"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA SÉPTIMA SEMANA DEL T.O. (2)
“Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo
impidáis; de los que son como ellos es el reino de Dios”.
En ocasiones anteriores hemos dicho que de
todos los evangelistas Marcos es quien más acentúa la dimensión humana de
Jesús. El pasaje que nos presenta la lectura evangélica que contemplamos hoy
(Mc 10,13-16) es un ejemplo vivo de ello.
Nos dice la Escritura que la gente le acercaba
a Jesús niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al ver
esta actitud en sus discípulos, Jesús se enfadó (otras versiones dicen que se
“indignó”) y les dijo la tan conocida frase: “Dejad que los niños se acerquen a
mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de Dios. Os
aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él”.
Añade la lectura que “los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos”.
Este es uno de esos pasajes que nos narran los
tres sinópticos (Ver: Mt 19, 13-15; Lc 18, 15-17). Mateo menciona el hecho de
que los discípulos les “reñían”, pero se limita a decir que Jesús pidió que
permitieran a los niños acercarse y que les imponía las manos. Lucas se limita
a mencionar lo primero, pero ni tan siquiera menciona que les impusiera las
manos.
Marcos nos revela un Jesús muy humano, igual a
nosotros en todo menos en el pecado (Cfr.
Hb 4,15). Un Jesús capaz de enojarse ante la torpeza y falta de caridad de sus
discípulos, y a la vez un Jesús tierno, amoroso, que abraza… sobre todo a los
niños. ¡Qué diferencia entre la actitud de Jesús y la de sus discípulos! Hemos
señalado que en tiempos de Jesús los niños eran seres insignificantes, ni tan
siquiera se sentaban a la mesa con sus padres; se sentaban con los criados.
Jesús se identifica con ellos, los acoge, los abraza. Con su gesto nos está
demostrando, no solo sus sentimientos, sino su preferencia por los más
pequeños, los más débiles, los más indefensos, los marginados.
Pero con sus palabras también nos está
señalando la actitud que tenemos que seguir frente a Dios y las cosas de Reino.
Tenemos que ser capaces de maravillarnos, ver las cosas sin dobleces, actuar
espontáneamente, sin segundas intenciones ni agendas ocultas, ser capaces de
acercarnos a Dios con la confianza y la inocencia de un niño: “el que no acepte
el reino de Dios como un niño, no entrará en él”.
No se trata de asumir una actitud “infantil”
respecto a las cosas de Dios y del Reino. Se trata de confiar en la Divina
Providencia, aprender a depender de Dios como lo hace un niño con su padre o,
más aun, con su madre.
Para entrar en el Reino hay que despojarse de
toda pretensión; hay que recordar que queremos entrar en un Reino donde el que
reina se hizo servidor de todos.
Te lo aseguro. Si logras despojarte de toda
ínfula de autosuficiencia y bajar todas tus “defensas” ante la presencia de
Dios, sentirás Su tierno y cálido abrazo, que sin necesidad de palabras te
expresará el amor más grande que hayas experimentado jamás. Y no tendrás más
remedio que compartirlo. De eso se trata el Reino.
No olviden visitar la Casa del Padre; Él les
espera…
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