"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL LUNES DENTRO DEL TIEMPO
DE NAVIDAD
“Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.
Durante este tiempo
de Navidad la liturgia continúa proponiéndonos el comienzo del Evangelio según
san Juan, cuya lectura comenzamos el pasado 31 de diciembre con el testimonio
de Juan el Bautista (1,1-18): “Éste es de quien dije: ‘El que viene detrás de
mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo’”.
En los versículos siguientes (19-28) vemos la
“investigación” por parte de las autoridades religiosas sobre la identidad de
Juan el Bautista y el Mesías. Confrontado por las autoridades, Juan aclara que
él no es el Mesías, que él es meramente el precursor, el heraldo que ha venido
a preparar al camino para Aquél de quien dice: “no soy digno de desatar la
correa de su sandalia”.
En el texto que nos brinda la Liturgia para
hoy (Jn 1,29-34) vemos como la trama ha ido progresando hasta culminar con el
encuentro. Pero no es Juan quien va hacia Él, es Cristo quien viene hacia él:
“al ver Juan a Jesús que venía hacia él…” En ese momento, Juan profiere
inmediatamente la declaración que había estado soñando durante toda su vida:
“Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Su misión principal
había culminado (Cfr.
Lc 1,76-79).
Esta última frase de Juan encierra todo el
misterio de la Encarnación que hemos estado contemplando durante el tiempo de
Navidad, pues explica el propósito de Dios al enviar a su Hijo a “acampar”
entre nosotros. Los israelitas ofrecían corderos en sacrificio por la expiación
de sus pecados. Inclusive los sacerdotes ofrecían sacrificio por sus propios
pecados antes de hacerlo por los demás (Hb 9,7). Al identificar a Jesús como el
“Cordero de Dios”, Juan nos apunta al destino que esperaba a Jesús, a quien el
mismo Dios habría de ofrecer en sacrificio por los pecados de toda la
humanidad; por los tuyos y los míos.
Es decir, Cristo no es el cordero que los
hombres ofrecen en sacrificio en el Templo para que Dios perdone sus pecados,
sino el Cordero elegido por Dios para quitar los pecados del mundo. Como nos
dice el autor de la carta a los Hebreos: “Él comienza diciendo: ‘Tú no has
querido ni has mirado con agrado los sacrificios, los holocaustos, ni los
sacrificios expiatorios’, a pesar de que están prescritos por la Ley. Y luego
añade: ‘Aquí estoy, yo vengo para hacer Tu voluntad’. Así declara abolido el
primer régimen para establecer el segundo. Y en virtud de esta voluntad
quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha de una
vez para siempre” (Hb 10,8-10).
Ese sacrificio es el que permite que el
apóstol diga en la primera lectura de hoy (1Jn 2,29; 3,1-6): “Queridos, ahora
somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que,
cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual
es”. Todo comenzó en Nazaret, se concretizó en Belén, y culminará en Jerusalén.
Y fue por amor… Y ese amor de Dios debe ser el motivo de nuestra alegría
durante ese tiempo de Navidad, y todas nuestras vidas.
¡Feliz Navidad! Sí, todavía es Navidad…
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