"Ventana abierta"
Homilía del Arzobispo de Sevilla
en el Domingo de Pascua
12 de abril de 2020
¡Cristo
ha resucitado, Aleluya! Esta es la Buena Noticia que la
Iglesia viene proclamando desde hace veinte siglos; desde aquel domingo en que
Pedro y Juan encuentran vacío el sepulcro de Jesús; desde aquella madrugada en
que las mujeres que van a embalsamar su cadáver, reciben del ángel este mensaje
alentador: “No
está aquí… Id a decir a sus discípulos que ha resucitado”. Esta es
la gran noticia que Pedro proclama en la casa del centurión Cornelio. Esta es
la magnífica noticia que cambia el curso de la historia porque significa que la
vida ha triunfado sobre la muerte, la justicia sobre la iniquidad, el amor
sobre el odio, el bien sobre el mal, la alegría sobre el abatimiento, la
felicidad sobre el dolor, y la bienaventuranza sobre la maldición.
La resurrección del Señor es la obra maestra de la
Santísima Trinidad, la
verdad culminante de nuestra fe en Cristo, (CIC 638). Sin la
resurrección, el cristianismo sería la mayor impostura y el más burdo fraude
cometido jamás. La resurrección del Señor es en realidad el sello de garantía
de la persona, la obra y la doctrina de Jesús. Para nosotros es un manantial
inagotable de seguridad y confianza. Gracias a la resurrección del Señor
sabemos que nuestra fe no es una quimera y que Aquél al que amamos no es un
fantasma, sino una persona viva, que está sentada a la derecha de Dios.
La consecuencia más importante de la resurrección del
Señor es nuestra futura resurrección. Si Jesús ha resucitado, también nosotros
resucitaremos. El CIC nos dice que después de su muerte, el Señor bajó al seno
de Abraham para liberar a los justos anteriores a Él, aplicarles los frutos de
la Pasión y abrirles las puertas del cielo (nº 633-635), que abre también para
todos nosotros. Ojala que en esta mañana de Pascua florida, en comunión con
toda la Iglesia, experimentemos intensamente la emoción que nace espontánea de
la aceptación de esta verdad original del cristianismo: somos ciudadanos del
cielo, al que estamos llamados y cuyas puertas nos ha abierto el Señor en su
resurrección de entre los muertos.
Por ello, el Domingo de Resurrección es un día de
felicidad y de esperanza. La resurrección de Jesús es el triunfo de la vida, la
gran noticia para toda la humanidad. Los que creemos y los que no creen, los
cristianos y los no cristianos, todos los hombres, con la creación entera,
caminamos hacia la vida espléndida de la resurrección, algo que da sentido a
nuestras luchas, al dolor, al sufrimiento, a la enfermedad y hasta al enigma
misterioso de la muerte.
En la segunda lectura, san Pablo nos ha invitado a
sacar las consecuencias que la resurrección del Señor entraña para nuestra vida
cristiana: “Ya
que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está
Cristo, sentado a la derecha de Dios. Aspirad a los bienes de arriba, no a los
de la tierra”. La esperanza en la resurrección es fuente de
sentido en nuestro caminar. Un cristiano no puede vivir como aquel que ni cree
ni espera, o cree que después de la muerte sólo existe la nada.
Porque Cristo ha resucitado, nosotros creemos y
esperamos en la vida eterna, en la que viviremos dichosos con Cristo y con los
Santos, en comunión de gozo y de vida con la Santísima Trinidad. Este horizonte
luminoso que es fruto de la Pascua, debe marcar y configurar nuestro presente,
nuestra forma de pensar y nuestro modo de vivir, sabiendo que somos peregrinos,
que no tenemos aquí una ciudad estable y permanente, pues nuestra verdadera
patria es el cielo. La perspectiva de la resurrección define e ilumina nuestra
vida, la enriquece y la llena de esperanza y alegría. De todo ello se privan
quienes no creen en la resurrección y en la vida eterna, artículo capital de
nuestra fe.
“Buscad
los bienes de arriba y no a los de la tierra”. Las primeras
generaciones cristianas se tomaron muy en serio este consejo de san Pablo. Su
estilo de vida es el propio de quienes están persuadidos de que su patria es el
cielo. Como ellas, también nosotros estamos llamados a aspirar a los bienes de
arriba y no a los de la tierra, a vivir ya desde ahora el estilo de vida del
cielo, el estilo de vida de los resucitados, es decir, una vida de piedad
sincera, vivida en la presencia de Dios, alimentada en la oración, en la
escucha de su Palabra, en la recepción de los sacramentos; una vida alejada del
pecado, de la impureza, del egoísmo y de la mentira; una vida pacífica,
honrada, austera, fraterna, edificada sobre la justicia, la misericordia, el
perdón, el espíritu de servicio y la generosidad; una vida, en fin, asentada en
la alegría y en el gozo de sabernos en las manos de nuestro Padre Dios y, por
ello, libres ya del temor a la muerte.
Es posible que no falten ensayistas, columnistas y
creadores de opinión que nos digan que estas propuestas son antiguas, rancias,
trasnochadas e incompatibles con la modernidad. Es posible que nos digan
incluso que la Iglesia y el cristianismo son una rémora para la democracia. No
nos dejemos impresionar. El cristianismo es siempre más renovador, más moderno
y progresista que las recetas casi siempre caducas de algunos políticos y de
muchos de los que conforman la opinión pública. Jesús resucitado es el futuro,
el único futuro para el mundo, nuestro propio futuro, el único futuro de
nuestros jóvenes y de nuestras familias, el punto de referencia del verdadero
progreso humano. Él es quien da firmeza, consistencia, seguridad y sentido a
nuestra vida personal y a la historia de la humanidad.
Queridos hermanos y hermanas: No nos cansemos da
anunciar y testimoniar a Jesucristo resucitado, fuente inagotable de alegría y
confianza, la más firme seguridad a la hora de escrutar y programar nuestro
futuro en medio de un mundo en el que existe el dolor, la enfermedad y el
sufrimiento, como estamos comprobando en estas semanas.
Esta era la convicción
de un monje cisterciense del siglo XII, Jerrique d´Igny, compañero de San
Bernardo, que escribe estos hermosísimos versos: “Si Jesús está vivo, esto me basta. Si Él está en la vida, yo vivo
también… Aunque nada tenga, lo poseo todo… Si Jesús está vivo, esto me basta”.
En esta mañana de Pascua florida felicitamos a María,
la Madre del Resucitado. Ella, asunta y gloriosa, nos mira con ternura. Que
ella nos ayude y aliente a vivir con gozo nuestra vocación cristiana, a vivir
como resucitados, y a ser testigos de Jesucristo vivo, camino, verdad y vida de
los hombres. Así sea.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
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