"Ventana abierta"
Festividad de Nuestra Señora de la Merced
Provincia Mercedaria de Chile
Fr. Carlos A. Espinoza I.O. de M.
La nueva familia de Dios tiene al Padre que reconoce como “Padre de todos” y a la madre que el Hijo Amado del Padre nos entregó al pie de la cruz, razón más que suficiente para sentirnos plenamente hermanos y hermanas entre nosotros. De la paternidad del único Abba puede sostenerse la fraternidad en Cristo y María.
Pedro Nolasco
Celebramos la festividad de la Virgen de la Merced y es una tremenda oportunidad para que hagamos un recuerdo que a muchas personas incomoda e incluso puede producirle fastidio. Todo depende desde donde estamos mirando y qué es lo que queremos ver y no ver. La cruda realidad está ahí, impertérrita, al acecho y en todos los puntos donde queremos ver con los ojos de Cristo o los ojos de María, o de Pedro Nolasco o de María Micaela o del P. Hurtado, y de tantos y tantas que intentan ver con los ojos compasivos del Maestro Jesús de Nazaret. Me refiero a la esclavitud o mejor todavía a las cautividades en lenguaje redentor mercedario. Muchas personas creen que el tema de la esclavitud es algo del pasado. Incluso cuando se abolió la esclavitud, muchos pensaron que la Orden de la Merced ya no tenía nada que decir ni hacer. ¡Se acabó la esclavitud! Se dijo a todos los vientos. ¡Ha sido abolida! Ciertamente se acabó en la retórica del momento, en las declaraciones solemnes que la humanidad acostumbra a anunciar con bombos y platillos. Pero no, desgraciadamente la esclavitud o cautividades siguen viento en popa. Lo que ha pasado es que no las queremos ver, son incómodas, nos dejan al descubierto nuestro rostro feo y deteriorado. En la Iglesia tenemos oportunidad cada año litúrgico de “hacer memoria” de la tarea o tareas pendientes: ¿cómo romper el círculo de la muerte de tantos seres humanos que o son esclavizados o se acostumbran a vivir esclavos? La Fiesta de la Virgen de la Merced es una gran oportunidad para no perder la memoria del triste camino de los cautiverios actuales, más sofisticados que los de otros tiempos, pero igualmente lacerantes. Porque este título de la Madre de Dios apunta al hecho histórico del siglo trece, atravesado por el drama de los cautivos cristianos en manos de los sarracenos, enemigos de la fe cristiana. Un valiente joven cristiano mercader, junto a otros entusiastas “caballeros de la caridad cristiana”, puso la mano en el arado para seguir las huellas del Maestro, y abrió un surco de liberación de los cautivos. Se hicieron “mercedarios” que, en lenguaje del siglo trece, define a los hombres que hacen bien a los prójimos necesitados. La mejor aliada de Pedro Nolasco fue María, la Madre de Dios, y a través de ella, confirmó su vocación de redentor de los cautivos. Esta es la razón por la que Nolasco llamó a María como “Madre de la Merced”, madre de la misericordia con el cautivo. Que la Virgen de la Merced nos ayude a romper nuestras cadenas y nos envíe a ayudar a otros a romperlas, porque las cadenas atentan contra nuestra dignidad de hijos e hijas de Dios y destruyen el proyecto del hombre nuevo que Cristo quiere para cada hombre y mujer.
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