"Ventana abierta"
La Buena Semilla
Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus
pensamientos, y vuélvase al Señor, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios
nuestro, el cual será amplio en perdonar.
Isaías 55: 7
La maldad del corazón humano
Cabinas telefónicas destrozadas, automóviles
incendiados, vitrinas rotas y otros actos violentos muestran la obra de los
delincuentes, a quienes hay que castigar, dirá usted. Es cierto, pero esta
maldad está en el fondo del corazón humano. A menudo la educación permite
canalizar y frenar tal violencia. ¡Pero cuántas veces, debido a un cúmulo de
circunstancias, nuestro corazón es desnudado! Educado o no, religioso o no, el
corazón natural está marcado por el pecado. La constatación que Dios hace sobre
su criatura alejada de él es tajante: “No hay diferencia, por cuanto todos
pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3: 22-23).
El hombre dio la prueba irrefutable de su maldad
cuando crucificó a Jesús. Las autoridades de la época habían declarado:
“Habiéndole interrogado yo (Pilato) delante de vosotros, no he hallado en este
hombre delito alguno de aquellos de que le acusáis. Y ni aun Herodes… he aquí,
nada digno de muerte ha hecho este hombre” Lucas 23: 14-15). A pesar de
esto, él, el justo, fue condenado y matado (Santiago 5: 69). Jesucristo,
el Hijo de Dios, se dejó crucificar; así, mediante su sacrificio, cumplió la
obra a través de la cual el malo puede ser perdonado. Dios invita, pues, a
todos los hombres a arrepentirse.
Todos los que anuncian ese mensaje no dudan en decir, como el apóstol Pablo: “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. Pero por esto fui recibido a misericordia, para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su clemencia, para ejemplo de los que habrían de creer en él para vida eterna.” (1 Timoteo 1: 15-16).
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