"Ventana abierta"
P. Leonardo Molina García
EL PROBLEMA DEL DIVORCIO Y LA BENDICIÓN DE
LOS NIÑOS
Written by José Luis Sicre
Fe adulta
Domingo XXVII
La formación de los discípulos, a la que
Marcos dedica la segunda parte de su evangelio, abarca aspectos muy diversos y
no sigue un orden lógico. Si el domingo pasado se habló de amigos y enemigos, y
del problema del escándalo, el evangelio de hoy se centra en el divorcio. El
relato contiene dos escenas: en la primera, los fariseos preguntan a Jesús si
se puede repudiar a la mujer, y reciben su respuesta (10,2-9); en la segunda,
una vez en la casa, los discípulos insisten sobre el tema y reciben nueva
respuesta (10,10-12). Aquí terminaría la lectura breve que permite la liturgia.
La larga añade el episodio de la bendición de los niños (10,13-16), muy
relacionado con lo anterior, porque mujeres y niños son los seres más débiles
de la sociedad familiar. Y Jesús se pone de su parte.
El ideal inicial del matrimonio (Génesis
2,18-24)
En el Génesis, Dios no crea a la mujer
para torturar al varón (como en el mito griego de Pandora), sino como un
complemento íntimo, hasta el punto de formar una sola carne. En el plan inicial
no cabe que el hombre abandone a su mujer; a quienes debe abandonar es a su
padre y a su madre, para formar una nueva familia. Las palabras de Génesis 1,27
sugieren claramente la indisolubilidad del matrimonio: el varón y la mujer se
convierten en un solo ser.
La triste realidad del divorcio
De acuerdo con lo anterior, cualquier
judío sabe que Dios crea al hombre y a la mujer para que se compenetren y
complementen. Pero también sabe que los problemas matrimoniales comienzan con
Adán y Eva. El matrimonio, incluso en una época en la que la unión íntima y la
convivencia amistosa no eran los valores primordiales, se presta a graves
conflictos.
Por eso, desde antiguo se admite, como en
otros pueblos orientales, la posibilidad del divorcio. Más aún, la tradición
rabínica piensa que el divorcio es un privilegio exclusivo de Israel. El Targum
Palestinense (Qid. 1,58c, 16ss) pone en boca de Dios las siguientes
palabras: «En Israel he dado yo separación, pero no he dado separación en las
naciones»; tan sólo en Israel «ha unido Dios su nombre al divorcio».
La ley del divorcio se encuentra en el
Deuteronomio, capítulo 24,1ss donde se estipula lo siguiente: «Si uno se casa
con una mujer y luego no le gusta, porque descubre en ella algo vergonzoso, le
escribe el acta de divorcio, se la entrega y la echa de casa...»
Un detalle que llama la atención en esta
ley es su tremendo machismo: sólo el varón puede repudiar y expulsar de la
casa. En la perspectiva de la época tiene su lógica, ya que la mujer se parece
bastante a un objeto que se compra (como un televisor o un frigorífico), y que
se puede devolver si no termina convenciendo. Sin embargo, aunque la
sensibilidad de hace veinte siglos fuera distinta de la nuestra (tanto entre
los hombres como entre las mujeres), es indudable que unas personas podían ser
más sensibles que otras al destino de la mujer. Este detalle es muy interesante
para comprender la postura de Jesús. En cualquier caso, la ley es conocida y
admitida por todos los grupos religiosos judíos. Por eso resulta
desconcertante, a primera vista, la pregunta de los fariseos a Jesús.
Los fariseos y Jesús (Mc 10,2-9)
Cualquier judío piadoso habría respondido:
«Sí, el hombre puede repudiar a su mujer». Sin embargo, Jesús, además de ser un
judío piadoso, se muestra muy cercano a las mujeres, las acepta en su grupo,
permite que lo acompañen. ¿Estará de acuerdo con que el hombre repudie a su
mujer? Así se comprende el comentario que añade Mc: le preguntaban «para
ponerlo a prueba». Los fariseos quieren colocar a Jesús entre la espada y la
pared: entre la dignidad de la mujer y la fidelidad a la ley de Moisés. En
cualquier opción que haga, quedará mal: ante sus seguidoras, o ante el pueblo y
las autoridades religiosas.
