"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL LUNES DE LA VIGÉSIMA QUINTA SEMANA DEL T.O. (1)
Jesús nos está repitiendo que la Palabra de
vida eterna (el candil) que recibimos de Él no es para que nos la quedemos para
nosotros, como un secreto bien guardado, es para que la proclamemos a todo el
mundo.
El pasaje del Evangelio que nos propone la liturgia
para hoy (Lc 8,16-18) es uno de los más cortos: “En aquel tiempo, dijo Jesús a
la gente: «Nadie enciende un candil y lo tapa con una vasija o lo mete debajo
de la cama; lo pone en el candelero para que los que entran tengan luz. Nada
hay oculto que no llegue a descubrirse, nada secreto que no llegue a saberse o
a hacerse público. A ver si me escucháis bien: al que tiene se le dará, al que
no tiene se le quitará hasta lo que cree tener»”.
Hoy nos concentraremos en la primera oración de
esta parábola de Jesús: “Nadie enciende un candil y lo tapa con una vasija o lo
mete debajo de la cama; lo pone en el candelero para que los que entran tengan
luz”. La enseñanza de Jesús contenida en esta parábola complementa otras
mediante las cuales de igual modo Jesús invita a sus discípulos (y a nosotros)
a compartir la Palabra recibida de Él. Así nos habla de dar “fruto en
abundancia”, el “ciento por uno”; y hoy nos habla de ser una luz que ilumine a
“los que entran”, es decir, a todos los que entran en nuestro entorno.
Jesús nos está repitiendo que la Palabra de
vida eterna (el candil) que recibimos de Él no es para que nos la quedemos para
nosotros, como un secreto bien guardado (escondiéndolo debajo de la cama), es
para que la proclamemos a todo el mundo (Mc 16,15). Y como he dicho en
innumerables ocasiones, esa proclamación de la Buena Nueva del Reino que
recibimos mediante la Palabra, no necesariamente implica “predicar” en el
sentido que normalmente usamos esa palabra. Esa predicación, esa proclamación
del Evangelio, se hace mediante la forma en que vivimos nuestra vida, nuestras
palabras de aliento al que las necesita, nuestros gestos de ayuda al
necesitado, el amor que prodigamos a nuestros semejantes, es decir,
convirtiéndonos en otros “cristos”.
Hoy tenemos que preguntarnos: Mi fe, ¿es un
asunto “personal” mío?; ¿llegan a enterarse los que me rodean (mis amigos,
familiares, compañeros de trabajo, vecinos) que yo soy cristiano, que vivo
según las enseñanzas de Jesús? En otras palabras, ¿“se me nota” que soy cristiano?
Reflexionando sobre el Evangelio de hoy, mi “candil”, ¿está escondido dentro de
una vasija u oculto debajo de la cama, o lo pongo “en el candelero para que los
que entran tengan luz”?
Jesús nos pide que estemos atentos (“A ver si
me escucháis bien”). Porque no podemos dar luz si primero no la hemos recibido
de Él. Hay una máxima latina que dice que nadie puede dar lo que no tiene (nemo dat quod non
habet). Por eso mi insistencia
constante en la formación del cristiano. Debemos esforzarnos en estudiar para
conocer cada día más esa Palabra de Dios que es “luz del mundo” (Jn 8,12). Solo
recibiendo y conociendo a plenitud esa Palabra que es la Luz, podemos colocarla
en un “candelero”, “para que los que entran tengan luz”.
Pidámosle al Señor que nos permita conocer su
Palabra cada día más, y nos dé la valentía de proclamarla con nuestra vida, de
manera que el que nos vea tenga que decir: “Yo quiero de eso…”
Que pasen una hermosa semana llena de la PAZ
que solo Él puede brindarnos.
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