"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA VIGÉSIMA
SEGUNDA SEMANA DEL T.O. (1)
“Él, de pie a su lado, increpó a la fiebre, y
se le pasó; ella, levantándose en seguida, se puso a servirles”.
El pasaje evangélico que nos presenta la
liturgia de hoy (Lc 4,38-44), la curación de la suegra de Pedro, aparenta ser
uno sencillo, envuelto en la cotidianidad. Jesús ha salido de la sinagoga y va
a casa de su amigo Pedro. Es un tramo corto; Pedro vive cerca de la sinagoga.
De hecho, los que han estado en Cafarnaún saben que la casa de Pedro se ve
desde la sinagoga. La suegra de Pedro está enferma, con fiebre muy alta. Nos
dice la escritura que Jesús “increpó a la fiebre” y esta se curó. Se riega la
voz. Comienzan a traerle enfermos y Él los cura a todos; y hasta echa demonios.
Nos hallamos en el último año de la vida pública de Jesús.
Esta escena nos muestra cómo va haciéndose
realidad el “año de gracia del Señor” que Jesús había anunciado poco antes en
el “discurso programático” pronunciado en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,19).
Jesús sigue manifestando su poder, hasta los demonios saben que Él es el
Mesías: “Los increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el
Mesías”.
Tres cosas queremos resaltar de este pasaje.
En primer lugar, vemos cómo tan pronto Jesús
curó a la suegra de Simón, ella “levantándose enseguida, se puso a servirles”.
Jesús nos llama a servir de la misma manera que Él lo hace. Su vida terrenal se
desarrolló en un ambiente de servicio amoroso al prójimo. Él nos llama a todos.
Si hemos de seguir sus pasos tenemos que poner nuestros carismas al servicio de
los demás, compartir las gracias que Él nos ha prodigado. Y no se trata de
hacerlo “mañana”. No; hemos de hacerlo con la misma prontitud que Él lo hace.
Tenemos que estar prestos a servir cuando se nos necesita, no “cuando tengamos
tiempo”. Esa es la característica distintiva del verdadero discípulo de Jesús.
Otro detalle que cabe resaltar es cómo Jesús
curaba los enfermos “poniendo las manos sobre cada uno”. Él pudo haberlos
curados a todos con su mera presencia, o con el poder de su Palabra a todos en
grupo; pero optó por hacerlo de manera personal. Nos está demostrando que para
Él todos y cada uno de nosotros es importante, único, especial; que nos ama
individualmente, que quiere tener una relación personal con cada cual; que no
somos “uno más”.
Finalmente, vemos cómo la gente “querían
retenerlo para que no se les fuese”; a lo que Jesús les dijo: “También a los
otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios, para eso me han enviado”.
A veces estamos tan “enamorados” de Jesús que queremos acapararlo, apropiarnos
de Él. Nos tornamos egoístas. O peor aún, pretendemos aprovecharle,
monopolizarle. Olvidamos que Él vino para todos. Lo mismo aplica a su Palabra.
Si pretendemos retener el Evangelio para nosotros lo desvirtuamos. Jesús es la
“Buena Noticia”, y si no la compartimos deja de serlo.
En este día que comienza, pidamos al Señor que
abra nuestros corazones para recibir el poder sanador de Jesús, producto de su
amor, y nos conceda el don de la generosidad para compartirlo con todos,
especialmente mediante el servicio a Él y a los demás, como lo hizo la suegra
de Simón Pedro.
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