"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA DÉCIMA SEMANA DEL T.O. (2)
“La orza de harina no se vaciará, la alcuza de
aceite no se agotará, hasta el día en que el Señor envíe la lluvia sobre la
tierra”.
“Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la
sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y
que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una
ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para
meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a
todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean
vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo” (Mt
5,13-16). En esta corta lectura evangélica que nos propone la liturgia para
hoy, Jesús utiliza dos imágenes para expresar cómo debe ser nuestro
anuncio de Reino.
La primera de ella, “sal del mundo” nos hace
preguntarnos, ¿cómo puede volverse sosa la sal? En la antigüedad, la sal se
usaba en unas rocas (cristales) que se sumergían en los alimentos y se sacaban
una vez sazonados, para volverse a usar, hasta que la roca se tornaba insípida.
Entonces se descartaba.
La segunda de ellas, la lámpara que se enciende
y no se pone debajo del celemín, sino en el candelero para que alumbre, resulta
más obvia para nosotros.
Jesús utiliza imágenes, situaciones, gestos,
que les son familiares a la gente, para transmitir la realidad invisible del
Reino. Probablemente ha visto a su propia madre en muchas ocasiones utilizar
una roca de sal para sazonar la sopa, o traer un candil al caer la noche para
iluminar la habitación en que se encontraban. Él echa mano de esas imágenes
sencillas, domésticas, familiares, para enseñarnos la actitud que debemos tener
respecto a la Palabra de Dios que recibimos.
No podemos ser efectivos en nuestro anuncio de
la Buena Noticia del Reino si no nos alimentamos continuamente con la Palabra y
la Eucaristía, pues llegará un momento en que nuestro mensaje perderá su sabor,
se tornará “soso”. Podremos continuar entre nuestros hermanos, pero ya no
seremos eficaces en nuestro anuncio del Reino.
Hemos dicho en innumerables ocasiones que no
basta con conocer la Palabra, tenemos que internalizarla, hacerla nuestra,
“creerle” a Jesús. Solo así lograremos que nuestro anuncio sea eficaz.
En la primera lectura de hoy (1 Re 17,7-16) la
viuda de Sarepta creyó en la Palabra de Dios que recibió de labios del profeta
Elías (“La orza de harina no se vaciará, la alcuza de aceite no se agotará,
hasta el día en que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra”) y compartió con
él el último alimento que le quedaba a ella y a su hijo; es decir, realizó un
“acto de fe”. Ese acto de fe hizo posible el milagro: “Ni la orza de harina se
vació, ni la alcuza de aceite se agotó, como lo había dicho el Señor por medio
de Elías”.
El mensaje de Jesús es claro y es uno. No
podemos “acomodarlo” a nuestros gustos, necesidades o deseos. Muchas veces
creerle a Jesús nos duele, nos asusta, nos exige sacrificios, privaciones,
“creer contra toda esperanza” (Rm 4,18) como Abraham. Pero de algo podemos
estar seguros, que si lo hacemos, veremos manifestarse la gloria de Dios.
Entonces todos el que nos rodea creerá…
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