"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA VIGÉSIMA
SEXTA SEMANA DEL T.O. (1)
“Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del
cielo que acabe con ellos?”
El evangelio que nos presenta la liturgia para
hoy (Lc 9,51-56), marca el comienzo de la parte central del evangelio según san
Lucas, que abarca hasta el capítulo 19 y nos narra la “subida” de Jesús de
Galilea a la ciudad santa de Jerusalén, donde habría de culminar su misión
redentora con su pasión, muerte, resurrección y glorificación (su “misterio
pascual”).
El primer versículo de la lectura nos señala la
solemnidad de esta travesía: “Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado
al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén”. Jesús había comenzado su
ministerio en Galilea; sabía cuál era la culminación de ese ministerio. Ya se
lo había anunciado a sus discípulos (Lc 9,22). Él sabe lo que le espera en
Jerusalén, pero enfrenta su misión con valentía. Sus discípulos aún no han
captado la magnitud de lo que les espera, pero le siguen.
Al pasar por Samaria piden posada y se les
niega, no tanto por ser judíos, sino porque se dirigían al Templo de Jerusalén.
Los discípulos reaccionan utilizando criterios humanos: “Señor, ¿quieres que
mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?” (Cfr. 2 Re 1,10). Ya los
discípulos conocen el poder de Jesús, pero aparentemente no han captado la
totalidad de su mensaje. ¡Cuán soberbios se muestran los discípulos! Se creen
que por andar con Jesús tienen la verdad “agarrada por el rabo”; que pueden
disponer del “fuego divino” para acabar con sus enemigos.
Por eso Jesús “se volvió y les regañó”. En
lugar de castigar o maldecir a los que los que los despreciaron, Jesús se
limitó a “marcharse a otra aldea”. Más adelante, al designar a “los setenta y
dos”, les instruirá: “Pero en todas las ciudades donde entren y no los reciban,
salgan a las plazas y digan: ‘¡Hasta el polvo de esta ciudad que se ha adherido
a nuestros pies, lo sacudimos sobre ustedes! Sepan, sin embargo, que el Reino
de Dios está cerca’” (10,10-11). A lo largo de su subida a Jerusalén, Jesús
continuará instruyéndoles, especialmente mediante las “parábolas de la
misericordia” contenidas en el capítulo 15 de Lucas.
Ante esta lectura debemos preguntarnos:
¿cuántas veces quisiéramos ver “el fuego de Dios” caer sobre los enemigos de la
Iglesia, sobre los que nos injurian, o se burlan de nosotros por seguir a
Jesús, o por proclamar su Palabra? El mensaje de Jesús es claro: “Amen a sus
enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en
el cielo, porque él hace salir su sol sobre malos y buenos y hace caer la
lluvia sobre justos e injustos” (Mt 5,44-45). En ocasiones anteriores hemos
dicho que esta es tal vez la parte más difícil del seguimiento; pero es lo que
nos ha de distinguir como verdaderos discípulos de Cristo.
Hoy, pidamos al Señor nos conceda la valentía
para, imitando el ejemplo de Jesús, llevar a cabo nuestra misión. Pidamos también
la humildad para amar de corazón a nuestros “enemigos” y así, mediante nuestro
ejemplo, facilitar su conversión.
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