"Ventana abierta"
13 de enero de 2019
Hoy la
Iglesia celebra el Bautismo del Señor
Redacción ACI
Prensa
“Cuando se lava el
Salvador, se purifica toda el agua necesaria para nuestro bautismo y queda
limpia la fuente, para que pueda luego administrarse a los pueblos que habían
de venir a la gracia de aquel baño”, dijo San Máximo de Turín en el Siglo V al
referirse al Bautismo del Señor que la Iglesia celebra hoy.
Con el Bautismo del Señor se concluye la temporada de Navidad y la Iglesia
nos invita a mirar la humildad de Jesús que se convierte en una epifanía
(manifestación) de la Santísima Trinidad.
“Juan está bautizando,
y Cristo se acerca; tal vez para santificar al mismo por quien va a ser
bautizado; y sin duda para sepultar en las aguas a todo el viejo Adán,
santificando el Jordán antes de nosotros y por nuestra causa; y así, el Señor,
que era espíritu y carne, nos consagra mediante el Espíritu y el agua”,
manifestó San Gregorio Nacianceno en uno de sus sermones.
“También el Espíritu da testimonio de la divinidad, acudiendo en favor de
quien es su semejante; y la voz desciende del cielo, pues del cielo procede
precisamente Aquel de quien se daba testimonio”, añadió el Santo.
Evangelio:
Lucas
3,15-16.21-22
En aquel tiempo, el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su
interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a a
todos: - 'Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a
quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con
Espíritu Santo y fuego. Y sucedió que, cuando todo el pueblo era bautizado,
también Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el
Espíritu Santo sobre él con apariencia corporal semejante a una paloma, y vino
un voz del cielo: - ´'Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco'”.
Cristo es iluminado: dejémonos iluminar junto con él
San Gregorio Nacianceno, obispo y doctor de la Iglesia (330-390)
Sermón 39, en las sagradas Luminarias, 14-16. 20: PG 36, 350-351. 358-359
El
Bautismo del Señor
Lectura
Cristo es iluminado: dejémonos iluminar junto con él; Cristo se hace
bautizar: descendamos al mismo tiempo que él, para ascender con él.
Juan está bautizando, y Cristo se acerca; tal vez para santificar al mismo
por quien va a ser bautizado; y, sin duda, para sepultar en las aguas a todo el
viejo Adán, santificando el Jordán antes de nosotros y por nuestra causa; y
así, el Señor, que era espíritu y carne, nos consagra mediante el Espíritu y el
agua.
Juan se niega, Jesús insiste. Entonces: Soy yo el que necesito que tú me
bautices, le dice la lámpara al Sol, la voz a la Palabra, el amigo al Esposo,
el mayor entre los nacidos de mujer al Primogénito de toda la creación, el que
había saltado de júbilo en el seno materno al que había sido ya adorado cuando
estaba en él, el que era y habría de ser precursor al que se había manifestado
y se manifestará. Soy yo el que necesito que tú me bautices; y podría haber
añadido: «Por tu causa.» Pues sabía muy bien que habría de ser bautizado con el
martirio; o que, como a Pedro, no sólo le lavarían los pies.
Pero Jesús, por su parte, asciende también de las aguas; pues se lleva
consigo hacia lo alto al mundo, y mira cómo se abren de par en par los cielos
que Adán había hecho que se cerraran para sí y para su posteridad, del mismo
modo que se había cerrado el paraíso con la espada de fuego.
También el Espíritu da testimonio de la divinidad, acudiendo en favor de
quien es su semejante. Y la voz desciende del cielo, pues del cielo procede
precisamente Aquel de quien se daba testimonio; del mismo modo que la paloma,
aparecida en forma visible, honra el cuerpo de Cristo, que por deificación era
también Dios. Así también, muchos siglos antes, la paloma había anunciado el
fin del diluvio.
Honremos hoy nosotros, por nuestra parte, el bautismo de Cristo, y
celebremos con toda honestidad su fiesta.
Ojalá que estéis ya purificados, y os purifiquéis de nuevo. Nada hay que
agrade tanto a Dios como el arrepentimiento y la salvación del hombre, en cuyo
beneficio se han pronunciado todas las palabras y revelado todos los misterios;
para que, como astros en el firmamento, os convirtáis en una fuerza
vivificadora para el resto de los hombres; y los esplendores de aquella luz que
brilla en el cielo os hagan resplandecer, como perfectas lumbreras, junto a su
inmensa luz, iluminados con más pureza y claridad por la Trinidad, cuyo único
rayo, brotado de la única Deidad, habéis recibido inicialmente en Cristo Jesús,
Señor nuestro, a quien le sean dados la gloria y el poder por los siglos de los
siglos. Amén.
