"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA LA MEMORIA OBLIGATORIA DE LOS
SANTOS ÁNGELES CUSTODIOS
“Ángel de mi guarda, dulce compañía, no me
desampares ni de noche ni de día”.
Hace unos días, el 29 de septiembre, celebramos
la Fiesta litúrgica de los Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. Hoy, 2 de
octubre, la Iglesia nos invita a celebrar la memoria obligatoria de los Santos
Ángeles Custodios.
De niño mi madre, quien ya disfruta de la
presencia del Señor, me enseñó a rezarle a mi “ángel de la guarda”, como estoy
seguro que a muchos de ustedes sus madres o abuelitas les enseñaron. Para ello
nos enseñaban una corta oración, de la cual existen muchas variantes, pero que
todas comienzan igual: “Ángel de mi guarda, dulce compañía, no me desampares ni
de noche ni de día”.
Con el correr de los años muchos de nosotros,
al sentirnos “creciditos” abandonamos esa hermosa devoción de infancia. Otros,
por el contrario, la continúan, y hasta le ponen nombre a su ángel de la
guarda. De ese modo pueden dirigirse a ellos al momento de pedir su ayuda o
intercesión, con relación a asuntos que van desde “problemas de vida”, hasta
para que les ayude a encontrar un estacionamiento.
Lo cierto es que esto de rezarle a nuestro
ángel de la guarda no es cosa de niños. Así, por ejemplo, encontramos el
testimonio de san Juan XIII, el “Papa bueno”, quien en una ocasión comentó:
“Siempre que tengo que afrontar una entrevista difícil, le digo a mi ángel de
la guarda: ‘Ve tú primero, ponte de acuerdo con el ángel de la guarda de mi
interlocutor y prepara el terreno’. Es un medio extraordinario, aún en aquellos
encuentros más temidos o inciertos…” Por otro lado, san Jerónimo, cuya memoria
celebramos hace dos días, nos asegura que Dios ha asignado a cada uno de
nosotros un ángel para protegernos: “Grande es la dignidad de las almas cuando
cada una de ellas, desde el momento de nacer, tiene un ángel destinado para su
custodia”.
La aseveración de san Juan XXIII nos apunta a
otra característica de estos seres angélicos. Para que puedan ayudarnos,
tenemos que hablarles, comunicarles nuestras necesidades, pues el único que ve
dentro de nuestros corazones es Dios.
El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que
“la existencia de seres espirituales, no corporales, que la Sagrada Escritura
llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe” (CIC 328). O sea, que tiene
carácter de dogma. A tales efectos se pronunciaron los concilios de Letrán (1215) y Vaticano
I (1870). Esa “verdad de fe” quedó plasmada en la liturgia cuando, en la
reforma litúrgica de 1969, el Magisterio de la Iglesia incluyó en el calendario
la fiesta de los arcángeles San Miguel, San Rafael y San Gabriel y la memoria
obligatoria de los ángeles custodios que observamos hoy. No hay duda, si
examinamos las Sagradas Escrituras encontramos a los ángeles actuando a lo
largo de toda la historia de la salvación que allí se nos narra. Las lecturas
que nos propone la liturgia para hoy son vivo ejemplo de ángeles destinados por
Dios para nuestra custodia individual.
En la primera lectura (Ex 23,20-23a) Yahvé dice
a Moisés: “Voy a enviarte un ángel por delante, para que te cuide en el camino
y te lleve al lugar que he preparado”. La lectura evangélica (Mt 18,1-5.10) nos
presenta a Jesús afirmando, no solo la existencia de los ángeles custodios,
sino también su cercanía con Dios (de ahí su capacidad para interceder por
nosotros), cuando al referirse a los niños dice: “Cuidado con despreciar a uno
de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en el
cielo el rostro de mi Padre celestial”.
Y tu ángel de la guarda, ¿cómo se llama?
No hay comentarios:
Publicar un comentario