"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
LUNES DE LA DÉCIMA SEMANA DEL T.O. (2)
“Al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se
sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles”.
Finalizada la cincuentena de Pascua con la
Solemnidad de Pentecostés que celebráramos ayer, hoy retomamos en Tiempo
Ordinario de la Liturgia.
Y para hoy, la liturgia nos regala hoy la
versión de Mateo del pasaje de las Bienaventuranzas (Mt 5,1-12). Esta versión
es la que da el nombre de “Sermón de Montaña” o “Sermón del Monte” a este
pasaje pues, contrario a Mateo, la versión de Lucas nos presenta a Jesús
pronunciando el discurso de las Bienaventuranzas “en un paraje llano” (Lc
6,17).
La razón para la diferencia entre una y otra
versión obedece al fin pedagógico de cada relato evangélico, y al grupo a quien
va dirigido. Lucas escribe para fortalecer la fe de los cristianos que ya
estaban siendo perseguidos por profesar su fe. Mateo escribe su relato para los
judíos de Palestina convertidos al cristianismo, con el objetivo de probar que
Jesús es el Mesías prometido, ya que en Él se cumplen todas las profecías del
Antiguo Testamento.
Mateo quiere demostrar además, que en la
persona de Jesús se cumple la profecía de Dt 18,18. Para ello recurre a
establecer un paralelismo entre Jesús y Moisés: Moisés y Jesús perseguidos en
su infancia; Moisés y Jesús ofreciendo un pan de vida, Moisés escribiendo cinco
libros (la autoría humana del Pentateuco se le atribuía entonces a Moisés) y
Jesús pronunciando cinco grandes discursos.
Finalmente, del mismo modo que Moisés subió al
Monte Sinaí, Mateo nos presenta a Jesús subiendo “al monte”. Con ello quiere
significar que Jesús va a llevar a cabo la fundación del “nuevo pueblo de Dios”
basado en una nueva Alianza, con Jesús como el “nuevo Moisés”.
A diferencia del decálogo, que contiene unos
mandatos y unas prohibiciones abstractas, las Bienaventuranzas se refieren a
situaciones de hecho concretas (ej. pobreza, llanto, hambre, sed), sufrimientos
que viven todos los que trabajan en la construcción de ese nuevo orden al que
Jesús se refiere como “el Reino”. Por eso los sujetos de las Bienaventuranzas
no son las situaciones, sino las personas que las sufren por causa de la
justicia y por seguir los pasos de Jesús. A esos es que quienes Jesús llama “bienaventurados”,
a los que están dispuestos a “renunciar a sí mismos” para seguir a Jesús (Cfr. Mt 16,24; Mc 8,34).
Además de las situaciones pasivas que hemos
reseñado, hay otras activas, que nos presentan actitudes concretas que los
verdaderos discípulos de Jesús han de observar, como la mansedumbre, la
misericordia, la limpieza de corazón, y la lucha por la justicia. A estos
también Jesús llama “bienaventurados”.
El diccionario de la Real Academia Española
define “bienaventurado” como el “que goza de Dios en el cielo”. Y tiene razón,
porque las bienaventuranzas nos describen la conducta de los ciudadanos del
Reino; ese Reino que ya ha comenzado pero que todavía no ha culminado; el
famoso “ya, pero todavía”.
Hemos dicho en otras ocasiones que podemos
comenzar a vivir nuestro cielo en la tierra. ¿Cómo?, Jesús nos da la “receta”
en las Bienaventuranzas. Y si quisiéramos resumirlas podemos hacerlo en una
sola palabra: Amor.
“El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él” (Jn 14,21).



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