"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA TERCERA SEMANA DEL T.O. (2)
El pasaje nos narra, además, cómo David logró unificar todas las tribus de
Israel, convirtiéndose en el primero en gobernar efectivamente sobre ambos
reinos, el del Norte (Israel) y el del Sur (Judá), que hasta entonces habían
estado divididos: “en Jerusalén reinó treinta y tres años sobre Israel y Judá”.
David fue quien conquistó la ciudad de Jerusalén y el monte Sión, en donde aún
permanecen sus restos. “Mi fidelidad y misericordia lo acompañarán, por mi
nombre crecerá su poder: extenderé su izquierda hasta el mar, y su derecha
hasta el Gran Río” (Sal 88).
“Un reino en guerra civil no puede subsistir; una familia dividida no
puede subsistir”. Esas palabras las pronuncia Jesús en la perícopa que nos
narra el Evangelio de hoy (Mc 3,22-30), cuando los escribas le acusan de expulsar
demonios “con el poder del jefe de los demonios”.
Jesús contrapone la figura del reino dividido de Satanás (“Si Satanás se
rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está
perdido”) con la figura del Reino que Él ha venido a instaurar en donde la
constante es el perdón, la dulzura (“Creedme, todo se les podrá perdonar a los
hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan”). Es entonces que Jesús
pronuncia esa frase que resulta controversial para muchos: “pero el que blasfeme
contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para
siempre”. Esta frase, tan fuerte, se recoge en los tres evangelios sinópticos
(Mt 12,32; Mc 3,29; Lc 12,10)
¿No acaba de decir que “todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados
y cualquier blasfemia que digan”? ¿A qué se refiere con “blasfemia contra el
Espíritu Santo”? El Catecismo de la Iglesia Católica (1864) nos dice que:
“quien se niega deliberadamente a acoger la misericordia de Dios mediante el
arrepentimiento rechaza el perdón de sus pecados y la salvación ofrecida por el
Espíritu Santo. Semejante endurecimiento puede conducir a la condenación final
y a la perdición eterna”. Es obvio, Dios no puede perdonar a quien no acepta su
perdón. El Espíritu Santo es quien nos permite reconocer nuestros pecados,
hacer acto de contrición y pedir el perdón de estos, y es por Su poder que esos
pecados son perdonados (Cfr.
Jn 20,22-23).
Los fariseos del pasaje que contemplamos hoy blasfemaban contra el
Espíritu Santo al atribuir al poder de Satanás los milagros y portentos que
Jesús suscitaba en virtud de su propia divinidad y por la operación del
Espíritu Santo, cuyo poder se negaban a reconocer. Esa actitud obstinada e
impenitente les impedía recibir el perdón de sus pecados, con lo que compraban
su condenación.
Señor, ayúdanos a ser dóciles a la voz de tu Santo Espíritu para que podamos reconocer nuestros pecados, conscientes de que, mediante Su poder, acudiendo al sacramento de la reconciliación, podemos recibir el perdón de estos.
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