"Ventana abierta"
Archidiócesis de Sevilla
Siempre adelante
Comentario
«¿No
ardía nuestro corazón?»
Los
discípulos de Emaús son tan torpes como nosotros mismos. «¿No ardía nuestro
corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?», se
preguntan a posteriori. A toro pasado, que es más fácil siempre. A priori, el
abatimiento, la pena por «el profeta poderoso en obras y palabras» al que
esperaban como liberador. A priori, el cumplimiento de las profecías explicadas
por el camino por ese forastero desnortado que les acompaña. A priori, «sus
ojos no eran capaces de reconocerlo». ¿Cuántas veces te ha pasado eso mismo en
tu vida? ¿Cuántas veces crees que el mismo Jesús resucitado se ha puesto a
andar a tu vera, te ha explicado lo que estaba sucediendo y te ha acompañado en
el trance difícil que sigue al sepulcro inexplicablemente -a la escala humana-
vacío? ¿Cuántas veces?, dilo con la mayor humildad. Nosotros también caemos en
la cuenta, como los discípulos de Emaús, pero sólo a posteriori. Entonces sí lo
reconocemos. Al partir el pan, al compartir la vida, al repartir penas y
alegrías con los hermanos. Vale. Ellos, los discípulos a los que les ardía el
corazón por dentro, no tardaron ni un minuto en volverse a Jerusalén a contar
lo que les había pasado. Ahora te toca a ti: levántate y ve a contar cómo ardía
tu corazón cuando sentiste que Jesús iba de camino contigo.
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Lo reconocieron al partir el pan
Diócesis de Cartagena
PISTAS
PARA LA MEDITACIÓN:
Nos encontramos hoy con el Evangelio de los discípulos de Emaús. Emaús es
el símbolo del fracaso, de la dispersión, de la desilusión. Estos dos
discípulos que se van de Jerusalén son una imagen de todos aquellos que se
habían ilusionado con el Señor y que ahora, por la dificultad de la Cruz, no
ven otro camino que la huida, la retirada.
Llama mucho la atención como es el Señor el que se hace el “encontradizo”,
salió al paso, se puso a escucharles, les dejó que se vaciaran de todo el dolor
retenido, que grande el Señor que no abandona a los que abandonan y que busca
mostrar su rostro a los que ya le daban la espalda.
El Señor se acerca y les explica las Escrituras. Hace camino con ellos,
recorre a su lado la senda interior que lleva de la oscuridad a la luz y de la
desolación a la esperanza. Cambia la tristeza en alegría.
Lo reconocieron al partir el pan. ¡Quédate conmigo, Señor; no me dejes! Te
digo así como los de Emaús, en los momentos que experimento tu paz, tu amor, tu
misericordia y tu consuelo. Nos podemos encontrar con Él en la Eucaristía, en
la visita al Sagrario, en su Palabra, disfrazado en el otro, con aquel que
seguro me encontraré hoy y será para mí una oportunidad para amar y servir.
Que
tengas un buen día.
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Catholic.net
Lo reconocieron al partir el pan
Sentirnos
acompañados por Jesús, sentarnos a su mesa, compartir su pan, es la más bella
experiencia de Resurrección.
Por: Mons. Enrique Diaz, Obispo de la Diócesis de Irapuato
Hechos de los Apóstoles 3, 1-10: “Te
voy a dar lo que tengo: en nombre de Jesús, camina”
Salmo 104: “Cantemos al
Señor, con alegría. Aleluya”
San Lucas 24, 13-35: “Lo
reconocieron al partir el pan”
Sentirnos acompañados por Jesús, sentarnos a su mesa, compartir su pan,
es la más bella experiencia de Resurrección. El relato de los
caminantes de Emaús, tan sumergidos en la tristeza y en el fracaso, pudiera ser
el de cualquiera de nosotros que hemos sabido de frustraciones y de tropiezos.
Jesús se acerca, se involucra con los caminantes, los cuestiona y acopla su
paso al de los desconsolados. Escucha con atención y comparte la pena. Pero no
sólo comparte, ofrece respuestas y proporciona luces.
Ya
en esos momentos comienza a arder el corazón de los que estaban tan fríos. Pero
la culminación llega al manifestar su necesidad, al reconocer la oscuridad que
se avecina y pedir que se quede con ellos. “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y
pronto va a oscurecer”. Y a la petición hecha por temor, hay una respuesta que
supera toda la imaginación: no sólo se queda por un momento, sino que hecho pan
se ofrece para ser partido y repartido. No sólo vence la oscuridad, sino
que enciende el fuego y luz en los corazones que ahora se sienten capaces de
retomar el camino que habían desandado en el fracaso.
El
partir el pan, el acoger la Palabra, el sentarse a la mesa, ha transformado el
corazón de aquellos dos hombres que se sentían desahuciados. ¿Por qué no hacer nosotros la misma
petición? Jesús también para nosotros tiene su compañía, tiene su
palabra que ilumina, tiene puesta la mesa y el pan que compartirá. ¿Nos
acercamos a Jesús?
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