"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN ARA EL JUEVES DE LA
DECIMOTERCERA SEMANA DEL T.O. (2)
“Ponte en pie, coge tu camilla y vete a tu
casa”.
La liturgia de hoy (Mt 9,1-8) continúa la
narración de los diez milagros que sirven de preámbulo a la predicación del
Reino de los Cielos que comprende los capítulos 8 y 9 del relato evangélico de
Mateo.
Hoy Mateo nos presenta el pasaje de la curación
de un paralítico. Este episodio también lo recogen todos los sinópticos. Pero
mientras Marcos y Lucas le añaden el detalle de unos amigos que bajaron al
paralítico frente a Jesús desde el techo removiendo unas tejas, Mateo omite ese
detalle y va directo al reconocimiento de la fe de los que le trajeron al
hombre, y al diálogo que sigue, que constituye el meollo del mensaje de Jesús.
“¡Ánimo, hijo!, tus pecados están perdonados”.
Estoy seguro que nadie esperaba esa frase de parte de Jesús. Hasta entonces le
habían visto como el gran taumaturgo (hacedor de prodigios): curando enfermos,
demostrando su poder sobre la naturaleza, y hasta echando demonios. Pero,
¿ahora también se arroga el poder de perdonar pecados? ¡Blasfemia!, pensaron
todos. Ese poder le está reservado a Dios, pues solo a Él se ofende, se hiere
con el pecado.
Jesús, que ve en lo profundo de los corazones
de los hombres, sabía lo que estaban pensando y les ripostó: “¿Por qué pensáis
mal? ¿Qué es más fácil decir: ‘Tus pecados están perdonados’, o decir:
‘Levántate y anda’? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad
en la tierra para perdonar pecados –dijo dirigiéndose al paralítico–: Ponte en
pie, coge tu camilla y vete a tu casa”.
Para entender el alcance de este gesto de Jesús
tenemos que comprender la mentalidad de los escribas y fariseos. Para ellos, la
enfermedad era producto del pecado, y mientras más grave el pecado, más grave
la enfermedad. Y aunque Jesús había aclarado que la enfermedad no estaba ligada
al pecado (Jn 9,1-14), utiliza un signo visible, como es la desaparición de la
parálisis, para demostrar que, en efecto, los pecados de aquél hombre habían
sido perdonados. Es decir, utilizó el signo de la sanación corporal para
probarles la sanación espiritual del alma de aquél hombre que estaba en estado
de pecado.
No solo les demostró a sus detractores que los
pecados de aquél hombre habían sido perdonados, sino que también el hombre tuvo
la certeza de que había sido perdonado: “tus pecados están perdonados”.
Antes de partir, Jesús transmitió a sus
apóstoles y a sus sucesores el poder de perdonar los pecados: “Reciban el
Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen,
y serán retenidos a los que ustedes se los retengan” (Jn 20,22-23). Ese es el fundamento
del sacramento de la reconciliación. Cuando nos acercamos al sacramento con
nuestra alma “paralizada” por el pecado y confesamos nuestros pecados,
escuchamos la fórmula absolutoria que parafrasea las palabras de Jesús a aquél
paralítico: “tus pecados están perdonados”, y “ponte en pie”. Entonces tenemos
la certeza de que hemos sido perdonados. No hay nada que sustituya la sensación
que se siente en ese momento.
¿Cuánto tiempo hace que no te acercas al
sacramento de la reconciliación? Anda, ¡anímate! Verás cuán cerca de Dios te
sientes.
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