"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA DÉCIMO OCTAVA SEMANA DEL T.O. (2)
“Tú has roto un yugo
de madera, yo… pondré yugo de hierro al cuello de todas estas naciones.”
La lectura evangélica
que nos ofrece la liturgia para hoy (Mt 14,13-21) es la misma que leímos ayer,
décimo octavo domingo del T.O., la versión de Mateo de la “primera
multiplicación de los panes”.
La primera lectura
(Jr 28,1-17) nos presenta una situación que no es ajena a nuestro tiempo: los falsos
profetas. Jeremías ha venido denunciando los pecados del pueblo y anunciando el
castigo que habría de sobrevenir a manos del rey Nabucodonosor. Como gesto
simbólico de lo que le esperaba al pueblo, Yahvé había ordenado a Jeremías
colocarse un yugo de madera al cuello, y advertirles al rey Josías y a los
embajadores de los reinos vecinos, que no importaba lo que éstos hicieran, Él
los iba a someter a todos bajo el yugo de Nabucodonosor (Jr 27).
Dios, conociendo la naturaleza
humana, les advirtió: “Vosotros, pues, no oigáis a vuestros profetas, adivinos,
soñadores, augures ni hechiceros que os hablan diciendo: “No serviréis al rey
de Babilonia”, porque cosa falsa os profetizan para alejaros de sobre vuestro
suelo, de suerte que yo os arroje y perezcáis”.
A pesar de esas advertencias,
en el pasaje de hoy encontramos a Ananías, profeta de la corte, quien,
contrario a lo profetizado por Jeremías, dice que el Señor le reveló que
Nabucodonosor sería derrotado por Sedecías y sus aliados, devolviendo al templo
todos los tesoros, y a Judea aquellos que ya había sido desterrados (para este
momento todavía no se había completado la deportación a Babilonia, y el Templo
no había sido destruido aún). Y para enfatizar su “profecía”, Ananías le quitó
el yugo de madera que Jeremías llevaba al cuello y lo rompió, diciendo: “Así
dice el Señor: ‘Así es como romperé el yugo del rey de Babilonia, que llevan al
cuello tantas naciones, antes de dos años’”.
Jeremías, que había deseado
que las palabras de Ananías fueran ciertas (“Amén, así lo haga el Señor”), no
quiso confrontarlo y decidió marcharse. Pero el Señor le detuvo y le ordenó
regresar para decirle a Ananías: “Así dice el Señor: Tú has roto un yugo de
madera, yo… pondré yugo de hierro al cuello de todas estas naciones, para que
sirvan a Nabucodonosor, rey de Babilonia”. De paso, le anunció la muerte de
Ananías antes de un año, lo que, de hecho, ocurrió.
Ananías se presenta como el
prototipo del profeta que “acomoda” el mensaje de Dios, escogiendo solo
aquellas partes que todos queremos escuchar. ¡Cuántos de esos “profetas de la
prosperidad” escuchamos a diario! Por el contrario, tendemos a rechazar el mensaje
de aquellos que nos predican el verdadero Evangelio, que implica negaciones,
sacrificios, “tomar nuestra cruz de cada día” y abandonarlo todo para seguir a
Jesús.
Es bien fácil anunciar la
felicidad (es lo que todos deseamos, ¿no?). Por eso cuando escuchamos un
mensaje como “Pare de sufrir”, todos corren a buscar el aceite, o el pañuelo, o
la rosa, que les va a traer la felicidad y la prosperidad aquí y ahora. Lo
cierto es que a quien único trae prosperidad ese mensaje es al falso profeta
que vende sueños a quienes el mensaje de Jesús les resulta incómodo.
¡Ojo!, mantengamos los ojos
abiertos para no caer presa de esos embaucadores (Cfr. Mt
7,15).
No hay comentarios:
Publicar un comentario