"Ventana abierta"
P. Leonardo Molina García S.J.
Fiesta
del Corpus Christi
Ciclo C
La institución de la Eucaristía se celebra
el Jueves Santo. ¿Qué sentido tiene dedicar otra fiesta al mismo misterio?
Podríamos decir que, en el Jueves Santo, el protagonismo es de Jesús, que se
entrega. En la fiesta del Corpus, el protagonismo es de la comunidad cristiana,
que reconoce y agradece públicamente ese regalo. Esta fiesta comenzó a
celebrarse en Bélgica en 1246, y adquirió su mayor difusión pública dos siglos
más tarde, en 1447, cuando el Papa Nicolás V recorrió procesionalmente con la
Sagrada Forma las calles de Roma. Dos cosas pretenden: fomentar la devoción a
la Eucaristía y confesar públicamente la presencia real de Jesucristo en el pan
y el vino.
En el ciclo C, las lecturas centran la
atención en el compromiso del cristiano con Jesús, al que debe recordar
continuamente con gratitud (2ª lectura), porque él lo sigue alimentando igual
que alimentó a la multitud (evangelio).
1ª lectura. ¿El primer anuncio de
la Eucaristía? (Gn 14,18-20)
El c.14 del Génesis cuenta una batalla
casi mítica de cinco reyes contra cuatro, en la que termina tomando parte Abrán
(no es una errata, el nombre se lo cambió más tarde Dios en el de Abrahán). Al
volver victorioso, devuelve al rey de Salén (Jerusalén) los prisioneros que le
habían hecho. Y su rey, Melquisedec, «le sacó pan y vino» y lo bendijo. A
nosotros puede parecernos traído por los pelos el que se elige esta lectura por
el simple hecho de mencionar al pan y el vino, pero los Padres de la Iglesia y
los artistas han visto siempre en esta escena un anuncio de la eucaristía, como
la mejor ofrenda que se nos puede hacer.
2ª lectura. “En recuerdo mío” (1
Corintios 11,23-26)
Dos veces insiste Pablo, al recordar la
institución de la Eucaristía, en que hay que realizarla «en memoria mía». Evoca
la imagen de un padre o una madre que, antes de morir, entrega una foto suya a
los hijos diciéndoles: «acuérdate de mí». Lo que pide Jesús es que recordemos
todo lo que hizo por nosotros a lo largo de su vida. La Eucaristía nos obliga a
echar una mirada al pasado y agradecer lo que hemos recibido de él. Pablo no
omite la mirada al pasado, pero la limita a la muerte de Jesús, su acto supremo
de entrega; y la proyecta luego al futuro, «hasta que vuelva».
Pablo escribe estas palabras a propósito
de los desórdenes que se habían introducido en la celebración de la Eucaristía
en Corinto, donde algunos se emborrachaban o hartaban de comer mientras otros
pasaban hambre. Por eso les advierte seriamente: cuando celebráis la cena del
Señor, no celebráis una comida normal y corriente; estáis recordando el momento
último de la vida de Jesús, su entrega a la muerte por nosotros. Celebrar la
eucaristía es recordar el mayor acto de generosidad y de amor, incompatible con
una actitud egoísta.
Evangelio. Segundo anuncio de la
Eucaristía (Lc, 9,11b-17)
Si la lectura del Génesis ha sido
considerada el primer anuncio de la Eucaristía, la multiplicación de los panes
es el segundo. Lucas, siguiendo a Marcos con pequeños cambios, describe una
escena muy viva, en la que la iniciativa la toman los discípulos. Le indican a
Jesús lo que conviene hacer y, cuando él ofrece otra alternativa, objetan que
tienen poquísima comida. La orden de recostarse en grupos de cincuenta
simplifica lo que dice Marcos, que divide a la gente en grupos de cien y de
cincuenta. Esta orden tan extraña se comprende recordando la organización del
pueblo de Israel durante la marcha por el desierto en grupos de mil, cien,
cincuenta y veinte (Éx 18,21.25; Dt 1,15). También en Qumrán se organiza al
pueblo por millares, centenas, cincuentenas y decenas (1QS 2,21; CD 13,1). Es
una forma de indicar que la multitud que sigue a Jesús equivale al nuevo pueblo
de Israel y a la comunidad definitiva de los esenios.
Jesús realiza los gestos típicos de la
eucaristía: alza la mirada al cielo, bendice los panes, los parte y los
reparte. Al final, las sobras se recogen en doce cestos.
¿Cómo hay que interpretar la
multiplicación de los panes?
Podría entenderse como el recuerdo de un
hecho histórico que nos enseña sobre el poder de Jesús, su preocupación no sólo
por la formación espiritual de la gente, sino también por sus necesidades
materiales.
