"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL DOMINGO DE LA VIGÉSIMA NOVENA SEMANA DEL T.O. – CICLO B –
“El que quiera ser
grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de
todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir
y dar su vida en rescate por todos”. Con esta aseveración por parte de Jesús
concluye el pasaje evangélico que contemplamos en la liturgia de hoy (Mc
10,35-45).
A pesar de que los discípulos llevan ya un tiempo con Jesús, no han
comprendido del todo el mensaje de Jesús, ni la naturaleza de su mesianismo.
Todavía siguen pensando en términos terrenales, mientras el Reino que Jesús
viene a anunciar “no es de este mundo” (Cfr.
Jn 18, 19). No debemos olvidar el contexto en el cual Santiago y Juan le hacen
la petición de puestos importantes que motiva la contestación de Jesús. Él
acaba de hacerles el tercer anuncio de su pasión (vv. 32-34), pero los
discípulos, o no comprenden, o están en negación.
Jesús es consciente de que su pasión y muerte están cerca, y necesita de
sus discípulos para que continúen su misión. Se presenta así mismo como “Hijo
del hombre”, título mesiánico que evoca el libro de Daniel (7,1-14), pero recalca
a sus discípulos que no ha venido a ser servido, sino a servir, que la
verdadera gloria está en servir hasta el punto de dar la vida “en rescate” por
todos, algo que Él está a punto de hacer. Ese concepto de rescate, típico de
Marcos, nos remite al término “redención”, que era el precio que se pagaba por
la libertad de un esclavo.
Jesús antepone la diaconía (servicio) evangélica al poder sobre los demás,
y les muestra a sus discípulos, y a nosotros, que ese es el camino a seguir si
queremos ser otros “cristos”. Y ese servicio ha de ser motivado por el amor,
como lo hizo Jesús, hasta el punto de dar la vida por sus amigos (Cfr. Jn 15,13).
Y hoy, dos mil años más tarde, nos cuesta servir a los demás. Nos hacemos
de la vista larga cuando vemos las necesidades de nuestros hermanos, como
aquellos que ignoraron a sus hermanos en la parábola del juicio final (Mt
25,31-36), o los que siguieron de largo en la parábola del buen samaritano (Lc
10,25-37). Y esta actitud se acentúa con el individualismo que estamos viviendo
en nuestros tiempos. Se nos olvida que al rezar el Acto de Contrición decimos:
“…que he pecado mucho de pensamiento, palabra y omisión…”. Por eso, cuando
hacemos nuestro examen de conciencia nos concentramos en los pecados de
“acción”, mientras pasamos por alto los de omisión.
Hoy, día del Señor, pidamos al Hijo del hombre que vino a servir y no a
ser servido, nos conceda el don del espíritu de servicio que nos permita algún
día proclamar como Pablo: “y ahora no vivo yo, es Cristo quien vive en mi” (Gal
2,20).
Que pasen un hermoso día lleno de la paz que solo Dios puede brindarnos. Recuerden que el Señor les espera en su Casa.
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