"Ventana abierta"
Epifanía
Busquemos
la verdad de corazón
Reflexión Dominical
Ciclo
C, Evangelio según San Mateo 2, 1-12
Domingo 6 de enero,
2019
Hoy también la
Liturgia nos habla de luz. Luz prometida por los profetas: “Levántate,
brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti” (Is
60,1). Luz encendida en la noche santa, Cristo. Luz que guió a los pastores
hasta el portal de Belén, e indicó el camino, el día de la Epifanía, a los
Magos que se fueron desde Oriente para adorar al Rey de los Judíos. Luz que
resplandece para todos los hombres y todos los pueblos que anhelan encontrar a
Dios.
Los Reyes Magos, esos
extraños personajes, son un ejemplo y un símbolo. Ellos buscan la verdad de
todo corazón y con toda su razón. Es una búsqueda espiritual, aunque a tientas
(He 17,27). Pero, dado que es fácil perder el camino, Dios viene en su ayuda
con una luz, la estrella, ese signo misterioso en el firmamento que ellos
seguirán tenazmente. Dejan la seguridad que viene del moverse en su propio
ambiente, entre gente conocida. Se ponen en camino sin dilación, sin calcular
uno a uno los peligros y las incógnitas del viaje.
Ellos se ponen en camino mirando
en lo alto, mirando adentro de sí mismos, mirando más allá. Ellos viven ya, sin
saberlo, en discípulos de Jesús “camino, verdad y vida”, “luz verdadera venida
en este mundo”, por el cual uno debe dejarlo todo y seguirlo sin diferir. “Las
gentes andarán en tu luz y los reyes a la claridad de tu aurora” (Is. 60,3).
Cuan diferente la
actitud de Herodes y de los escribas y sacerdotes, cuando los Magos preguntan:
“¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su
estrella y venimos a adorarlo”.
Herodes se turba. Cree
a las Escrituras y teme a un rival invencible, pero no se pliega a la verdad.
Está embrujado por el ídolo del poder, cegado “por el amor de si mismo hasta al
desprecio de Dios” (San Agustín), así que para eliminar a ese niño-rey, concibe
en su corazón la decisión de la feroz degollación de los inocentes.
Los sacerdotes y los
“expertos” de las Escrituras saben decir dónde-cómo-cuándo tuvo que verificarse
el evento en Belén según las antiguas profecías, pero no se mueven. Prefieren
quedarse cómodamente instalados en sus casas y en sus cátedras. Son como los
rótulos de las calles: indican el camino, pero no se mueven, se quedan pegados
al palo o al muro que los sostienen.
Es la actitud de quien
no busca la verdad porque piensa de conocerla ya. Es el error de muchos, lo de
reducir la verdad a un argumento a enseñar a otros y no a un mensaje a vivir.
Eso ocurre cuando hablamos de Cristo, discutimos sobre de Cristo pero que no es
una persona que me interpela y me llama a renunciar a todo para ir en pos de
Él.
Los Magos salen de
Jerusalén, buscan otra vez, guiados por su fe, su luz interior, a la estrella y
continúan su camino hasta llegar en Belén, al lugar donde nació Cristo, en
aquella gruta-establo en la que “el Verbo se hizo carne”. Allá encuentran a
Jesús. “Palpitará y se ensanchará tu corazón”, decía el profeta Isaías. Es lo
que se les ocurrió a los Magos. Aquel niño les parece ser la origen y el
cumplimiento de su deseo.
Jesús es un pequeño
niño, como cualquier recién nacido. Los magos hacen el salto de la fe: no se
asombran de la pobreza, ni del establo, ni del pesebre; reconocen a ese niño
como al salvador esperado, al rey Mesías; en su pobreza reconocen la bondad de
Dios, pues no quiso aplastarnos con el peso de su gloria. Se arrodillaron, lo
adoraron, y le ofrecieron sus dones: oro, símbolo de su realeza, incienso
símbolo de su divinidad, mirra, profecía de su muerte y resurrección.
Los Magos nos enseñan
a arrodillarnos frente a los pequeños para acogerlos y no para dominarlos, para
servirlos y no para explotarlos. Los Magos nos enseñan que es a través de la
humanidad que encontramos a la divinidad. Dios se manifiesta a ellos (epifanía)
en la ternura de un niño, y ellos le ofrecieron sus dones, como hemos visto,
cargados de simbolismo, porque cuando hacemos un don, manifestamos algo de
nosotros al otro, nos volvemos en “epifanía” para el otro, epifanía de bondad.
Y después de haber
cumplido todo esto, regresaron a su país, “llenos de inmensa alegría”, por otro
camino. Buscar y encontrar a Dios es cambiar de camino, porque el encuentro con
el “Otro” te cambia. No te deja como te ha encontrado. El camino del regreso es
diferente porque tú has cambiado.
Si la Navidad nos invitaba a re-nacer cada día,
los Magos nos invitan a buscar y a no tener miedo de inventar nuevos caminos
para dar esperanza a cuantos buscan y pueden perderse en el camino si alguien
no los ayuda.
Los Magos no son ni
turistas ni vagabundos. Su vida ha cambiado, ya saben que el niño que han
encontrado es el “Dios con nosotros”, saben que ya no están solos, y por eso
“palpita y se ensancha su corazón” desbordando de alegría.
Hoy es verdaderamente
la gran fiesta misionera. Los Reyes son el comienzo y la prefiguración de
cuantos, más allá de las fronteras del pueblo elegido de la Primera Alianza,
han llegado y llegan siempre a Cristo mediante la fe. La Epifanía, es la
revelación, como nos decía san Pablo, “que también los gentiles son
coherederos, miembros del mismo cuerpo y participes de la promesa en
Jesucristo, por el Evangelio”.
Como los Magos “quien
quiere la luz… sale de sí y busca: no permanece cerrado… sino pone en juego su
propia vida… La vida cristiana es un camino continuo, hecho de esperanza, hecho
de búsqueda; un camino que, como aquel de los Magos, prosigue incluso cuando la
estrella desaparece momentáneamente de la vista” (Francisco, Angelus en la
Epifanía 2017).
“Ojalá en medio de
nuestro vivir diario no perdamos nunca la capacidad de estar abiertos a toda
luz que pueda iluminar nuestra existencia, a toda llamada que pueda dar
profundidad a nuestras vidas (J.A. Pagola).
Jesús, don de Dios al
mundo, nos envía para llevarlo a cuantos encontremos en nuestro camino. Él es
para todos la epifanía, la manifestación de Dios esperanza del hombre, de Dios
liberación del hombre, de Dios salvación del hombre.
“Levántate Iglesia y
siembra la fuerza de tu fe. ¡Cristo te ilumine continuamente! Que los hombres y
los pueblos caminen en esta luz.” (J-P II 6.01.79).
Amén.
Padre
Franco Noventa, mccj
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