"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA SÉPTIMA
SEMANA DE PASCUA
“… que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y
yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú
me has enviado”.
La liturgia de hoy nos presenta como lectura evangélica
(Jn 17,20-26) la tercera y última parte del “discurso de despedida” de Jesús a
sus discípulos, que transcurre en el trasfondo de la sobremesa de la última
cena. A partir de este momento vemos que la oración de Jesús al Padre por sus
discípulos inmediatos se convierte también en oración por todos los que en el
futuro habríamos de convertirnos en sus discípulos por la palabra de aquellos:
“Padre santo, no sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por
la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en
ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has
enviado”. En otras palabras, ora por la Iglesia que habría de fundarse sobre la
fe de los apóstoles. Ora por nosotros… Imagínate; ¡Cristo
ha orado por ti!
La súplica de Jesús al Padre es que haya unidad
entre todos sus discípulos, los contemporáneos y los futuros; y el modelo, el
marco de referencia que utiliza, es la unidad entre el Padre y Él, para que esa
unidad se convierta en predicación, en testimonio de la Verdad, que es
testimonio del Amor entre el Padre y el Hijo. De esta manera Jesús puede
continuar la revelación del Padre a través de su Palabra y de la comunión de
los creyentes.
Y nuestra misión, la misión de todos los bautizados
que hemos recibido el Espíritu Santo, es difundir esa Palabra para que a través
de ella otros crean también. Y el contenido de esa Palabra es solamente uno:
que el Padre ha enviado al Hijo por pura gratuidad en el acto de amor más
sublime en la historia. Y la manera de reciprocar ese amor es a través de
nuestros hermanos. Así se crea la comunión, la unidad: “que todos sean uno,
como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros”. Y
esa comunión, ese amor, será el distintivo de los verdaderos discípulos de
Jesús (Cfr. Jn 13,15).
Esta es la última plegaria de Jesús antes de
entrar en su Pasión. Nos está diciendo qué le mueve a aceptar voluntariamente
su Pasión, a entregar su vida. Ese es, podríamos decir, su testamento, su
última voluntad; que todos seamos uno, que vivamos en la unidad. Eso es lo que
Él quiere para la Iglesia que Él vislumbra en el horizonte. Ut unum sint!
Las últimas palabras de Jesús en esta plegaria
“sellan” la misma y nos muestran el propósito de sus palabras: “para que el
amor que me tenías esté con ellos, como también yo estoy con ellos”. Ese Amor
que sirve de hilo conductor y a su vez de agente catalítico al mensaje de
Jesús, que Juan nos expone de manera contundente en su relato evangélico; Amor
que tiene nombre y apellido: el Espíritu Santo que los discípulos recibirían en
Pentecostés, y que tú y yo recibimos el día de nuestro Bautismo.
¡Espíritu Santo,
ven a mí!
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