"Ventana abierta"
La Buena Semilla
Del corazón de los hombres salen los malos
pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos,
las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la
maledicencia, la soberbia, la insensatez.
Marcos 7: 21-22
Mi pecado te declaré… y tú perdonaste la maldad
de mi pecado.
Salmo 32: 5
Una palabra fea
¡Qué fea es la palabra pecado! Hoy casi no la
utilizamos; preferimos hablar de errores o fracasos, de debilidades humanas.
Equivocarse es humano, oímos decir. Pero la Biblia, la eterna Palabra de Dios,
habla del pecado, y esta palabra tiene un sentido preciso. Engloba toda
infracción a la ley divina, toda desobediencia, todo pensamiento de codicia. Si
nos comparamos a los demás, podemos pensar que somos rectos y honestos. Pero si
nos colocamos bajo la luz de Dios, veremos que somos pecadores; es como poner
una sábana blanca sobre la nieve: se ve gris. La Biblia lo repite varias veces:
“No hay justo, ni aun uno” (Romanos 3: 10).
Sí, pero tengo circunstancias atenuantes, dirá
alguien, o bien: si todo el mundo lo hace, ¿por qué yo no puedo hacerlo? ¿Es
tan grave? Las cosas cambiaron, ya no decimos que algo está mal, somos mucho
menos categóricos. Tal vez yo sea responsable, pero no culpable… La sociedad,
mi educación o las circunstancias de la vida modificaron mi forma de ver el
mal.
Dios saca a la luz incluso las razones
escondidas de mis acciones, mis intenciones secretas… (Hebreos 4: 12-13),
hasta que piense, al igual que el apóstol Pedro: “Apártate de mí, Señor, porque
soy hombre pecador” (Lucas 5: 8), o como el profeta Isaías: “¡Ay de mí,
pues soy perdido! Porque soy hombre de labios inmundos” (Isaías 6: 5,
V.M). ¡Este es el principio de la liberación y del perdón, pues Dios se revela
como el Dios de amor que salva al pecador!
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