"Ventana abierta"
Los cinco minutos del Espíritu Santo
Mons. Víctor Manuel Fernández
El autor nos conduce en estos cinco minutos diarios para abrirnos al Espíritu de Dios y percibir la fuerza de su consuelo.
Hoy recordamos a Santa Teresita de Lisieux. En
ella podemos reconocer la generosa ternura que puede infundir el Espíritu Santo
en nuestras vidas.
Ella vivió y creció con una bella conciencia de
ser inmensamente amada por Jesucristo. Por eso desde niña ansiaba consagrarse a
Dios en la clausura; entonces se hizo carmelita. Pero su amor a Jesús no era
sólo un deseo de vivir tranquila, abrazada por el Señor. Porque el Espíritu
Santo le hizo ver con claridad que quien ama a Jesús se identifica con su
deseo, empieza a desear lo que Jesús desea. Por lo tanto, su pasión era ser un
instrumento de Jesús para hacer el bien.
Teresita no sentía un gran atractivo por la
tranquilidad del cielo. Más bien le interesaba que en el cielo podría estar más
cerca de Jesús para que su oración fuera más eficaz y pudiera interceder por
nosotros con más fuerza. Eso se expresaba en su promesa de que después de su
muerte haría caer una lluvia de rosas.
Pero lo que más se destaca en su vida es la
infancia espiritual. No se trata de un infantilismo débil o romántico, sino de
una actitud valiente y grandiosa: renunciar a la miserable tentación de
creernos dioses todopoderosos, de sentirnos el centro del universo o de pensar
que somos más que los demás. Hacerse como niños es confiar sin reservas en el
amor de Dios, y así no necesitar más dominar a los demás, aprovecharse de ellos
o buscar con desesperación sus elogios y reconocimientos. Teresita vivió a
fondo esta actitud gracias a la obra transformadora del Espíritu Santo.
El Evangelio nos invita a recuperar la actitud de humilde confianza que caracteriza a los niños; el Reino de Dios debe ser recibido con esa confianza, propia del que sabe que solo no puede. Así como un niño que en los momentos de temor reclama sinceramente la presencia de su Padre, el corazón tocado por el Espíritu Santo ha renunciado a su autonomía, sabe que necesita de su poder, que sin él no tiene fuerza ni seguridad, que en él está la única verdadera fortaleza.
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