aldea”. Ante esta lectura debemos preguntarnos:
¿cuántas veces quisiéramos ver “el fuego de Dios” caer sobre los enemigos de la
Iglesia, sobre los que nos injurian, o se burlan de nosotros por seguir a
Jesús, o por proclamar su Palabra? El mensaje de Jesús es claro: “Amen a sus
enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en
el cielo, porque él hace salir su sol sobre malos y buenos y hace caer la
lluvia sobre justos e injustos” (Mt 5,44-45).
La segunda parte de la lectura nos reitera la
radicalidad que implica el seguimiento de Jesús. Ante el llamado de Jesús uno
le dice: “Déjame primero ir a enterrar a mi padre”; a lo que Jesús replica:
“Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de
Dios”. Otro le dice: “Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi
familia”. A este, Jesús le contestó: “El que echa mano al arado y sigue mirando
atrás no vale para el reino de Dios”.
Esta exigencia contrasta con la vocación de
Eliseo que nos narra la primera lectura (1 Re 19,16b.19-21), en la que éste le
dice a Elías que le permita decir adiós a sus padres, y el profeta le contesta:
“Ve y vuelve; ¿quién te lo impide?”. Luego de ofrecer un sacrificio, dio de
comer a los suyos y se marchó tras Elías.
Jesús nos está planteando que las exigencias
del Reino son radicales. El seguimiento de Jesús tiene que ser incondicional.
Seguirle implica dejar TODO para ir tras de Él. No hay términos medios: “¡Ojalá
fueras frío o caliente! Por eso, porque eres tibio, te vomitaré de mi boca” (Ap
3,15b-16).
Él nos está diciendo: “Sígueme”. Y tú,
¿aceptas?
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