"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA CUARTA
SEMANA DEL T.O. (2)
Jesús envió a los doce apóstoles a predicar el
Evangelio.
“Jesús instituyó a Doce para que estuvieran con
él, y para enviarlos a predicar” (Mc 3,14). Así nos dice el Evangelio según san
Marcos al narrarnos la “vocación” de los doce. De ahí en adelante vemos cómo
Marcos constantemente nos presenta a “Jesús con sus discípulos” enfrentándose a
las multitudes que se agolpaban frente a Él, frente a los adversarios que
querían eliminarlo, frente a los incrédulos, haciéndole frente al maligno,
expulsando demonios. Los discípulos, especialmente los “doce”, han seguido sus
pasos, se han sentado a sus pies a escuchar sus enseñanzas, has sido testigos
del anuncio de la Buena Noticia por parte de Jesús, han aceptado compartir su
destino. En otras palabras, se han comportado como verdaderos discípulos.
El relato evangélico de hoy (Mc 6,7-13) nos
presenta el momento de la “prueba”. Ha terminado el período de adiestramiento.
Llegó la hora de la verdad. Jesús llama a los doce y por primera vez los
“envía” como verdaderos apóstoles. Solos, sin el maestro, en su primer “vuelo de práctica”. Pero los envía
de dos en dos. Ese gesto de Jesús, como todos sus actos, tiene un fin
pedagógico. La misión evangelizadora es una labor de equipo, no hay (o no debe
haber) lugar para protagonismos.
Y al enviarlos, les dio “autoridad sobre los
espíritus inmundos”. Esta frase tenemos que leerla en el contexto religioso-cultural
de la época de Jesús en la cual sus contemporáneos veían a Satanás en todas
partes. Lo cierto es que la Palabra que ellos iban a proclamar no era una
campaña publicitaria para vender algo que va a “hacernos sentir bien”, a la
manera de algunas sectas. No, la Palabra de Dios, “cortante como espada de dos
filos” (Hb 4,12), nos hace enfrentarnos a nuestros pecados, a nuestros propios
demonios.
En palabras de Bruno Maggioni, “la misión es, como dice Marcos, una lucha
contra el maligno; donde llega la palabra del discípulo, Satanás no tiene más
remedio que manifestarse, tienen que salir a la luz el pecado, la injusticia,
la ambición; hay que contar con la oposición y con la resistencia. Por eso el
discípulo no es únicamente un maestro que enseña, sino un testigo que se
compromete en la lucha contra Satanás de parte de la verdad, de la libertad y
del amor”.
Como parte esencial de las “instrucciones” (me
imagino a Jesús como el “coach” de un equipo de fútbol, dando las últimas
instrucciones a sus jugadores antes del primer partido de la temporada), les
encargó que viajaran livianos, que llevaran “un bastón y nada más, pero ni pan,
ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una
túnica de repuesto”. Dos lecciones. Nada que pueda preocuparles perder; nada
que desvíe su atención de la misión que se les ha encomendado. Segundo: confiar
en la providencia divina. El que los envió, se encargará de proveer.
Finalmente, les prepara para el rechazo,
compañero inseparable del misionero. Y la instrucción es sencilla y al grano:
“si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los
pies”. El mensaje de Jesús interpela, no nos puede dejar neutrales e
indiferentes; lo aceptamos o lo rechazamos. Y muchos optan por el rechazo, la
vía más fácil. En ese caso, vayamos a “sembrar” en otros campos.
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