"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA VIGÉSIMA SEXTA SEMANA DEL T.O. (1) -CICLO
B-
“El que acoge a este niño en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí acoge al que me ha enviado. El más pequeño de vosotros es el más importante”.
La lectura evangélica
que nos ofrece la liturgia para el lunes de la vigésima sexta semana del tiempo
ordinario (Lc 9,46-50), tenemos que leerla en el contexto de las del viernes y
sábado pasados, en las que Jesús había hecho el primer y segundo anuncios de su
Pasión. Tal parece que los discípulos se negaban a entender lo que Jesús les decía,
pues preferían continuar gozando vicariamente el éxito y la fama que Jesús, su
maestro, se había ganado en Galilea. Con toda probabilidad querían llegar
montados en la “ola” de esa fama a Jerusalén, cuyo camino estaban a punto de
emprender.
Esto se desprende de la primera oración del pasaje que contemplamos hoy:
“los discípulos se pusieron a discutir quién era el más importante”. Jesús
acababa de anunciarles, no una, sino dos veces, la pasión y muerte que debía
sufrir, y ellos seguían preocupados por quién de ellos era el más importante.
Definitivamente, estaban cegados por el éxito de su maestro. Me recuerdan a los
ayudantes de campaña de los políticos, quienes no habiendo llegado aún al
poder, comienzan a pelearse los puestos que ocuparán cuando su candidato
resulte electo. Los discípulos no habían podido zafarse de las ideas de un
mesianismo político y militar de parte de Jesús.
Ante esa actitud, Jesús “cogió de la mano a un niño, lo puso a su lado y
les dijo: ‘El que acoge a este niño en mi nombre me acoge a mí; y el que me
acoge a mí acoge al que me ha enviado. El más pequeño de vosotros es el más
importante’.” Debemos recordar que en tiempos de Jesús un niño no tenía
derechos, era considerado una “posesión” de su padre. En las casas donde no
había servidumbre ni esclavos, los niños eran quienes llevaban a cabo las
labores de éstos, incluyendo lavar los pies de los que llegaban a la casa.
Jesús quiere enfatizar que su mesianismo está fundamentado en la humildad y el
amor; que si algún “puesto” hay en su Reino, es el de servidor de los demás.
Más tarde, al lavar los pies de sus discípulos, Jesús nos ofrecería un
testimonio de la vocación al servicio que tenemos todos los cristianos: “Les
aseguro que el servidor no es más grande que su señor, ni el enviado más grande
que el que lo envía” (Jn 13,16).
Las palabras de Jesús parecen haber caído en oídos sordos una vez más.
Como contestación a sus palabras, Juan le manifiesta una queja que pone de
manifiesto que los discípulos no estaban dispuestos a compartir su protagonismo
con nadie (ayer leíamos la versión de Marcos de esta conversación): “Maestro,
hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre y, como no es de los
nuestros, se lo hemos querido impedir”. ¡Cuántas veces a nosotros nos pasa lo
mismo! Creemos tener monopolizado a Jesús y no permitimos que alguien, sobre
todo de otra denominación cristiana, pretenda apartar las tinieblas
(“demonios”) con su Palabra. ¿Quién nos ha dado semejante derecho? Jesús no
fue, pues Él mismo dijo a sus discípulos: “No se lo impidáis; el que no está
contra vosotros está a favor vuestro”.
Recordemos la oración de Jesús: “Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste”.
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