"Ventana abierta"
Leonardo Molina García. S.J.
LOS REYES MAGOS SOMOS NOSOTROS. FIESTA DE
LA EPIFANÍA
Fe adulta
Written by José Luis Sicre
El autor del primer evangelio (el de
Mateo), que probablemente reside en Antioquía de Siria, lleva años viviendo una
experiencia muy especial: aunque Jesús fue judío, la mayoría de los judíos no
lo aceptan como Mesías, mientras que cada vez es mayor el número de paganos que
se incorporan a la comunidad cristiana. Algunos podrían interpretar este
extraño hecho de forma puramente humana: los paganos que se convierten son
personas piadosas, vinculadas a la sinagoga judía, pero no se animan a dar el
paso definitivo de la circuncisión; los cristianos, en cambio, no les exigen
circuncidarse para incorporarse a la iglesia.
Mateo prefiere interpretar este hecho como
una revelación de Dios a los paganos. Para expresarlo, se le ocurre una idea
genial: anticipar esa revelación a la infancia de Jesús, usando un relato que
no debemos interpretar históricamente, sino como el primer cuento de Navidad.
Un cuento precioso y de gran hondura teológica. Y que nadie se escandalice de
esto. Las parábolas del hijo pródigo y del buen samaritano son también
cuentecitos, pero han cambiado más vidas que infinidad de historias reales.
La
estrella
Los antiguos estaban convencidos de que el
nacimiento de un gran personaje, o un cambio importante en el mundo, era
anunciado por la aparición de una estrella. Orígenes escribía en el siglo III:
“Se ha podido observar que en los grandes
acontecimientos y en los grandes cambios que han ocurrido sobre la tierra
siempre han aparecido astros de este tipo que presagiaban revoluciones en el
imperio, guerras u otros accidentes capaces de trastornar el mundo. Yo mismo he
podido leer en el Tratado de los Cometas, del estoico Queremón, que
han aparecido a veces en vísperas de algún acontecimiento favorable; de lo que
nos proporciona numerosos ejemplos” (Contra Celso I, 58ss).
Sin necesidad de recurrir a lo que
pensasen otros pueblos, la Biblia anuncia que saldrá la estrella de Jacob como
símbolo de su poder (Nm 24,17). Este pasaje era relacionado con la aparición
del Mesías.
El
bueno: los magos
De acuerdo con lo anterior, nadie en
Israel se habría extrañado de que una estrella anunciase el nacimiento del
Mesías. La originalidad de Mt radica en que la estrella que anuncia el
nacimiento del Mesías se deja ver lejos de Judá. Pero la gente normal no se
pasa las noches mirando al cielo, ni entiende mucho de astronomía. ¿Quién podrá
distinguirla? Unos astrónomos de la época, los magos de oriente.
La palabra “mago” se aplicaba en el siglo
I a personajes muy distintos: a los sacerdotes persas, a quienes tenían poderes
sobrenaturales, a propagandistas de religiones nuevas y a charlatanes. En
nuestro texto se refiere a astrólogos de oriente, con conocimientos profundos
de la historia judía. No son reyes. Este dato pertenece a la leyenda posterior,
como luego veremos.
El malo:
Herodes, los sumos sacerdotes y los escribas
La narración, muy sencilla, es una
auténtica joya literaria. El arranque, para un lector judío, resulta dramático.
“Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes”. Cuando Mt escribe su
evangelio han pasado ya unos ochenta años desde la muerte de este rey. Pero
sigue vivo en el recuerdo de los judíos por sus construcciones, su miedo y su
crueldad. Es un caso patológico de apego al poder y miedo a perderlo, que le
llevó incluso a asesinar a sus hijos y a su esposa Mariamme. Si se entera del
nacimiento de Jesús, ¿cómo reaccionará ante este competidor? Si se entera, lo
mata.
Un
cortocircuito providencial
Y se va a enterar de la manera más
inesperada, no por delación de la policía secreta, sino por unos personajes
inocentes. Mt escribe con asombrosa habilidad narrativa. No nos presenta a los
magos cuando están en Oriente, observando el cielo y las estrellas. Omite su
descubrimiento y su largo viaje.
La estrella podría haberlos guiado
directamente a Belén, pero entonces no se advertiría el contraste entre los
magos y las autoridades políticas y religiosas judías. La solución es fácil. La
estrella desaparece en el momento más inoportuno, cuando sólo faltan nueve
kilómetros para llegar, y los magos se ven obligados a entrar en Jerusalén.
Nada más llegar formulan, con toda
ingenuidad, la pregunta más comprometedora: “¿Dónde está el rey de los judíos
que ha nacido? Porque hemos visto su estrella y venimos a adorarlo”. Una bomba
para Herodes.
