"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL TERCER
DOMINGO DEL T.O. (C)
Al finalizar la lectura, Jesús enrolló el
libro, lo devolvió al que le ayudaba, y dijo: “Hoy se cumple esta Escritura que
acabáis de oír”.
El Evangelio que la liturgia propone para hoy
(Lc 1,1-4; 4,14-21) contiene el pasaje del llamado “discurso programático” de
Jesús, recogido en la lectura del libro de Isaías que Jesús leyó en la sinagoga
de Nazaret, donde se había criado.
Al finalizar la lectura, Jesús enrolló el
libro, lo devolvió al que le ayudaba, y dijo: “Hoy se cumple esta Escritura que
acabáis de oír”. Es en este momento que queda definida la misión de Jesús,
asistido por el Espíritu Santo. Nos encontramos en el inicio de esa misión que
culminará con su Misterio Pascual (pasión, muerte y resurrección). Pero antes
de ascender en gloria a los cielos, nos encomendó a nosotros, la Iglesia, la
tarea de continuar su misión: “Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena
Noticia a toda la creación” (Mc 16,15).
Y a cada uno de nosotros corresponde una tarea
distinta en esa evangelización. Sobre eso nos habla san Pablo en la segunda
lectura de hoy (1 Cor 12,12-30). En esta carta san Pablo nos presenta a la
Iglesia como cuerpo de Cristo: “Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos
miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo
cuerpo, así es también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y
libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo
cuerpo…. El cuerpo tiene muchos miembros, no uno solo… Dios distribuyó el
cuerpo y cada uno de los miembros como él quiso. Si todos fueran un mismo
miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Los miembros son muchos, es verdad, pero el
cuerpo es uno solo… Pues bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es
un miembro. Y Dios os ha distribuido en la Iglesia…”
El éxito de la misión evangelizadora de la
Iglesia depende de cada uno de sus miembros, pues de lo contrario quedaría
coja, o muda, o tuerta, o manca. Una diversidad de carismas (Cfr. 1 Co 12,11) puestas al servicio de un fin
común: cumplir el mandato de ir por todo el mundo a proclamar la Buena Nueva a
toda la creación.
Aunque en una época se pensaba en esos carismas
del Espíritu como don extraordinario, casi milagroso, concedido de manera
excepcional a unos “escogidos”, el Concilio Vaticano II dejó claramente establecido
que “el mismo Espíritu Santo, no solamente santifica y dirige al pueblo de Dios
por los Sacramentos y los ministerios y lo enriquece con las virtudes, sino que
‘distribuyendo sus dones a cada uno según quiere’ (1 Co 12, 11), reparte entre
toda clase de fieles, gracias incluso especiales, con las que los dispone y
prepara para realizar variedad de obras y de oficios provechosos para la
renovación y más amplia y provechosa edificación de la Iglesia” (Lumen Gentium 12). Eso nos incluye a ti y a mí. ¡Atrévete!
En este día del Señor, pidámosle que nos
permita reconocer los dones que el Espíritu ha derramado sobre nosotros, y nos
conceda la gracia de ponerlos al servicio de su cuerpo, que es la Iglesia, para
continuar Su misión evangelizadora.
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