Responsorio
R. Hoy se han abierto los cielos, y el mar se ha vuelto dulce, la tierra
se alegra, los montes y colinas saltan de gozo, porque en el Jordán, Cristo ha
sido bautizado por Juan.
V. ¿Qué te pasa, mar, que huyes, y a ti, Jordán, que te echas atrás?
Porque en el Jordán, Cristo ha sido bautizado por Juan.
Oración
Dios todopoderoso y eterno, que en el bautismo de Cristo, en el Jordán,
quisiste revelar solemnemente que él era tu Hijo amado enviándole tu Espíritu
Santo, concede a tus hijos de adopción, renacidos del agua y del Espíritu
Santo, perseverar siempre en tu benevolencia. Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
El Bautismo del Señor, palabras de Mons. Julián López Martín
El domingo que sigue
a la fiesta de la Epifanía, dedicado a celebrar el bautismo de Cristo, señala
la culminación de todo el ciclo natalicio o de la manifestación del Señor. Es
también el domingo que da paso al tiempo durante el año, llamado también tiempo
ordinario.
Hay que felicitarse por esta fiesta, que ha venido a enriquecer
notablemente el ya de por sí denso tiempo de Navidad-Epifanía. El significado
del bautismo del Señor, múltiple y variado, pues mira no sólo al hecho en sí,
sino también a su trascendencia para nosotros, se centra en lo que tiene de epifanía y manifestación:
<Señor, Dios nuestro, cuyo Hijo asumió la realidad de nuestra carne para manifestársenos, concédenos, te rogamos, poder transformarnos internamente a imagen de aquel que en su humanidad era igual a nosotros> (col. 2).
El bautismo de Jesús, proclamado cada año según un evangelista sinóptico,
es revelación de la condición mesiánica del Siervo del Señor, sobre el que va a
reposar el Espíritu Santo (cf. Is 42, 1-4.6-7: 1ª lect.) y que ha sido ungido
con vistas a su misión redentora (cf. Hech 10,34-38: 2ªlect.). Ese Siervo, con
su mansedumbre, demostrada en su manera de actuar, es <luz de las
naciones> (cf. Is 42, 1-9; 49, 1-9 lect. bíbl. Of. Lect). <Cristo es
iluminado, dejémonos iluminar junto a él> dice San Gregorio Nacianceno
comentando la escena (lect. patr. Of. lect.).
Pero el bautismo de Cristo es revelación también de los efectos de nuestro
propio bautismo: <Porque en el bautismo de Cristo en el Jordán has realizado
signos prodigiosos para manifestar el misterio del nuevo bautismo> (pref.).
Jesús entró en el agua para santificarla y hacerla santificadora, < y, sin
duda, para sepultar en ella a todo el viejo Adán, santificando el Jordán por
nuestra causa; y así, el Señor, que era espíritu y carne, nos consagra mediante
el Espíritu y el agua> (SAN GREGORIO N.: ibid.). Esta consagración es el
nuevo nacimiento (cf. Jn 3,5), que nos hace hijos adoptivos de Dios (col.; cf.
Rom 8,15).
El fruto de esta celebración en nosotros es <escuchar con fe la palabra
del Hijo de Dios para que podamos llamarnos y ser en verdad hijos suyos>
(posc.; cf. 1 Jn 3,1-2)
Mons.
Julián López Martín
Oración de San Juan Pablo II en el Sitio del Bautismo del Señor
En el Evangelio de
San Lucas leemos "Que la Palabra de Dios bajó sobre Juan, Hijo de
Zacarías, en el desierto. Y él recorrió toda la región del Jordán, predicando
un bautismo de conversión para el perdón de los pecados" (3, 2-3). Aquí,
en el Río Jordán, cuyas orillas han sido visitadas por multitudes de peregrinos
que rinden honor al Bautismo del Señor, también yo elevo mi corazón en oración:
¡Gloria a ti, oh Padre, Dios de Abraham, Isaac y Jacob
Tú has enviado a tus siervos, los profetas
a proclamare tu palabra de amor fiel
y a llamar a tu pueblo al arrepentimiento.
A las orillas del Río Jordán,
Has suscitado a Juan el Bautista,
una voz que grita en el desierto,
enviado a toda la región del Jordán,
a preparar el camino del Señor,
a anunciar la venida de Cristo.
¡Gloria a ti, oh Cristo, Hijo de Dios!
Has venido a las aguas del Jordán
Para ser bautizado por manos de Juan.
Sobre ti el Espíritu descendió como una paloma.
Sobre ti se abrieron los cielos,
Y se escuchó la voz del Padre:
"Este es mi Hijo, el Predilecto!"
