"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
SÁBADO DE LA SEXTA SEMANA DEL T.O. (2)
La liturgia de hoy nos presenta la versión de
Marcos de la Transfiguración (9,2-13), otro de esos eventos importantes que
aparecen en los tres evangelios sinópticos.
Nos dice la lectura que Jesús tomó consigo a
los discípulos que eran sus amigos inseparables: Pedro, Santiago y su hermano
Juan, y los llevó a un “monte alto”, que la tradición nos dice fue el Monte
Tabor. Allí “se transfiguró delante de ellos”, es decir, les permitió ver, por
unos instantes, la gloria de su divinidad, apareciendo también junto a Él Elías
y Moisés, conversando con Él.
Como hemos dicho en ocasiones anteriores, esta
narración está tan preñada de simbolismos, que resulta imposible reseñarlos en
estos breves párrafos. No obstante, tratemos de resumir lo que la
transfiguración representó para aquellos discípulos.
Aunque nos dice la lectura que los discípulos
no sabían qué decir porque “estaban asustados”, no hay duda que ya han
comprendido que Jesús es el Mesías; por eso lo han dejado todo para seguirlo,
sin importar las consecuencias de ese seguimiento. Pero todavía no han logrado
percibir en toda su magnitud la gloria de ese Camino que es Jesús. Así que Él
decide brindarles una prueba de su gloria para afianzar su fe. Podríamos
comparar esta experiencia con esos momentos que vivimos, por fugaces que sean, en
que vemos manifestada sin lugar a dudas la gloria y el poder de Dios; esos
momentos que afianzan nuestra fe y nos permiten seguir adelante tras los pasos
del Maestro.
Pedro quedó tan impactado por esa experiencia,
que cuando escribió su segunda carta (2 Pe 1-16-19), lo reseñó con emoción,
recalcando que fue testigo ocular de la grandeza de Jesús, añadiendo que
escuchó la voz del Padre que les dijo: “Este es mi Hijo muy amado en quien me
complazco”.
El simbolismo de la presencia de Elías y Moisés
en este pasaje es fuerte, pues Elías representa a los profetas y Moisés
representa la Ley (los profetas y la Ley son otra forma de referirse al Antiguo
Testamento). Y el hecho de que aparezcan flanqueando a Jesús, quien representa
el Evangelio, nos apunta a la Nueva Alianza en la persona de Jesucristo (los
términos “Testamento” y “Alianza” son sinónimos), la plenitud de la Revelación.
Pero hay algo que siempre me ha llamado la
atención sobre el relato evangélico de la Transfiguración. ¿Cómo sabían los
apóstoles que los que estaban junto a Jesús eran Elías y Moisés, si ellos no
los conocieron y en aquella época no había fotos? Podríamos adelantar, sin
agotarlas, varias explicaciones, todas en el plano de la especulación.
Una posibilidad es que al quedar arropados de la
gloria de Dios se les abrió el entendimiento y reconocieron a los personajes.
Otra posible explicación que es que por la conversación entre ellos lograron
identificarlos.
Hoy nosotros tenemos una ventaja que aquellos
discípulos no tuvieron; el testimonio de su Pascua gloriosa, y la
“transfiguración” que tenemos el privilegio de presenciar en cada celebración
eucarística. Pidamos al Señor que cada vez que participemos de la Eucaristía,
los ojos de la fe nos permitan contemplar la gloria de Jesús y escuchar en
nuestras almas aquella voz del Padre que nos dice: “Este es mi Hijo amado,
escuchadlo”.
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