"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL SÉPTIMO
DOMINGO DEL T.O. (C)
El evangelio de hoy (Lc 6,27-38) nos presenta
una especie de “secuela” a las Bienaventuranzas que contemplábamos el pasado
domingo. En este pasaje Jesús pretende dar contenido a las Bienaventuranzas.
Jesús nos está diciendo que las normas contenidas en las Bienaventuranzas no
son algo teórico, sino que podemos identificar a nuestros “enemigos” con unos
personajes concretos: los que nos odian, los que nos maldicen, los que nos
injurian, los que nos pegan, los que nos engañan, los que nos roban… Contrario
a la reacción natural de nosotros ante esas situaciones, Jesús nos pide que
amemos, que bendigamos, que hagamos el bien, que “presentemos la otra mejilla”,
que no reclamemos, que no esperemos nada…
Si miramos a nuestro alrededor, no será muy
difícil encontrar varias personas a quienes se nos hace difícil amar; personas
que parecen vivir para “hacernos la vida cuadritos”. Y Jesús nos está pidiendo
que amemos a esas personas; que les deseemos el bien de todo corazón, que
oremos por ellas, que seamos generosos con ellas, que no les reclamemos, que
seamos compasivos. Jesús no se está refiriendo a meros sentimientos; nos está
hablando de asumir actitudes concretas respecto a esos enemigos. “Pues, si
amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a
los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito
tenéis?” Esa es la “prueba de fuego” del que quiere seguir a Jesús, del
verdadero “discípulo” que quiere vivir el Evangelio.
Jesús nos pide que nos pongamos en el lugar de
estos “enemigos”; que los tratemos como nos gustaría que nos trataran a
nosotros, porque la misma medida que usemos con ellos la usarán con nosotros:
“Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y no seréis
juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados;
dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida,
rebosante”. La Palabra siempre nos interpela, nos hace enfrentarnos con
nosotros mismos. Si todo el mundo nos tratara como merecemos, ¿cómo sería ese
trato?
¡Uf! Nadie ha dicho que esto de ser cristiano
es fácil: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su
cruz y sígame” (Mt 16,24). ¿Difícil? Sí. ¿Imposible? No. “Todo lo puedo en
Aquél que me fortalece” (Fil 4,13).
Hace tiempo leí un relato de un sabio que
decía: “Amar es una decisión, y el fruto de esa decisión es el amor”. Jesús nos
está pidiendo que asumamos unas actitudes concretas hacia nuestros “enemigos”;
en otras palabras, que tomemos la decisión de amarlos, amarlos como Dios los
ama y como nos ama a nosotros, a pesar de todas nuestras faltas.
Por otro lado, un viejo proverbio chino nos
recuerda que un viaje de mil leguas comienza con un paso. Hoy Jesús nos invita
a dar ese “primer paso” con la promesa de que Él nos brindará la fortaleza para
continuar adelante, para que esa decisión de amar a nuestros enemigos rinda
fruto. Y ese fruto ha de ser el amor…
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