Del río bendecido con tu presencia
Has partido para bautizar no sólo con el agua
sino con fuego y Espíritu Santo.
¡Gloria a ti, oh Espíritu Santo, Señor!
Por tu poder la Iglesia es bautizada,
Descendiendo con Cristo en la muerte
Y resurgiendo junto a él a una nueva vida.
Por tu poder, nos vemos liberados del pecado
para convertirnos en hijos de Dios,
el glorioso cuerpo de Cristo.
Por tu poder, todo temor es vencido,
Y es predicado el Evangelio del amor
En cada rincón de la tierra,
para la gloria de Dios,
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo,
a Él todo honor en este Año Jubilar
y en todos los siglos por venir. Amén.
S.S.
Juan Pablo II
21 de
marzo del 2000
Homilía de San Juan Pablo II en la Fiesta del Bautismo del Señor en el
2001
Amadísimos hermanos y
hermanas:
1. La fiesta de hoy, con la que concluye el tiempo navideño, nos brinda la
oportunidad de ir, como peregrinos en espíritu, a las orillas del Jordán, para
participar en un acontecimiento misterioso: el bautismo de Jesús por
parte de Juan Bautista. Hemos escuchado en la narración evangélica:
"mientras Jesús, también bautizado, oraba, se abrió el cielo, bajó el
Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y se escuchó una voz del
cielo: "Tú eres mi Hijo predilecto, en ti me complazco""
(Lc 3, 21-22).
Por tanto, Jesús se manifiesta como el "Cristo", el Hijo
unigénito, objeto de la predilección del Padre. Y así comienza su vida pública.
Esta "manifestación" del Señor sigue a la de Nochebuena en la
humildad del pesebre y al encuentro de ayer con los Magos, que en el Niño
adoran al Rey anunciado por las antiguas Escrituras.
2. También este año tengo la alegría de administrar, en una circunstancia
tan significativa, el sacramento del bautismo a algunos recién nacidos. Saludo
a los padres, a los padrinos y madrinas, así como a todos los parientes que los
han acompañado aquí.
Estos niños se convertirán dentro de poco en miembros vivos de la Iglesia.
Serán ungidos con el óleo de los catecúmenos, signo de la suave fuerza de
Cristo, que se les infundirá para que luchen contra el mal. Sobre ellos se
derramará el agua bendita, signo eficaz de la purificación interior mediante el
don del Espíritu Santo. Luego recibirán la unción con el crisma, para indicar
que así son consagrados a imagen de Jesús, el Ungido del Padre. La vela
encendida en el cirio pascual es símbolo de la luz de la fe que los padres, los
padrinos y las madrinas deberán custodiar y alimentar continuamente, con la
gracia vivificadora del Espíritu.
Por consiguiente, me dirijo a vosotros, queridos padres, padrinos y
madrinas. Hoy tenéis la alegría de dar a estos niños el don más hermoso y
valioso: la vida nueva en Jesús, Salvador de toda la humanidad.
A vosotros, padres y madres, que ya habéis colaborado con el Señor al
engendrar a estos pequeños, os pide una colaboración ulterior: que
secundéis la acción de su palabra salvífica mediante el compromiso de la
educación de estos nuevos cristianos. Estad siempre dispuestos a cumplir
fielmente esta tarea.
También de vosotros, padrinos y madrinas, Dios espera una cooperación
singular, que se expresa en el apoyo que debéis dar a los padres en la
educación de estos recién nacidos según las enseñanzas del Evangelio.
3. El bautismo cristiano, corroborado por el sacramento de la
confirmación, hace a todos los creyentes, cada uno según su vocación
específica, corresponsables de la gran misión de la Iglesia.
Cada uno en su propio campo, con su identidad propia, en comunión con los
demás y con la Iglesia, debe sentirse solidario con el único Redentor del
género humano.
Esto nos remite a cuanto acabamos de vivir durante el Año jubilar. En él
la vitalidad de la Iglesia se ha manifestado a los ojos de todos. Este
acontecimiento extraordinario ha legado como herencia al cristiano la tarea de
confirmar su fe en el ámbito ordinario de la vida diaria.
Encomendemos a la Virgen santísima a estas criaturas que dan sus primeros
pasos en la vida. Pidámosle que nos ayude ante todo a nosotros a caminar de
modo coherente con el bautismo que recibimos un día.
Pidámosle, además, que estos pequeños, vestidos de blanco, signo de la
nueva dignidad de hijos de Dios, sean durante toda su vida cristianos
auténticos y testigos valientes del Evangelio. ¡Alabado sea Jesucristo!
Santo
Padre Juan Pablo II
Domingo
7 de enero de 2001
No hay comentarios:
Publicar un comentario