Esta interpretación histórica encuentra
grandes dificultades cuando intentamos imaginar la escena. Se trata de una
multitud enorme, cinco mil personas, sin tener en cuenta que Lucas no habla de
mujeres y niños, como hace Mateo. En aquella época, la “ciudad” más grande de
Galilea era Cafarnaúm, con unos mil habitantes. Para reunir esa multitud
tendrían que haberse quedados vacíos varios pueblos de aquella zona. Incluso la
propuesta de los discípulos de ir a los pueblos cercanos a comprar comida
resulta difícil de cumplir: harían falta varios Hipercor y Alcampo para
alimentar de pronto a tanta gente.
Aun admitiendo que Jesús multiplicase los
panes y peces, su reparto entre esa multitud, llevado a cabo por solo doce
personas (unas mil por camarero, si incluimos mujeres y niños) plantea grandes
problemas. Además, ¿cómo se multiplican los panes? ¿En manos de Jesús, o en
manos de Jesús y de cada apóstol? ¿Tienen que ir dando viajes de ida y vuelta
para recibir nuevos trozos cada vez que se acaban? Después de repartir la
comida a una multitud tan grande, ya casi de noche, ¿a quién se le ocurre ir a
recoger las sobras en mitad del campo? ¿No resulta mucha casualidad que recojan
precisamente doce cestos, uno por apóstol? ¿Y cómo es que los apóstoles no se
extrañan lo más mínimo de lo sucedido?
Estas preguntas, que parecen ridículas, y
que a algunos pueden molestar, son importantes para valorar rectamente lo que
cuenta el evangelio. ¿Se basa el relato en un hecho histórico, y quiere
recordarlo para dejar claro el poder y la misericordia de Jesús? ¿Se trata de
algo puramente inventado por los evangelistas para transmitir una enseñanza?
El trasfondo del Antiguo
Testamento
Lucas, muy buen conocedor del Antiguo
Testamento vería en el relato la referencia clarísima a dos episodios bíblicos.
En primer lugar, la imagen de una gran
multitud en el desierto, sin posibilidad de alimentarse, evoca la del antiguo
Israel, en su marcha desde Egipto a Canaán, cuando es alimentado por Dios con
el maná y las codornices gracias a la intercesión de Moisés. Pero hay también
otro relato sobre Eliseo que le vendría espontáneo a la memoria. Este profeta,
uno de los más famosos de los primeros tiempos, estaba rodeado de un grupo
abundante de discípulos de origen bastante humilde y pobre. Un día ocurrió lo
siguiente:
«Uno de Baal Salisá vino a traer al
profeta el pan de las primicias, veinte panes de cebada y grano reciente en la
alforja. Eliseo dijo:
― Dáselos a la gente, que coman.
El criado replicó:
― ¿Qué hago yo con esto para cien
personas?
Eliseo insistió:
― Dáselos a la gente, que coman. Porque
así dice el Señor: Comerán y sobrará.
Entonces el criado se los sirvió, comieron
y sobró, como había dicho el Señor»
(2 Re 4,42-44).
Lucas podía extraer fácilmente una
conclusión: Jesús se preocupa por las personas que lo siguen, las alimenta en
medio de las dificultades, igual que hicieron Moisés y Eliseo antiguamente. Al
mismo tiempo, quedan claras ciertas diferencias. En comparación con Moisés,
Jesús no tiene que pedirle a Dios que resuelva el problema, él mismo tiene capacidad
de hacerlo. En comparación con Eliseo, su poder es mucho mayor: no alimenta a
cien personas con veinte panes, sino a varios miles con solo cinco, y sobran
doce cestos. La misericordia y el poder de Jesús quedan subrayados de forma
absoluta.
¿Sigue saciando Jesús nuestra
hambre?
Aquí entra en juego un aspecto del relato
que parece evidente: su relación con la celebración eucarística en las primeras
comunidades cristianas. Jesús la instituye antes de morir con el sentido
expreso de alimento: “Tomad y comed... tomad y bebed”. Los cristianos saben que
con ese alimento no se sacia el hambre física; pero también saben que ese
alimento es esencial para sobrevivir espiritualmente. De la eucaristía, donde
recuerdan la muerte y resurrección de Jesús, sacan fuerzas para amar a Dios y
al prójimo, para superar las dificultades, para resistir en medio de las
persecuciones e incluso entregarse a la muerte. Lucas volverá sobre este tema
al final de su evangelio, en el episodio de los discípulos de Emaús, cuando reconocen
a Jesús “al partir el pan” y recobran todo el entusiasmo que habían perdido.
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