El
contraste
Y así nace la escena central,
importantísima para Mt: el sobresalto de Herodes y la consulta a sacerdotes y
escribas. La respuesta es inmediata: “En Belén, porque así lo anunció el
profeta Miqueas”. Herodes informa a los magos y éstos parten. Pero van solos. Esto
es lo que Mt quiere subrayar. Entre las autoridades políticas y religiosas
judías nadie se preocupa por rendir homenaje a Jesús. Conocen la Biblia, saben
las respuestas a todos los problemas divinos, pero carecen de fe. Mientras los
magos han realizado un largo e incómodo viaje, ellos son incapaces de dar un
paseo de nueve kilómetros. El Mesías es rechazado desde el principio por su
propio pueblo, anunciando lo que ocurrirá años más tarde.
Los magos no se extrañan ni desaniman.
Emprenden el camino, y la reaparición de la estrella los llena de alegría.
Llegan a la casa, rinden homenaje y ofrecen sus dones. Estos regalos se han
interpretado desde antiguo de manera simbólica: realeza (oro), divinidad
(incienso), sepultura (mirra). Es probable que Mt piense sólo en ofrendas de
gran valor dentro del antiguo Oriente. Un sueño impide que caigan en la trampa
de Herodes.
Los
Reyes magos no son los padres, somos nosotros
A alguno quizá le resulte una
interpretación muy racionalista del episodio y puede sentirse como el niño que
se entera de que los reyes magos no existen. Podemos sentir pena, pero hay que
aceptar la realidad. De todos modos, quien lo desee puede interpretar el relato
históricamente, con la condición de que no pierda de vista el sentido teológico
de Mt. Desde el primer momento, el Mesías fue rechazado por gran parte de su
pueblo y aceptado por los paganos. La comunidad no debe extrañarse de que las
autoridades judías la sigan rechazando, mientras los paganos se convierten.
Nosotros somos los herederos de esos
paganos convertidos. Y debemos preguntarnos hasta qué punto nos parecemos a
ellos. No se trata de hacer un largo viaje de miles de kilómetros, ni de llevar
regalos costosos. A Jesús lo tenemos muy cerca: en la iglesia, en el prójimo,
en nosotros mismos. ¿Tenemos el mismo interés de los Magos en presentarnos ante
él y adorarlo? Si buscamos en nuestro interior, encontraremos algo que
ofrecerle.
La
mitificación de la estrella
La estrella ha atraído siempre la
atención, y sigue ocupando un puesto capital en nuestros nacimientos. Mt, al
principio, la presenta de forma muy sencilla, cuando los magos afirman: “hemos
visto salir su estrella”. Sin embargo, ya en el siglo II, el Protoevangelio
de Santiago la aumenta de tamaño y de capacidad lumínica: “Hemos visto
la estrella de un resplandor tan vivo en medio de todos los astros que
eclipsaba a todos hasta el punto de dejarlos invisibles”. Y el Libro
armenio de la infancia dice que acompañó a los magos durante los nueve
meses del viaje.
En tiempos modernos incluso se ha
intentado explicarla por la conjunción de dos astros (Júpiter y Saturno,
ocurrida tres veces en 7/6 a.C.), o la aparición de un cometa (detectado por
los astrónomos chinos en 5/4 a.C.). Esto es absurdo e ingenuo. Basta advertir
lo que hace la estrella. Se deja ver en oriente, y reaparece a la salida de
Jerusalén hasta pararse encima de donde está el niño. Puesta a guiarlos, ¿por
qué no lo hace todo el camino, como dice el Libro armenio de la
infancia? ¿Y cómo va a pararse una estrella encima de una cuna? Para Dios
«nada hay imposible», pero dentro de ciertos límites.
El
número y nombre de los magos
En el Libro armenio de la infancia (de
finales del siglo IV) se dice: “Al punto, un ángel del Señor se fue
apresuradamente al país de los persas a avisar a los reyes magos para que
fueran a adorar al niño recién nacido. Y éstos, después de haber sido guiados
por una estrella durante nueve meses, llegaron a su destino en el momento en
que la Virgen daba a luz... Y los reyes magos eran tres hermanos: el primero
Melkon (Melchor), que reinó sobre los persas; el segundo, Baltasar, que reinó
sobre los indios, y el tercero, Gaspar, que tuvo en posesión los países de los
árabes”. Para Mt, el dato esencial es que no son judíos, sino extranjeros.
Según Justino proceden de Arabia. Luego se
impone Persia. En cuanto al número, la iglesia siria habla de doce.
El contraste entre la primera lectura y el
evangelio
La liturgia parece ver en el relato de los magos el cumplimiento de lo anunciado en el libro de Isaías (Is 60,1-6). Sin embargo, la relación es de contraste. En Isaías, la protagonista es Jerusalén, la gloria de Dios resplandece sobre ella y los pueblos paganos le traen a sus hijos, los judíos desterrados, la inundan con sus riquezas, su incienso y su oro. En el evangelio, Jerusalén no es la protagonista; la gloria de Dios, el Mesías, se revela en Belén, y es a ella adonde terminan encaminándose los magos. Jerusalén es simple lugar de paso, y lugar de residencia de la oposición al Mesías: de Herodes, que desea matarlo, y de los escribas y sacerdotes, que se desinteresan de él.
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