"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA SEXTA SEMANA
DEL T.O. (2)
“Él les preguntó: ‘Y vosotros, ¿quién decís que
soy?’ Pedro le contestó: ‘Tú eres el Mesías’”.
La lectura evangélica que nos ofrece la
liturgia para hoy (Mc 8,27-33) nos presenta la profesión de fe de Pedro.
Mientras se dirigía a las aldeas de Cesarea de Filipo para continuar su misión,
Jesús realiza una “encuesta” entre sus discípulos sobre quién decía la gente
que Él era. Ellos contestaron lo que se decía: “Unos, Juan Bautista; otros,
Elías, y otros, uno de los profetas”. Luego les pregunta directamente a ellos:
“Y vosotros, ¿quién decís que soy?”. Entonces Pedro, iluminado por el Espíritu
Santo, exclamó: “Tú eres el Mesías”. A esa profesión de fe le sigue el pedido
de Jesús a sus discípulos de guardar silencio al respecto (de nuevo el famoso
“secreto mesiánico” del Evangelio según san Marcos).
Pero como no hay profesión de fe sin prueba (1
Pe 1,7), Jesús no pierde tiempo en anunciar el camino que le espera: “El Hijo
del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos,
sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días”. En
esta expresión de Jesús no hay insinuaciones, ni simbolismos; es la verdad
cruda y tajante de lo que le espera. Los cuatro verbos que utiliza son
inequívocos: “padecer”, “ser condenado”, “ser ejecutado”, y “resucitar”. Es el
primer anuncio de la pasión por parte de Jesús. Pero los discípulos todavía no
captan el verdadero significado de las palabras de Jesús.
Pedro, contento de haber recibido el don de la
fe que le permitió confesar el mesianismo de Jesús, se escandalizó y comenzó a
increparlo. Su naturaleza humana le impedía aquilatar el valor salvífico del
camino de la pasión que Jesús tenía que caminar. Por eso Jesús le reprende,
utilizando las mismas palabras que usó para reprender a Satanás cuando le tentó
en el desierto (Mt 4,10): “¡Quítate de mi vista, Satanás!”. Pedro se había quedado
en el “gozo” de la fe, pero no había podido concretizarla; no había alcanzado a
leer la “letra chica” que Jesús no tarda en señalarle en los versículos que
siguen al pasaje de hoy y leeremos mañana (Mc 8,34-35): “El que quiera venirse
conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el
que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por
el Evangelio la salvará”. De nuevo los adjetivos inequívocos: “negarse” a sí
mismo, y “cargar” con la Cruz.
Jesús nos invita a seguirle, pero ese
seguimiento no puede ser a medias, tiene que ser radical; Jesús no admite
términos medios ni tibiezas. “Nadie que pone su mano en el arado y mira hacia
atrás, es apto para el Reino de Dios” (Lc 9,62). “Ojalá fueras frío o caliente.
Pero como eres tibio, y no frío ni caliente voy a vomitarte de mi boca” (Ap
15b-16). Palabras fuertes, pero que expresan la seriedad del compromiso que
contraemos los que decidimos seguir a Jesús. En otras palabras, no existe tal
cosa como un cristiano light.
Nadie ha dicho que esto de seguir a Jesús es fácil; pero el premio que nos espera vale la pena (1 Co 9,24-25; 1 Pe 5,4). Esa promesa nos permite estar alegres en la enfermedad y en la tribulación. ¡Atrévete!
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