"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA CUARTA SEMANA DEL T.O. (2)
“Los espíritus inmundos salieron del hombre y
se metieron en los cerdos; y la piara, unos dos mil, se abalanzó acantilado
abajo al lago y se ahogó en el lago”.
El Evangelio de hoy (Mc 5,1-20) nos presenta a
Jesús en territorio pagano. La lectura evangélica que contemplamos el sábado
pasado nos mostraba a Jesús dirigiéndose a territorio pagano, a Gerasa, que
quedaba al otro lado del lago de Galilea. El pasaje nos relata un suceso
ocurrido cuando Jesús llegó junto a sus discípulos a su destino, después de
calmar la tormenta que enfrentaron en la barca que los traía. Gerasa era una
antigua ciudad de la Decápolis, una de las siete divisiones políticas
(“administraciones”) de la provincia Romana de Palestina en tiempos de Jesús.
Al llegar allí le salió al encuentro “un hombre
poseído de espíritu inmundo” que vivía en el cementerio entre los sepulcros.
Jesús exorciza al endemoniado, y los espíritus inmundos que lo tenían poseído
salieron del hombre y se metieron en una gran piara de cerdos (unos dos mil),
que “se abalanzó acantilado abajo al lago y se ahogó en el lago”. Al enterarse
de la curación del endemoniado, todos quedaron maravillados (“espantados”).
Pero tan pronto se enteraron de lo ocurrido con los cerdos, “le rogaban que se
marchase de su país”.
Debemos recordar que aunque la carne de cerdo
está prohibida para los judíos, los gerasenos la consumen. Por tanto, la muerte
de dos mil cerdos representaba para ellos una pérdida económica considerable.
De nuevo, la admiración que sintieron por Jesús ante la curación del
endemoniado se tornó en desprecio ante las consecuencias materiales. Para esta
gente, los cerdos, y el valor económico que ellos representaban, eran más
importantes que la calidad de vida de un solo hombre. La liberación de un
hombre valía menos que una piara de cerdos. Antepusieron los valores materiales
a los valores del Reino. El mensaje de Jesús resultó demasiado incómodo. Nos
recuerda la parábola del joven rico: “Al oír esto, el joven se fue triste, porque
era rico” (Cfr. Mt 19,16-22). Hoy no es diferente. Cuando el seguimiento de
Jesús interfiere con nuestras “seguridades” materiales, preferimos ignorar el
llamado a renunciar a estas.
Se trata de la economía de la exclusión e
inequidad que critica el papa Francisco en el número 53 de su Exhortación
Apostólica Evangelii Gaudium, sobre el anuncio del Evangelio en el
mundo actual (lectura recomendada para todo cristiano del siglo XXI): “No puede
ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que
sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede
tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es
inequidad”.
Otro detalle cabe resaltar. Cuando echaron a Jesús del lugar, el hombre que había curado pidió acompañarle, y Jesús no se lo permitió. Jesús deja claro que Él es quien escoge a sus discípulos (los llama por su nombre). Además, contrario a su conducta usual (el “secreto mesiánico” que hemos discutido en ocasiones anteriores), le pidió al hombre que fuera a anunciar a los suyos “lo que el Señor ha hecho contigo por su misericordia”. Jesús quiere sembrar la semilla del Reino entre los paganos. Él vino para redimirnos a todos, sin distinción. A ti, y a mí. Y nos invita a hacer lo mismo. ¿Aceptas? ¡Atrévete!
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