"Ventana abierta"
LA APARICIÓN MÁS EXTRAÑA EN EL SITIO MÁS
INESPERADO
P. Leonardo Molina S.J.
Domingo 3º de Pascua. Ciclo C.
El cuarto evangelio tuvo dos ediciones. La
primera terminaba en el c.20. Más tarde, no sabemos cuándo, se añadió un nuevo
relato, el que leemos hoy (Jn 21,1-19). El hecho de que se añadiese a un
evangelio ya terminado significa que su autor le daba especial importancia.
Un
comienzo sorprendente
Según el cuarto evangelio, cuando Jesús se
aparece a los discípulos al atardecer del primer día de la semana, les dice:
“Como el Padre me ha enviado, así os envío yo”. Pero ellos no deben tener muy
claro a dónde los envía ni cuándo deben partir. Vuelven a Galilea, a su oficio
de pescadores; en todo caso, resulta interesante que Natanael, el de Caná, no
se dirige a su pueblo; se queda con los otros. Pero no son once, solo siete.
Pedro propone ir a pescar, y se advierte su capacidad de liderazgo: todos le
siguen, se embarcan… y no pescan nada.
Algunos comentaristas han destacado las
curiosas semejanzas entre los evangelios de Lucas y Juan. Aquí tendríamos una
de ellas. En el momento de la vocación de los cuatro primeros discípulos,
también han pasado toda la noche bregando sin pescar nada, y una orden de Jesús
basta para que tengan una pesca abundantísima. Por otra parte, en la propuesta
de Pedro: “Me voy a pescar”, resuenan las palabras de Jesús: “Yo os haré
pescadores del hombres”.
Dos
reacciones: el impulsivo y el creyente
El relato de lo que sigue es tan escueto
que parece invitar al lector a imaginar la escena y completar lo que falta. El
contraste más marcado es entre el discípulo al que Jesús tanto quería y Pedro.
El primero reconoce de inmediato a Jesús, pero se queda en la barca con los
demás. Pedro, al que no se le pasado por la cabeza que se trate de Jesús, se
lanza de inmediato al agua… pero no sabemos qué hace cuando llega a la orilla.
Tampoco Jesús le dirige la palabra. Espera a que lleguen todos para decir que
traigan los peces, y de nuevo es Pedro el que sube a la barca y arrastra la red
hasta la orilla. Hay dos formas de protagonismo en este relato: el de la
intuición y la fe, representado por el discípulo al que quería Jesús, y el de
la acción impetuosa representado por Pedro.
[La cantidad de 153 peces se ha prestado a
numerosas teorías, pero ninguna ha conseguido imponerse. Según Plinio el Viejo,
existían ciento cincuenta y tres variedades de peces. El evangelista habría
querido decir que la pesca se extendió al mundo entero, abarcando a toda clase
de personas. “Se non è vero, è ben trovato”.]
El
misterio de la fe: seguridad sin certeza
Durante la comida, nadie dice nada, ni
siquiera Jesús. En ese silencio resalta uno de los mensajes más importantes del
relato: “Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque
sabían bien que era el Señor.” Lo saben, pero no pueden estar seguros, porque
su aspecto es totalmente distinto. Es otro de los puntos de contacto entre
Lucas y Juan. Los dos insisten en que Jesús resucitado es irreconocible a
primera vista: María Magdalena lo confunde con el hortelano, los discípulos de
Emaús hablan largo rato con él sin reconocerlo, los once piensan en un primer momento
que es un fantasma.
Frente a la apologética barata que nos
enseñaban de pequeños, donde la resurrección de Jesús parecía tan demostrable
como el teorema de Pitágoras, los evangelistas son mucho más profundos y
honrados. Sabemos, pero no nos atrevemos a preguntar.
¿Un
final eucarístico?
Jesús no dice nada, pero hace mucho. Los
gestos de dar el pan y el pescado recuerdan a la multiplicación de los panes y
los peces, con su claro mensaje eucarístico. La escena también recuerda a la de
los discípulos de Emaús, que no reconocen a Jesús, pero lo descubren al partir
el pan, aunque aquí no se habla de reconocimiento. Lo esencial es que Jesús
alimenta a sus apóstoles, dándoles de comer uno a uno.
Pedro
de nuevo: humildad y misión
La última parte, que se puede suprimir en
la liturgia, vuelve a centrarse en Pedro. Va a recibir la imponente misión de
sustituir a Jesús, de apacentar su rebaño. Hoy día, cuando se va a nombrar a un
obispo, Roma pide un informe muy detallado sobre sus opiniones políticas, lo
que piensa del aborto, del matrimonio homosexual, el sacerdocio de la mujer…
Jesús también examina a Pedro. Pero solo de su amor. Tres veces lo ha negado,
tres veces deberá responder con una triple confesión, culminando en esas palabras
que todos podemos aplicarnos: “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero”.
A pesar de las traiciones y debilidades.
Y Jesús le repite por tres veces la nueva
misión: “pastorea mis ovejas”. Cuando escuchamos esta frase pensamos de
inmediato en la misión de Pedro, y no advertimos la novedad que encierra “mis ovejas”.
La imagen del pueblo como un rebaño es típica del Antiguo Testamento, pero ese
rebaño es “de Dios”. Cuando Jesús habla de “mis ovejas” está
atribuyéndose ese poder y autoridad, semejantes a los del Padre, de los que
tanto habla el cuarto evangelio.
La alegría en la persecución (Hechos
5,27b-32.40b-41)
[Nota previa muy importante: La traducción
litúrgica ha suprimido algo esencial: los azotes a los apóstoles. El texto
griego dice: “llamando a los apóstoles, los azotaron, les
prohibieron hablar en nombre de Jesús y los soltaron”. En el leccionario, al
faltar los azotes, no se comprende por qué se marchan “contentos de haber
merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús”].
En la lectura podemos distinguir tres
secciones: 1) el sumo sacerdote interroga a los apóstoles y los acusa de seguir
hablando de Jesús, haciendo responsables a las autoridades judías de su muerte.
2) Pedro responde que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres, e
insiste en que Dios resucitó a Jesús. 3) Final: los azotan, les prohíben
nuevamente hablar de Jesús y ellos salen contentos de haber merecido ese
ultraje.
Dos detalles llaman la atención: a) la
necesidad que tienen los apóstoles de hablar de Jesús, aunque se lo prohíban y
los castiguen; así se explica la difusión del cristianismo en el ámbito del
siglo I por las regiones más distintas. b) La alegría en medio de las
persecuciones, que no tiene nada que ver con el masoquismo, sino como forma de
revivir el destino de Jesús.
Jesús exaltado (Apocalipsis 5,11-14)
Este tema lo ha tratado Pedro ante el sumo
sacerdote cuando dice: “La diestra de Dios lo exaltó, haciéndolo jefe y
salvador”. El Apocalipsis desarrolla este aspecto hablando del Cristo
glorioso del final de los tiempos. «Digno es el Cordero degollado de recibir el
poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza.»
Reflexión final
Las lecturas de este domingo son muy actuales.
Además de la persecución sangrienta de Jesús a través de los cristianos, está
el intento de silenciarlo, como pretendía el sumo sacerdote. Aunque a veces, el
problema no es que nos prohíban hablar de Jesús, sino que no hablamos de él por
miedo o por vergüenza.
Otras veces nos resulta difícil, casi imposible, identificarlo en la persona que tenemos delante. O admitir ese triunfo suyo del que habla el Apocalipsis. Las lecturas nos invitan a reflexionar y rezar para vivir de acuerdo con la experiencia de Jesús resucitado.
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