"Ventana abierta"
Homilía del Arzobispo de Sevilla en la Eucaristía del Jueves Santo
Jueves Santo
Acabamos de escuchar
la Palabra de Dios en esta Eucaristía de Jueves Santo. En ella recordamos y
actualizamos la última Cena del Señor. Era la fiesta de la Pascua judía. Y
Jesús se reunió como de costumbre con sus apóstoles para celebrar la Pascua
comiendo el cordero pascual. Y en el transcurso de esa cena religiosa, cargada
de significado para el pueblo judío, pues en ella recordaba su salida de
Egipto, Jesús anticipó su entrega quedándose en la Eucaristía.
En este día de Jueves Santo recordamos la institución
de este sacramento, que a lo largo de dos mil años la Iglesia no ha cesado de
celebrar todos los días por el ministerio de los sacerdotes. Jueves Santo es
además el día del sacerdocio, que Jesús instituye en la cena pascual. Sin
sacerdotes no hay Eucaristía. Por ello, hoy debemos pedir al Señor que no nos
falten nunca sacerdotes que puedan celebrar este admirable sacramento. Hemos de
pedir también al Señor la santidad para nuestros sacerdotes; que en nuestro
ministerio y en nuestra vida de entrega a Dios y a los hermanos estemos a la
altura de lo que el sacramento que celebramos representa y simboliza: el cuerpo
de Cristo entregado y su sangre derramada en sacrificio para la salvación de
todos los hombres.
La Eucaristía es presencia real. En ella nos
encontramos con Jesús, vivo, glorioso, resucitado, presente entre nosotros de
manera real y verdadera. En ella cumple su promesa de estar “con nosotros todos los días
hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). En este sacramento, Jesús
se nos hace cercano, amigo y compañero de un camino. La liturgia de esta tarde
subraya esta presencia, colocando al final de la Misa el pan consagrado en el
Monumento. Agradezcamos a Jesucristo su presencia permanente en nuestros
templos.
La Eucaristía es también acción de gracias, que eso
significa Eucaristía. Ella es la más perfecta acción de gracias y glorificación
que Cristo tributa al Padre celestial por su obediencia. Es además sacrificio,
porque no sólo rememora, sino que actualiza el único sacrificio de la Cruz. En
ella Jesús prolonga su sacrificio y su ofrenda, la que le llevó hasta la muerte
por amor en la cruz. La Eucaristía es además Santa Misa, es decir, mesa santa
en la que el Señor se convierte en alimento del caminante, viático del
peregrino y banquete en el que el Señor nos invita a participar cuando nos dice: “En verdad, en verdad os
digo: si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre no
tendréis vida en vosotros” (Jn 6,53).
Efectivamente, en la tarde de Jueves Santo Jesús
instituye la Eucaristía también como banquete y alimento. Lo hace después de
proclamar el mandamiento nuevo y de lavar los pies a los Apóstoles, gesto con
el que les propone un programa de vida basado en el amor, en la entrega a los
hermanos, el perdón y el espíritu de servicio. Cuando el Señor propone
una tarea, da también la fuerza necesaria para cumplirla. La tarea del amor
servicial y gratuito a los hermanos, como en general, toda la vida cristiana
vivida en una atmósfera de exigencia y de tensión moral sólo es posible vivirla
con la gracia y la fuerza interior que nos brinda la Eucaristía, recibida con
frecuencia y con las debidas disposiciones.
Con la Eucaristía Jesús nos deja el mandamiento nuevo: “Amaos los unos a los otros
como yo os he amado. En esto conocerán que sois mis discípulos” (Jn
13,34-35). Participar en la Eucaristía es participar del amor de Jesús a la
humanidad, que nosotros debemos reproducir en nuestras vidas como señal de
nuestra condición de cristianos. El amor de Cristo nos urge a salir al
encuentro de nuestros hermanos que sufren. El amor fraterno, que Jesús vive y
después nos enseña lavando los pies a los Apóstoles, no se ejerce pasando de
largo o permaneciendo en la cabalgadura de nuestro bienestar, sino abajándose,
como hizo el buen samaritano, para recoger al hermano que sufre heridas
físicas, psicológicas o morales. El camino de amor recorrido por Jesucristo
para salvarnos, le llevó a abajarse hasta la suprema humillación y
despojamiento, hasta la muerte de cruz.
Este es también el camino de sus discípulos. El amor
cristiano, el amor de Cristo en nosotros, debe impulsarnos a ponernos a los
pies de nuestros hermanos más pobres para servirles, a compartir la suerte de
los desheredados, a ponernos de su parte y en su lugar, a caminar como Cristo
por el sendero de la humillación y el despojamiento, para enriquecer como Él a
los demás “con
nuestra pobreza” (2 Cor 8,9).
En este Jueves Santo, por razones obvias, no podemos
tener lavatorio de los pies, ni recibir la sagrada comunión, ni podremos
visitar los monumentos ni presenciar las estaciones de penitencia. Que lo que
perdamos en culto externo, lo ganemos en intensidad espiritual, en fervor,
comulgando espiritualmente, y adorando al Señor presente en los sagrarios,
presente también en los enfermos por el coronavirus, en el personal sanitario
que los cuida y en sus familiares. A todos los encomendamos en esta Eucaristía.
Encomendamos también a los difuntos víctimas de esta pandemia, para que el
Señor les conceda su paz y su descanso, el consuelo y la fortaleza a sus
familias y libre a la humanidad de esta horrorosa epidemia. Así sea.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
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