"Ventana abierta"
Historias tiernas
P. Leonardo Molina. S.J.
Los tres Reyes, de camino
Durante horas cae la nieve espesa,
pesadamente, tanto que no es posible distinguir lo que son campos de patatas o
maizales, o quizás, donde los trigos nacen.
O simples prados.
Toda blanca está la superficie de la
tierra. Blanca, igualmente, blanca uniformemente blanca.
Allá – no lejos- aparece un pueblecito.
Y la nieve va cayendo como si nunca fuese a dejar de caer. Hoy desde luego, no. Y tampoco mañana. Quizás, pasado.
Tres caminantes iban por la carretera
andando…En la nieve se hundían hasta las rodillas.
Con aquel frío sufría especialmente
Baltasar. Y su capa de color rojo, tan liviana, hubiese sido más adecuada en
las doradas arenas de su tierra, que en mitad de este paisaje invernal. Sin
embargo, él bien decidido que caminaba tras de Melchor y Gaspar.
Tenía Gaspar larga barba y puntiaguda, y
tan blanca como la nieve misma. Su capa era de color negro…
Melchor no tenía barbas, ni tampoco
arrugas tenía su cara; y su capa era de un luminoso amarillo…
Iban caminando, metiendo los pies en el
hueco que en la nieve había dejado abierto la pisada del que iba delante.
Iban mirando frecuentemente al cielo, y no
era factible el contemplarlo, porque lo único que veían era el ver venir,
cayendo, la intensa masa de copos de nieve.
Sin embargo, allí estaba el cielo, pues sí
que podían distinguir bien la estrella, que en la nevada parecía una lucecita –
de tierna – tonalidad… Allí estaba, invariable persistiendo y guiándoles.
Habían dejado ya atrás el pequeño pueblo,
y ellos seguían más y más de camino. Había allí un enorme árbol, lleno de ramas
muy pobladas y retorcidas en caprichosos giros curvadas.
De repente, la estrella centelleó luciendo
mucho más intensa…luego, cedió su destellar y pareció como había venido siendo
hasta ahora.
Baltasar, con su roja capa, les gritó:
- ¿Habéis visto?
Claro, los tres lo habían visto y
decidieron quedarse allí, bajo aquel árbol…
- ¡Tiene que ser por aquí! En algún punto,
cerca de este árbol. Pero, ¿dónde?
- Nos quedaremos aquí aguardando -dijo
Melchor.
Así que allí se quedaron,
Tendieron en el árbol una tela a modo de
techado, y se sentaron y se envolvieron con sus capas…
Nada decían, callaban allí y la nieve
caía, también sin ruido
Al parecer se durmieron.
Una voz les llamó despertando. Ante ellos habíase detenido un hombre de poblada barba gris, tal como el color del burrito al cual llevaba de la brida; y sobre el cual iba sentada una mujer.
El asnillo iba hozando con su tierno
hocico hacia el rojo manto del rey negro.
El hombre les preguntó:
- ¿No hay por aquí cerca ningún pueblecito o
aldea? ¡Se hace ya de noche y estamos cansados y buscamos cobijo…!
Gaspar dijo:
- Ahí,
un poco más atrás han dejado un pueblecito. Está no más de ½ hora de camino.
Allí hallarán lo que desean
El hombre hizo un gesto de cabeza con lo
que les agradecía la indicación y tiró del asnillo, -que solo a disgusto se
apartó de la capa de Baltasar.
Y así hombre y mujer y asno desparecieron
en el temporal de nieve
Entonces Gaspar dijo;
- ¡Eran ellos! ¡Son ellos!
- ¿Quiénes? - dijo Melchor
- ¿Quiénes? - dijo Baltasar…
- ¡Ellos! ¡¡Eran ellos!! Repetía Gaspar, con
su rostro iluminado de alegría.
Baltasar entonces, entusiasmado, también
dijo:
- ¡Claro!
¡Ellos, un hombre y una mujer sobre un asnillo! ¡Sí, pero nosotros venimos
buscando a un Niño!... (algo enfadado dijo esto) …y ¡aún lo
buscaremos!
- Pero
acaso no lo veis? Dijo con ternura Gaspar… ¿No habéis visto acaso a la mujer,
en su estado de Buena Esperanza?
Y entonces comprendieron y Baltasar, de la
alegría, ¡casi se vuelve blanco!
¡Y Melchor cogió en su mano uno de
aquellos copos de nieve y lo alzó, como signo de Esperanza!
Gaspar preguntó;
- ¿Tenéis listos los regalos?
Y fueron los tres a comprobar lo que
llevaban en sus bolsas
Y se sentaron, de nuevo, allí, en mitad de
los torbellinos de la nieve, y se quedaron mirando los regalos allí puestos
ante ellos, bajo la nieve. Y la nieve giraba en derredor de los regalos, pero
ni uno solo copo caía sobre ellos.
Allí estuvieron ellos toda la noche. – No,
no se helaron, sino que pasaron el tiempo muy alegremente, en cánticos.
Cantaron canciones pastoriles, típicas de
cada uno, de su tierra, esperando el amanecer.
Que llegó con un sol claro y esplendoroso
el día.
Había cesado de nevar.
El árbol, bajo el cual se habían guarecido
estaba, a la luz del día ¡deslumbrador!
Gaspar gritó:
- Y ahora, ¡al pueblecito!
George Britting
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