"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA LA FIESTA DE SAN MATEO,
APÓSTOL Y EVANGELISTA
“Sígueme”. Ante esa palabra, pronunciada por el
mismo Dios, Mateo no puede resistirse.
Hoy celebramos la Fiesta de san Mateo, apóstol
y evangelista. Para esta celebración la liturgia nos presenta como primera
lectura un fragmento de la carta de san Pablo a los Efesios (4,1-7.11-13). El
Evangelio, por su parte, nos remite al pasaje que nos narra la vocación de
Mateo (Mt 9,9-13). Resulta curioso que Mateo, en su relato, se llama a sí mismo
“Mateo” (que quiere decir don de Dios), mientras que Marcos y Lucas le llaman
Leví, que con toda certeza era su verdadero nombre hebreo.
La primera lectura está enmarcada en el
discurso sobre la diversidad de carismas que Pablo dirige a los cristianos de
Éfeso, muy parecido al que leemos en el capítulo 12 de la Carta a los
Corintios: “cada uno de nosotros ha recibido su propio don, en la medida que
Cristo los ha distribuido. Él comunicó a unos el don de ser apóstoles, a otros
profetas, a otros predicadores del Evangelio, a otros pastores o maestros”.
De ahí pasamos a la lectura evangélica, que nos
presenta uno de los pasajes más sencillos, y a la vez impactantes, del Nuevo
Testamento: “Al irse de allí, Jesús vio a un hombre llamado Mateo, que estaba
sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: «Sígueme». Él se
levantó y lo siguió”.
Cada vez que leo ese versículo, no puedo evitar
imaginarme la escena. Mateo, recolector de impuestos (“publicano”) al servicio
del rey Herodes Antipas, sentado frente a su mesa de recaudación, un día
cualquiera, probablemente cuadrando su contabilidad. De momento siente la
presencia de alguien que se detiene frente a su mesa. Pensando que era alguien
que venía a pagar su impuesto, levanta los ojos. Y se encuentra con la mirada
más intensa que jamás haya visto; una de esas miradas que penetran hasta lo más
profundo de nuestro ser.
No sabe qué decir… tal vez intenta balbucear
algo, pero no puede emitir sonido alguno. De momento esa mirada se desborda en
una sola palabra: “Sígueme”. Ante esa palabra, pronunciada por el mismo Dios,
Mateo no puede resistirse. Todo ha pasado a un segundo plano. Ya nada importa
más que seguir ese imperativo que él no comprende, pero que todo su ser le dice
que en ese seguimiento le va la vida misma. Deja atrás la mesa con todos sus
libros de contabilidad y el dinero de los recaudos, todo lo que lo ataba. Ya
nada importa que no sea una respuesta radical a ese “Sígueme” que había
cambiado su vida para siempre. Mateo acababa de tener un encuentro personal con
Jesús.
Jesús no necesita de largos discursos
promocionales ni portentos. El que tiene un encuentro personal con Él, no tiene
otra alternativa que seguirle. El “sígueme” es meramente la verbalización, la
confirmación de lo que la persona ya intuye. Jesús nos llama constantemente a
seguirle. Y esa llamada puede tomar miles de formas. Pero la palabra es la
misma siempre: “Sígueme”. Cada llamada, cada “vocación” implica una misión. Y
esa misión está relacionada con los carismas que se nos han dado.
Hoy, pidámosle al Señor que nos conceda la gracia de escuchar ese “sígueme”, imposible de resistir, que nos conducirá a la vida eterna.
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