"Ventana abierta"
Archidiócesis de Sevilla
Manuel Enrique Figueroa
DÍA DE LA TIERRA EN LOS TIEMPOS DEL COVID-19
El 22 de abril se
celebra el Día de la Tierra. Muchas veces cuando nuestra sociedad dedica un día
a algo, es porque el tema objeto de la dedicatoria no va bien y mediante la
dedicación de un día se llama la atención a que existe un problema.
Podemos hacernos una
pregunta: ¿Qué es la Tierra? La respuesta es obvia, la Tierra es nuestro
planeta. Un planeta que inició su formación, junto al resto del sistema solar,
hace 12.000 millones de años. Nuestro planeta evolucionó y se dieron, al cabo
del tiempo, las condiciones para un hecho sustancial, quizás improbable y
maravilloso: el origen de la vida.
Tenemos un planeta
donde la vida apareció, como un milagro biológico y todavía un misterio no del
todo dilucidado en el plano material, hace unos 4.000 millones de años. Cada
persona se puede acercar a esta realidad de la vida de la forma que quiera,
desde un punto de vista puramente material o como un hecho precisado de la
intervención divina. Pierre Teilhard de Chardin, científico cristiano, ha
escrito sobre el tema de manera clara, dando una luz que permite unificar al
mundo del pensamiento científico, alejándonos de cansinos debates entre ciencia
y fe. En un largo proceso evolutivo, millones de años después del inicio de la
vida y un largo proceso de evolución de las formas vivientes, surge el ser
humano, el Homo sapiens, una especie con visión y proyección
trascendente. Hace 600.000 años surge el ser humano arcaico y su evolución
cultural en el planeta llega hasta nuestros días.
¿Hemos protegido el
planeta, y la vida que encierra, a lo largo de nuestra evolución cultural como
civilización? Desde 1970, cuando surge la idea del Día de la Tierra, han pasado
50 años. Es mucho tiempo. Pensemos en el porqué se decide dedicar un día a la
Tierra en 1970. Evidentemente era un aviso a la humanidad ante un cúmulo de
problemas ambientales y sociales, una llamada a desarrollar una conciencia que
permita preservar el planeta y sus criaturas.
¿Hemos protegido el
planeta y sus criaturas en estos 50 años? Creo que la respuesta es un no
absoluto. El mundo está mucho peor que en 1970. El listado de disparates,
miserias y desastres excede a la extensión perseguida en esta contribución. Por
supuesto, también hay bondad y amor en el mundo, con lo cual hay esperanza.
El Papa Francisco ha
hablado sobre el Covid-19 en el Día de la Tierra. De nuevo ha sido claro y
contundente: Hemos contaminado y saqueado la Tierra, poniendo en peligro
nuestras vidas. Para el Papa, el planeta no es un depósito de
recursos que explotar. Para nosotros los creyentes el mundo natural es el
Evangelio de la Creación, que expresa la potencia creadora de Dios, y en lugar
de eso la hemos contaminado y depredado, poniendo nuestra propia vida en
peligro. Es muy clara la idea, el planeta no es un depósito de
recursos que explotar. Y mucho menos un espacio donde la explotación del ser
humano, por el propio ser humano, sea una cruda realidad. Nuestro planeta no es
un espacio de oportunidad de negocio para explotadores. A pesar de todo, deseo
insistir en ello, hay mucho amor en el mundo y lo estamos viendo en estos
tiempos tenebrosos de incertidumbres.
En el año 2015, el
Papa Francisco escribió un documento que con seguridad es el documento más
importante escrito en lo que va de siglo para salvar el planeta y sus
criaturas: la Carta Encíclica Laudato Si´ Sobre el Cuidado de
la casa común. El documento consta de un conjunto de capítulos
que encierran muchos mensajes concretos para establecer una relación de
armonía con la Tierra y el resto de la humanidad. El Papa nos
llama a entender que las tragedias naturales son la
respuesta de la Tierra a nuestro maltrato. A veces los organismos
patógenos para el ser humano surgen de una naturaleza muy antropizada, con
animales sometidos a estrés en ambientes deteriorados, mezclados con animales
de consumo en los contactos entre ciudades y zonas degradadas por la expansión
urbana. Animales que pueden ser foco de mutaciones que no tendrían incidencia
en un medio más equilibrado y natural donde no habría zoonosis negativas para
la humanidad. No olvidemos que la contaminación de nuestras ciudades baja las
defensas, ayudando a una mayor letalidad de los patógenos que pudieran llegar a
ellas, especialmente en colectivos de riesgo como personas mayores o con
enfermedades y debilidades previas.
Para el Papa
Francisco, la presente pandemia nos está enseñando que solo si estamos unidos
y haciéndonos cargo los unos de los otros, podremos superar los actuales
desafíos globales y cumplir la voluntad de Dios, que quiere que todos sus hijos
vivan en comunión y prosperidad.
Nuestra vida se basa
en el Evangelio, el Buen Evangelio de Jesús. Quiero recordar aquí el pasaje de
los mercaderes echados del templo (San Mateo, 11, 15-19). Dice el evangelista
que, a la vista del templo convertido en lugar de venta, cambio, y
especulación, degradado como nuestra casa común, templo de Dios, manifestó
Jesús: Mi casa será llamada casa de oración para todas las gentes, más
vosotros la habéis hecho cueva de ladrones. El planeta es casa
de oración y los que se enriquecen con la desgracia, el sufrimiento y la
explotación lo han convertido en cueva de ladrones.
Independientemente
del mucho amor constatable que hay en el mundo, nos podemos preguntar, ¿Qué
hemos hecho a nivel global en estos cincuenta últimos años con la
avaricia depredadora globalizado? ¿Habremos convertido el planeta, la casa
común, en una cueva de ladrones? Pensando en los tenebrosos tiempos que vivimos
por causa del Covid-19, aún con el amor manifestado y la solidaridad percibida,
podemos meditar sobre si algunos están convirtiendo el planeta, aún más todavía
en los tiempos de este coronavirus que nos asola, en una cueva de ladrones
globalizada como el escenario que vio Jesús al entrar en el sagrado templo, la
casa común de oración.
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