"Ventana abierta"
PANDEMIA Y EUCARISTÍA
DOMINGO 18. CICLO A
P. Leonardo Molina García
Durante estos meses de pandemia, muchas
personas se han visto en la imposibilidad de comulgar. Las lecturas de este
domingo pueden ayudarles a comprender mejor y valorar más el don de la
eucaristía.
Un alimento gratuito frente a otros caros
que no sacian (Isaías 55,1-3)
«¿Tiene hambre o sed? Entre y compre sin
pagar». «No vaya a la tienda de enfrente; sus productos son caros y no alimentan?».
«Entre y coma gratis platos sustanciosos». Ni el supermercado más agresivo
haría una propaganda como esta: lo llevaría a la ruina.
Pero este breve pasaje del libro de
Isaías, contraponiendo un alimento espléndido y gratuito a otro caro e
insustancial, nos ayuda a pensar en nuestras dos fuentes de alimentación: la
física y la espiritual, la comida ordinaria (que cuesta y solo sacia unas
horas) y la eucaristía (gratuita y que alimenta hasta la vida eterna).
¿Valoramos adecuadamente la segunda? ¿La hemos echado de menos durante estos
meses?
Jesús alimenta gratuitamente a su
comunidad (Mateo 14,13-21)
Cuando los discípulos de Juan Bautista le
comunican a Jesús la muerte de su maestro, se retira en barca a un sitio
apartado. No va en busca de Herodes a denunciarlo. Huye, para poder seguir
cumpliendo su misión. Lo sigue mucha gente de todos los pueblecillos, siente
lástima y cura a los enfermos. Al caer la tarde, multiplica los panes para
alimentar a una gran multitud formada por cinco mil varones acompañados de
mujeres y niños. ¿Cómo hay que interpretar este episodio?
Problemas de la interpretación puramente
histórica
Podríamos entender el relato como el
recuerdo de un hecho histórico que demostraría el poder de Jesús y la bondad de
Jesús: no solo cura a los enfermos sino que se preocupa también por las
necesidades materiales de la gente. Esta interpretación histórica encuentra
grandes dificultades cuando intentamos imaginar la escena.
Se trata de una multitud enorme, quizá
diez o quince mil personas, si incluimos mujeres y niños, como indica
expresamente Mateo. Para reunir esa multitud tendrían que haberse quedados
vacíos varios pueblos de aquella zona.
La propuesta de los discípulos de ir a los
pueblos cercanos a comprar comida resulta difícil de cumplir: harían falta
varios Hipercor y Alcampo para alimentar a tanta gente.
Aun admitiendo que Jesús multiplicase los
panes, su reparto entre esa multitud, llevado a cabo por solo doce camareros (a
unas mil personas por cabeza) plantea grandes problemas.
¿Cómo se multiplican los panes? ¿En manos
de Jesús, o en manos de Jesús y de cada apóstol? ¿Tienen que ir dando viajes de
ida y vuelta para coger nuevos trozos cada vez que se acaban?
¿Por qué no dice nada Mateo del reparto de
los peces? ¿Es que éstos no se multiplican?
Después de repartir la comida a una
multitud tan grande, ya casi de noche, ¿a quién se le ocurre ir a recoger las
sobras en mitad del campo?
¿Cómo es posible que nadie se extrañe de
lo sucedido?
Estas preguntas, que parecen ridículas, y
que a algunos pueden molestar, son importantes para valorar rectamente lo que
cuenta Mateo. ¿Se basa su relato en un hecho histórico, y quiere recordarlo
para dejar claro el poder y la misericordia de Jesús? ¿Se trata de algo
inventado por el evangelista para transmitir una enseñanza?
Problema de la interpretación racionalista
y moralizante
En el siglo XIX, por influjo especialmente
de la Vida de Jesús de Renan, se difundió la
tendencia a interpretar los milagros de forma racionalista, de modo que no
supusieran una dificultad para la fe. En concreto, lo que ocurrió en la
multiplicación de los panes fue lo siguiente: Jesús animó a sus discípulos y a
la gente a compartir lo que tenían, y así todos terminaron saciados. El relato
pretende fomentar la generosidad y la participación de los bienes. Esta
opinión, que sigue apareciendo incluso en libros pretendidamente científicos,
inventa algo que el evangelio no cuenta, incluso en contradicción expresa con
él, e ignora el mundo en el que fueron redactados los evangelios.
La interpretación simbólica y eucarística
A la comunidad de Mateo este episodio no
le resultaría extraño. Con su conocimiento del Antiguo Testamento vería en el
relato la referencia clarísima a dos pasajes bíblicos.
En primer lugar, la imagen de una gran
multitud de hombres, mujeres y niños, en el desierto, sin posibilidad de
alimentarse, evoca la del antiguo Israel, en su marcha desde Egipto a Canaán,
cuando es alimentado por Dios con el maná y las codornices gracias a la
intercesión de Moisés.
