"Ventana abierta"
Cuando unos peces rescataron la Eucaristía de un río
El milagro
eucarístico de los Peces de Alboraya
UN PASO AL DÍA
Los católicos creemos firmemente que Jesús está
realmente presente con todo su cuerpo, sangre, alma y divinidad en la Santa
Eucaristía. Y parece que a Dios también le gusta que el resto de su creación
conozca de este maravilloso milagro. ¡Hasta los peces!
EL DÍA DE JULIO DE 1348 ESTABA TORMENTOSO EN
ALBORAYA, POBLADO DE LA REGIÓN DE VALENCIA (ESPAÑA). NUMEROSOS RELÁMPAGOS,
SEGUIDOS DE TRUENOS ATERRADORES, ACENTUABAN EL PELIGRO DEL FUERTE AGUACERO.
AHÍ ESTABA SENTADO JUNTO A LA VENTANA, EL PÁRROCO, QUE PREPARABA EL SERMÓN DE
LA MISA DOMINICAL, CONFIADO EN QUE LA INCLEMENCIA DEL TIEMPO LO LIBRARÍA DE
INTERRUPCIONES. PERO NO FUE ASÍ Y LA INTERRUPCIÓN SE CONVIRTIÓ EN LO QUE LUEGO
SE LLAMÓ EL MLAGRO EUCARÍSTICO DE “DELS PEIXETS”.
EL CURA ES LLAMADO A DAR LA
COMUNIÓN A UN MORIBUNDO
En un día de primavera, que por los cómputos
hechos debió corresponder al 10 de junio de 1348, el cura párroco de Alboraya,
pequeño lugar inmediato a Valencia, fue requerido por varios vecinos de
Almácera pueblecito habitado por moriscos, para llevar el viático a un judío converso
llamado Masamardá, (nombre que hoy en
día es conocido por todos al haberlo aplicado a una partida del término
municipal de Alboraya para mejor conservarlo y recordarlo), que se hallaba en
peligro de muerte.
El padre de almas estuvo pronto dispuesto para
ejercer su sagrado ministerio. Se
revistió de sobrepelliz y estola; del
fondo del tabernáculo extrajo un coborrio -especie de arquilla con cadena que
se colgaba pendiente del cuello, y que anterioridad al Concilio de Trento
usaban los sacerdotes cuando tenían necesidad de administrar la comunión fuera
de la iglesia-; colocó en el
interior del mismo tres Formas consagradas, montó en una mula y, acompañado del
sacristán y de varios devotos que se presentaron voluntariamente, tomó el camino
de Almácera.
LAS FORMAS SE CAEN AL ARROYO
Los términos
municipales de Alboraya y Almácera se hallaban separados por el barranco de
Carraixet. El puente que lo atraviesa fue construido bien entrado el siglo. En
el momento histórico que comentamos, el paso de una a otra población había de
hacerse necesariamente vadeando las aguas del barranco, cosa siempre molesta, y en época de lluvias,
extremadamente peligrosa.
En aquella ocasión venia el Carraixet tan
crecido, con tanta violencia se deslizaban las aguas, que cuando el sacerdote
portador del Viático fue a vadearlo, el ímpetu de la corriente le derribó de la cabalgadura que montaba,
yendo a parar al fondo del agua, juntamente con la arquilla y las sagradas
Formas.
Escapó el cura hecho una sopa, como Dios le dio
a entender, de tan apurado trance, y mohíno y contrapuesto retornó a Alboraya
para dar cuenta a sus feligreses de lo sucedido, lo que obligo a aquellos a
efectuar las más activas diligencias para el cobro de tan estimables prendas.
HALLAN LOS PECES CON LAS FORMAS
EN LA BOCA
Efecto del interés con que llevaron a cabo la
empresa fue dar con la arquilla, más no así con las Formas, que por haberse
abierto aquella, habían ido a parar, sin duda, al fondo del barranco. Los
vecinos de Alboraya, en lugar de desanimarse, redoblaron sus esfuerzos;
bordeando las orillas del Carraixet llegaron hasta su desembocadura en el mar,
y en la lengua de agua donde acaba su reflujo, vieron con asombro tres grandes peces que, con las cabezas levantadas,
mostraban en sus bocas las Formas que
tan afanosamente venían buscando.
Atónitos quedaron los piadosos labradores a la
vista de tan portentoso milagro; postrados de hinojos adoraron a Dios, y acto
seguido corrieron hacia el pueblo para dar cuenta al señor cura de lo que sucedía.
Este, con sobrepelliz, estola y capa pluvial, acudió con cuanta premura le fue
posible. Tan pronto como alcanzó a ver el sobrenatural espectáculo, se llegó de rodillas hasta los peces, que
permanecían inmóviles, los que, alargando la cabeza, uno detrás de otro, fueron
depositando su preciosa carga en un hermoso cáliz que doña Teresa Gil de Vidaurre, tercera esposa
del rey D. Jaime el conquistador, había regalado a la iglesia de Alboraya.
Una vez recibido el augusto Sacramento con la
veneración y alegría, acompañado de sus feligreses, el sacerdote protagonista
de este suceso dio la vuelta hacia el pueblo.
Consumió las Formas en una solemne misa que celebro a continuación, y a la terminación de ésta, dio cuenta del
milagro sucedido a D. Hugo de Fenollet, el prelado que regentaba por aquel
entonces la diócesis Valentina; quien, ante notario eclesiástico, mandó formar la correspondiente prueba, que confirmaron más tarde Escolano, Ballester
y otros cronistas regnícolas que se inspiraron en el proceso original instruido
en el año 1349.
El copón de tan singular maravilla se conserva
aún hoy como perpetuo recuerdo del milagro, y para hacer nacer la fe en los
corazones de quienes no creen, han grabado en él esta frase feliz: ¿Quién negará de este Pan el Misterio,
cuando un mudo pez nos predica la fe?
En el lugar del milagro se erigió una ermita que lleva el nombre de
“Ermita dels Peixets”en lengua
valenciana, que significa en castellano “Ermita de los pececitos”, cuya imagen
se muestra abajo. Junto a la Ermita, situada a tan sólo unos 4 kilómetros de la
ciudad de Valencia, existe además un pequeño parque en la actualidad.
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