La reacción de Jesús es tan atrevida como
inteligente. Porque él también va a poner a los fariseos entre la espada y la
pared: entre Dios y Moisés. Empieza con una pregunta muy sencilla: «¿Qué os ha
mandado Moisés?». Luego contraataca, distinguiendo entre lo que escribió Moisés
en determinado momento y lo que Dios proyectó al comienzo de la historia
humana. Al recordar «lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre», Jesús
rechaza de entrada cualquier motivo de divorcio.
La aceptación posterior del repudio por
parte de Moisés no constituye algo ideal, sino que se debió a «vuestro carácter
obstinado». Esta interpretación de Jesús supone una gran novedad, porque sitúa
la ley de Moisés en su contexto histórico. La tendencia espontánea del judío
era considerar toda la Torá (el Pentateuco) como un bloque inmutable y sin
fisuras. Algunos rabinos condenaban como herejes a los que decían: «Toda la Ley
de Moisés es de Dios, menos tal frase». Jesús, en cambio, distingue entre el
proyecto inicial de Dios y las interpretaciones posteriores, que no tienen el
mismo valor e incluso pueden ir en contra de ese proyecto.
Los discípulos y Jesús (Mc 10,10-12)
Esta escena saca las conclusiones
prácticas de la anterior, tanto para el varón como para la mujer que se
divorcian. Las palabras: Si ella repudia a su marido y se casa con
otro, comete adulterio, cuentan con la posibilidad de que la mujer se
divorcie, cosa que la ley judía solo contemplaba en el caso de que la profesión
del marido hiciese insoportable la convivencia, como era el caso de los
curtidores, que debían usar unos líquidos pestilentes. En cambio, la
legislación romana admitía que la mujer pudiera divorciarse. Por eso, algunos
autores ven aquí un indicio de que el evangelio de Marcos fue escrito para la
comunidad de Roma. Aunque en los cinco primeros siglos de la historia de Roma
(VIII-III a.C.) no se conoció el divorcio, más tarde se introdujo.
Reflexión
sobre el divorcio
Cada vez que se lee este evangelio en la
misa, donde los matrimonios que participan no están pensando en divorciarse, y
las religiosas no pueden hacerlo, cabe pensar que podría haber sido sustituido
por otro. Sin embargo, la realidad del divorcio se ha difundido tanto en los
últimos años, y afecta de manera tan directa a muchas familias cristianas, que
es bueno recordar el ideal propuesto por el Génesis de la compenetración plena
entre el varón y la mujer. Hay motivos para que los que siguen unidos den
gracias a Dios y para pedir por los que se hallan en crisis y por los que han
emprendido una nueva vida.
Los niños, los discípulos y Jesús
(10,13-16)
La escena anterior ha tenido lugar «en
casa». Ahora se supone que han salido a la calle y ocurre lo siguiente.
Si llevan los niños a Jesús para que los
toque, es porque sus padres piensan que el contacto físico con un personaje
religioso excepcional será beneficioso para ellos.
¿Por qué los reprenden los discípulos?
¿Por qué molestan a Jesús? ¿Porque lo distraen de cosas más importantes? En el
fondo, late la idea de que los niños no merecen atención.
La importancia de los niños en relación
con el reinado de Dios la hemos visto en el Domingo 25, a propósito de Mc
9,36-37. A lo comentado entonces podemos añadir que en Israel se valoraba
especialmente la inocencia de los niños; un midrás tardío decía que la Sekiná
marchó al destierro, no con el Sanedrín ni con las secciones sacerdotales, sino
con los niños (Eka Rabbati 1,6).
Al final, los padres obtienen mucho más de lo pedían. Querían que Jesús tocase a sus hijos. Él los toma en brazos y los bendice.
Reflexión
sobre el bautismo de niños
Desde el siglo II hasta san Agustín se discutió acaloradamente en la Iglesia si los niños debían ser bautizados, o debía esperarse a que fueran adultos. En nuestros tiempos vuelve a plantearse el problema. Lo que no admite duda es que el niño bautizado recibe el reino de Dios como puro regalo, sin mérito alguno, por la fe de sus padres. En este sentido, es un ejemplo perfecto para quienes piensan que forman parte de Dios por sus propios méritos. Nos invitan a todos a recordar nuestro bautismo con agradecimiento y humildad.
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