Hay también otro relato sobre Eliseo que
les vendría espontáneo a la memoria. Este profeta, uno de los más famosos de
los primeros tiempos, estaba rodeado de un grupo abundante de discípulos de
origen humilde y pobre. Un día ocurrió lo siguiente:
«Uno de Baal Salisá vino a traer al
profeta el pan de las primicias, veinte panes de cebada y grano reciente en la
alforja.
Eliseo dijo:
- Dáselos a la gente, que coman.
El criado replicó:
- ¿Qué hago yo con esto para cien
personas?
Eliseo insistió:
- Dáselos a la gente, que coman. Porque
así dice el Señor: Comerán y sobrará.
Entonces el criado se los sirvió, comieron
y sobró, como había dicho el Señor"
(2 Reyes 4,42-44).
Cualquier lector de Mateo podía extraer
fácilmente una conclusión: Jesús se preocupa por las personas que le siguen,
las alimenta en medio de las dificultades, igual que hicieron Moisés y Eliseo
en tiempos antiguos. Al mismo tiempo, quedan claras ciertas diferencias. En
comparación con Moisés, Jesús no tiene que pedirle a Dios que resuelva el
problema, él mismo tiene capacidad de hacerlo. En comparación con Eliseo, su
poder lo sobrepasa también de forma extraordinaria: no alimenta a cien personas
con veinte panes, sino a varios miles con solo cinco, y sobran doce cestos. La
misericordia y el poder de Jesús quedan subrayados de forma absoluta.
Sin embargo, aquellos lectores antiguos se
preguntarían qué sentido tenía ese relato para ellos. Porque su generación no
podía beneficiarse del poder y la misericordia de Jesús para saciar su hambre
en momentos de necesidad. Y sabían que otros muchos contemporáneos de Jesús
habían pasado hambre sin ser testigos de ningún milagro parecido. En el fondo,
la pregunta es: ¿sigue saciando Jesús nuestra hambre, nos sigue ayudando en los
momentos de necesidad?
Aquí entra en juego un aspecto esencial
del relato: su relación con la celebración eucarística en las primeras
comunidades cristianas. Es cierto que estos detalles no pueden exagerarse. Por
ejemplo, el levantar la vista al cielo y pronunciar la bendición antes de la
comida era un gesto normal en cualquier familia piadosa. También era normal
recoger las sobras. Sin embargo, Mateo ofrece un detalle importante: omite los
peces en el momento de la multiplicación. Algunos autores se niegan a darle
valor a este detalle. Pero es interesantísimo. Cuando se come pan y pescado, lo
importante es el pescado, no el pan. Carece de sentido omitir la mención del
alimento principal. Si se omite, es por una intención premeditada: acentuar la
importancia del pan, con su clara referencia a la eucaristía. Porque en ella
acontece lo mismo que en la multiplicación de los panes. Jesús la instituye
antes de morir con el sentido expreso de alimento: «Tomad y comed... tomad y
bebed». Los cristianos saben que con ese alimento no se sacia el hambre física;
pero también saben que ese alimento es esencial para sobrevivir
espiritualmente. De la eucaristía, donde recuerdan la muerte y resurrección de
Jesús, sacan fuerzas para amar a Dios y al prójimo, para superar las
dificultades, para resistir en medio de las persecuciones e incluso entregarse
a la muerte.
Un cristiano de hoy debería sacar el mismo
mensaje de este pasaje: Jesús se compadece de nosotros y manifiesta su poder
alimentándonos con su cuerpo y su sangre, mucho más importante que la
multiplicación de los panes y los peces. También podríamos sacar otras
enseñanzas: la obligación de preocuparnos por las necesidades materiales de los
demás, de poner a disposición de los otros lo poco o mucho que tengamos. Así,
los benedictinos alemanes han querido recordar la preocupación de Jesús por los
necesitados instituyendo en el sitio donde se recuerda la multiplicación de los
panes un centro de atención a niños disminuidos físicos. Pero lo esencial del
relato es lo que decíamos anteriormente.
Amor a Cristo y amor de Cristo (Romanos
8,35.37-39)
El evangelio habla de la compasión de
Jesús, de su preocupación por nuestras necesidades físicas y materiales. Pablo,
que experimentó ese amor, se pregunta si hay algo que pueda impedirle amar a
Cristo, negarlo o traicionarlo. Enumera siete posibilidades, incluida la del
martirio, y está convencido de que siempre saldrá victorioso gracias a «Aquel
que nos ha amado». Porque el amor de Dios, manifestado en Cristo, es tan grande
que ninguna realidad o criatura, por sublime y poderosa que parezca, podrá
apartarnos de él.
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