"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA VIGÉSIMA SEGUNDA SEMANA DEL T.O. (1)
“Jesús dijo a Simón: «No temas; desde ahora
serás pescador de hombres.» Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo
todo, lo siguieron”.
El Evangelio que nos brinda la liturgia de hoy
es la versión de Lucas de la “pesca milagrosa” (Lc 5,1-11). La mayoría de los
exégetas enfatizan de este pasaje el simbolismo de la barca como imagen de la
Iglesia, Pedro como cabeza de la Iglesia, y el echar las redes como la
predicación de la Iglesia (que se configura con la expresión de Jesús al final
del pasaje: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”). No obstante,
teniendo en mente que en el relato de Lucas “discípulo” es sinónimo de
“cristiano”, dividiremos el pasaje en tres partes: la gente que “se agolpaba”
alrededor de Jesús para escuchar su Palabra, los discípulos que confían en esa
Palabra y se hacen a la mar en contra de toda lógica, y los que lo abandonan
todo para seguir a Jesús (“…dejándolo todo, lo siguieron”).
La primera distinción que establece el relato
es entre aquellos que lo escuchaban y los discípulos que confían en su Palabra.
Simón es un pescador profesional, él sabe que la noche es el momento propicio
para la pesca (“nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada”).
Ahora viene Jesús, que es un artesano que “no sabe de pesca”, y le dice: “Rema
mar adentro, y echa las redes para pescar”. Están cansados y lo que Jesús le
pide es contrario a su experiencia. Aun así, Pedro decide confiar en Su palabra
(“por tu palabra, echaré las redes”), con resultados extraordinarios: “Hicieron
una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a los socios
de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y
llenaron las dos barcas, que casi se hundían”.
Pedro y los discípulos que le acompañaban
confiaron en Jesús y en su Palabra. Por los resultados maravillosos obtenidos
comprendieron, no solo la necesidad de creer en Su Palabra, sino que no hay tal
cosa como un tiempo propicio para predicar el Evangelio que Jesús nos envía a
predicar (Cfr. Mc 16,15-20). Hay que
hacerlo “a tiempo y a destiempo” (2 Tim 4,2). Y cuando Jesús está sentado en
nuestra barca, como lo estaba en la de Simón, el resultado no se hace esperar.
Pero para lograr ese resultado tenemos que “echarnos a la mar”. No podemos
permanecer tranquilos en la orilla. Como nos ha dicho el papa Francisco,
tenemos que abrir las puertas de la Iglesia, no para que la gente entre, sino
para salir nosotros a la calle. Tenemos que escuchar su Palabra, confiar en
ella, y actuar conforme a ella. Solo así nos convertiremos en “pescadores de
hombres”.
Luego viene la verdadera actitud del discípulo;
dejarlo todo y seguirle. Esta es tal vez la parte más difícil, sobre todo por
el apego natural que sentimos por las cosas de este mundo. Como hemos dicho en
ocasiones anteriores, no tenemos que tomar esto literalmente. Lo que esto
significa es que pongamos a Jesús como el centro de nuestras vidas, que todas las
cosas terrenales palidezcan, se conviertan en secundarias, a nuestro
seguimiento de Jesús.
Y tú, ¿te apuntas en la tripulación de jesus?
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